Discriminación y privilegios en la migración calificada. Camelia Tigau
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El estudio acerca de los profesionales en el poder permite observar el papel central de la credencialización, lo que Collins y Sanderson (2015) llamaron “sociedad de credenciales”. Sorprendentemente, Derber, Schwartz y Malgrass (1990: 4) plantean este nuevo tipo de poder —la “logocracia”, que consiste en el uso de licencias, patrones y derechos de autor— como un lado oscuro en el dominio del conocimiento, ya que implica la “creación de una nueva mayoría desposeída: la de los no autentificados”. A decir de los autores:
Los profesionales de la clase [de los poseedores] del conocimiento más poderosos de la actualidad no gobiernan en ninguna sociedad. Sin embargo, los profesionales les han infundido, tanto al capitalismo como al socialismo, una lógica mandarina moderna. Al promover una creencia en su propio conocimiento como experiencia objetiva y ayudar a organizar la escolarización y la división del trabajo para satisfacer sus propios fines, los profesionales esencialmente han convertido el conocimiento moderno en propiedad privada. Al igual que en la China mandarina, esa propiedad intelectual se está transformando en la moneda del reino, convertible en poder de clase, privilegio y estatus (Derber, Schwartz y Malgrass, 1990: 5).
Al asociarse los capitalistas y los profesionistas logran controlar los tres factores básicos de la producción: el conocimiento, el capital y el trabajo. “La credencialización, si bien no es jurídicamente vinculante, convierte a los empresarios en conspiradores en el monopolio profesional” (Derber, Schwartz y Malgrass, 1990: 109). De esta forma, ellos forman una elite que gobierna sobre los que carecen tanto de capital como de conocimiento, convirtiéndose en una de esas minorías que gobiernan a las mayorías que se describieron en el inciso anterior (aunque Derber, Schwartz y Malgrass no lo planteen en estos términos).
Una tesis doctoral de Daniel Gaske (1976), realizada en Texas, planteaba desde ese entonces que los individuos realizan actividades de migración como inversiones de capital humano (Gaske, 1976: 1). A decir de este autor, la migración es una inversión digna de los esfuerzos de muchas personas. Esto es verdad sobre todo en la migración calificada, en la cual se suele emprender el proceso migratorio con la finalidad de realizar estudios, justamente para capacitarse más, y así poder participar en redes científicas internacionales o trabajar con los mejores expertos a nivel mundial en cierto tema. Lo anterior coincide con uno de los postulados básicos de la teoría del capital humano planteado ya por Schultz y ratificado en estudios novedosos como los de Ployhart et al. (2014), y Ployhart y Kautz (2017), quienes afirman que las capacidades de los profesionistas altamente calificados se aprovechan realmente sólo en equipos mixtos y multiculturales, que estimulan la creatividad de sus integrantes.
Mecanismos de discriminación
PREJUICIO Y DISCRIMINACIÓN:
EL PENSAMIENTO DE GORDON W. ALLPORT
Después de revisar un lado del problema de estudio —los privilegios de los profesionistas— abordaremos ahora el tema de los prejuicios contra el mismo grupo cuando éstos pertenecen a minorías étnicas. Para empezar, resulta relevante recordar el mecanismo de formación de los prejuicios en sí mismo. En este sentido, si bien no pretendemos resolver problemas nuevos como la migración de elites en el siglo XXI a través de un planteamiento teórico de 1959, sí consideramos necesario retomar la aportación clásica que empezó a explicar la formación del prejuicio y la discriminación, la obra La naturaleza del prejuicio, de Gordon W. Allport (1979). Por tratarse de un parteaguas en el entendimiento tanto de la construcción del prejuicio como de las minorías, sobre todo las étnicas, con una extensión de más de quinientas cuartillas, evitaremos presentar aquí un resumen breve que podría resultar en una injusticia teórica grave, además de impedir el entendimiento de su importante propuesta. Sin embargo, asumiremos el riesgo de recortar sesgadamente aquellos postulados que serán básicos para el entendimiento del problema planteado en este libro.
Allport (1979: 6) ofrece la definición más corta del prejuicio: “pensar mal de los demás sin una garantía suficiente”. A menudo, observa el autor, formamos juicios sobre la base de probabilidades escasas, incluso inexistentes, y los mantenemos incluso frente a evidencias de que podríamos estar equivocados. Una buena parte del pensamiento de Allport aplica para el estudio del prejuicio étnico, sentido o expresado en una escala que va desde la “antilocución” (hablar mal de las personas), a la evitación, la discriminación, el ataque físico y el exterminio. Afortunadamente, el problema de estudio de los profesionistas mexicanos en Texas puede abordarse únicamente desde los primeros tres fenómenos, ya que no hemos tenido registro alguno de ataque físico y mucho menos fatal por parte de los informantes.
Un importante mérito de la obra de Allport consiste en no culpabilizar al sujeto del prejuicio. El proceso psicológico que da lugar a su surgimiento tiene sus raíces en las necesidades de separación y distinción de las personas en grupos sociales, por razones identitarias. El siguiente ejemplo es sumamente revelador:
El trabajador mexicano en Texas se aparta categóricamente del empleador anglo. Vive apartado, habla otro idioma, tiene una tradición totalmente distinta y asiste a una iglesia diferente. Sus hijos no asisten, con mucha probabilidad, a la misma escuela que los hijos del empleador, ni juegan juntos. Todo lo que el empleador sabe es que Juan viene a trabajar, toma su dinero y se va. Él nota que Juan es irregular en su trabajo, parece indolente y poco comunicativo. Nada es más fácil para el empleador que suponer que este comportamiento es característico de todo el grupo de Juan. Desarrolla un estereotipo sobre la pereza, la imprevisión y la falta de confiabilidad de los mexicanos. Entonces, si el empleador se encuentra económicamente incómodo por la irregularidad de Juan tiene motivos de hostilidad, especialmente si cree que sus altos impuestos o problemas financieros se deben a la población mexicana.
El patrón de Juan ahora piensa que “todos los mexicanos son flojos”. Cuando conozca a un nuevo mexicano tendrá esta convicción en mente. El prejuicio es erróneo porque: 1) no todos los mexicanos son iguales; 2) Juan no era realmente flojo, pero tenía muchos valores privados que lo llevaron a comportarse de la manera en que lo hizo. Le gusta estar con sus hijos, observó los días de fiesta religiosa o tenía reparaciones para hacer en su propia casa. El empleador ignora todos estos hechos. En lugar de decir, como lógicamente debería, “no sé las razones del comportamiento de Juan porque tampoco lo conozco a él como una persona de su cultura”, el empresario resolvió un problema complejo de una manera simplificada, atribuyéndoles a Juan y su nación un atributo de “flojera”.
Sin embargo, el estereotipo del empleador creció a partir de un grano de verdad. Era un hecho que Juan era mexicano y era irregular en su trabajo. También pudo haber sido un hecho que el empleador hubiera tenido una experiencia similar con otros trabajadores mexicanos.
La distinción entre una generalización bien fundada y una errónea es muy difícil de dibujar, en particular para el individuo que la alberga (Allport, 1979: 19-20).
Allport atribuye la tendencia humana al prejuicio a la manera en la que pensamos a través de categorías y conceptos, así como también a nuestra convivencia como seres sociales, a nuestra propia pertenencia a ciertos grupos y comunidades (in-groups). De esta forma el individuo, como parte de un grupo interno o externo de referencia, “desarrolla una forma de vida con códigos y creencias características, estándares y enemigos para satisfacer sus propias necesidades de adaptación. Las preferencias de su grupo deben ser también las suyas; los enemigos de su grupo, sus propios enemigos” (Allport, 1979: 39-40).
Para las minorías étnicas, que muchas veces surgen de migrantes o diásporas,