Discriminación y privilegios en la migración calificada. Camelia Tigau
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Allport demuestra que el prejuicio es aprendido, generalmente en familia, desde la niñez. Si el padre cree que los negros o los latinos están hechos para el trabajo manual y los empleos no calificados, los niños también lo creerán. De igual forma, se construyen imágenes potentes a nivel nacional, que determinan el comportamiento y las creencias de los individuos. En este sentido, sostiene:
Los estadounidenses creen oficialmente en los valores fundamentales establecidos en la tradición religiosa judeocristiana y en el derecho inglés; en una evolución no lineal dirigida por los ideales comunes de la sociedad; en la eficacia de la razón (para que la verdad finalmente salga ganando); en la conveniencia de que muchos puntos de vista interactúen y se expresen libremente al votar bajo un sistema de dos (o más) partidos; ese gobierno es un árbitro entre intereses divergentes que debe salvaguardar la espontaneidad ética del individuo (Allport, 1979: 93-94).
En forma clara, aunque para hoy en día un tanto esquemática, el autor distingue entre las características “raciales” (físicas) y étnicas (culturalmente aprendidas) de las personas. Confundirlas significa exagerar el peso de las físicas sobre las culturales. Si lo étnico o aprendido puede cambiar en una generación, lo heredado es inamovible. Este postulado de Allport tendría aplicación directa en que si, por ejemplo, pensamos que los latinos son flojos por motivos “raciales”, ni ellos ni sus hijos cambiarán. Si, por el contrario, sostenemos que ese supuesto rasgo es resultado de su cultura, entonces aceptamos que podrían darse transformaciones con los cambios generacionales.
Todo esto tiene repercusiones cuando analizamos el carácter nacional. Los grupos nacionales de ninguna manera son correlativos a los grupos étnicos, aunque en ciertos casos (Finlandia, Grecia, Francia cuando Allport escribía) la correspondencia puede ser bastante cercana. Por lo general, un idioma determinado (que crea un tipo de grupo étnico) se habla en varias naciones; a la inversa, muchas naciones emplean más de un idioma (Rusia, Suiza).
Allport demuestra que aunque las naciones y los grupos étnicos a menudo no se corresponden, aún es posible identificar a la humanidad por naciones, así como por grupos étnicos, y preguntar qué diferencias existen entre ellos. El concepto de “carácter nacional” implica que los miembros de una nación, a pesar de las diferencias étnicas, raciales, religiosas o individuales entre ellos, se parecen entre sí en ciertos patrones fundamentales de creencias y conductas, más de lo que se asemejan a los miembros de otras naciones (Allport, 1979: 116).
En la segunda parte de este libro repasaremos las posibles reacciones al rechazo de las minorías para verificar su existencia en la comunidad mexicana de profesionistas. De entre las varias explicaciones sobre la formación del prejuicio retomaremos la teoría de la interacción, que pone el énfasis en la reputación ganada para explicar las actitudes hostiles hacia los mexicanos, y los migrantes en general, en Estados Unidos.
Según Allport (1979: 221, 240), ciertos factores socioculturales contribuyen a que las personalidades prejuiciosas sean más numerosas en el tiempo y en los lugares donde prevalecen las siguientes condiciones:
1. La estructura social está marcada por la heterogeneidad.
2. Se permite la movilidad social (facilidad de movilidad vertical).
3. Progresa el cambio social rápido.
4. Existen la ignorancia y las barreras a la comunicación.
5. El tamaño de un grupo minoritario es grande o está en aumento (densidad relativa de la población de grupos minoritarios).
6. Existen la competencia directa, las amenazas realistas y las rivalidades.
7. La explotación sostiene intereses importantes en la comunidad.
8. Las costumbres que regulan la agresión son favorables a la intolerancia (sanciones aplicadas a chivos expiatorios).
9. Las justificaciones tradicionales para el etnocentrismo están disponibles (leyenda y tradición que sostienen la hostilidad).
10. No se favorecen ni la asimilación ni el pluralismo cultural.
Este pensador explica la presencia de las tensiones étnicas y raciales en Estados Unidos, entre otras causas, a través de la existencia de una amplia población de migrantes de segunda generación, estimada en veintiséis millones de habitantes al momento de escribir su libro, pero que estaba en treinta y tres millones en 2010 (Zong y Batalova, 2019), lo cual representa el 11 por ciento de la población. Estas generaciones, dice Allport (1979: 245), “carecen del orgullo tranquilizador de las tradiciones étnicas y la cultura de los padres”, por lo que son más propensas a la discriminación de otras minorías y su integración-asimilación es más problemática.
Al aplicar el planteamiento de Allport, podemos distinguir cuatro fases en el proceso de asimilación de la población mexicana migrante en Texas. La primera sería el contacto, lo que lleva a la competencia (segunda fase), que a su vez da paso a la acomodación y, finalmente, a la asimilación.
La segregación es parte del proceso de competencia —recordemos, por ejemplo, que en Houston muchos mexicanos viven en el área de Woodlands, lejana al centro de la ciudad— y éste es el caso propicio para la creación de diversos estereotipos falsamente atribuidos a la raza. Como observa el autor objeto de esta reflexión, “la segregación mejora notablemente la visibilidad de un grupo; lo hace parecer más grande y más amenazante de lo que es” (Allport, 1979: 269).
En la etapa de contacto ocupacional, las minorías suelen estar en la parte inferior de la escala, observa Allport, y lo argumenta con la población negra. La situación de los mexicanos muestra un proceso parecido en el que las mayorías se dedican al trabajo manual, y una minoría de ellos (los profesionistas), que no lo hace, enfrenta dificultades para obtener puestos de mando o se enfrentan a prejuicios sobre sus capacidades reales para desempeñarse en trabajos calificados. La buena noticia, en teoría por lo menos, es que en la medida en que pasa el tiempo, los prejuicios tienden a desaparecer, dando lugar a la aceptación. Sin embargo, Allport no toma en cuenta los determinantes políticos de los procesos de integración y asimilación de migrantes, ya que un discurso de odio y rechazo hacia ellos, como el iniciado por el presidente Donald Trump, transforma también la reacción de la población nativa hacia los migrantes.
Muchas veces la discriminación no es visible, ya que existe una gran diferencia entre el pensamiento prejuicioso y su práctica discriminatoria. Allport (1979: 332-333) identifica un proceso de verificación interna que hace que uno pueda sentirse completamente libre de condenar a un grupo minoritario dentro de su familia, club o reunión de vecinos, pero inhibirá la tendencia cuando un miembro de ese grupo esté presente. O puede criticar al grupo, sin participar en ninguna otra acción discriminatoria. Otra medida que señala el autor es impedir que los miembros de grupos minoritarios enseñen en las escuelas de la comunidad o ingresen a su propio campo profesional, tratando de esta forma de aplicar frenos múltiples a su integración.
Allport identifica varias maneras en que las personas manejan sus impulsos contrarios hacia las minorías, que van desde la represión o negación (“Aquí no tenemos ningún problema con ellos, pero…”; “No tengo prejuicios, pero...”; “Los judíos tienen tanto derecho como cualquiera, pero…”) a la defensa (racionalización) de sus propios prejuicios. A mediano o largo plazos, incluso los grupos más intolerantes tienden a llegar al compromiso (solución parcial), como podría ser el caso de un político, quien está virtualmente obligado a rendir homenaje a la igualdad de derechos en todos sus discursos de campaña, así como a favorecer intereses especiales cuando ya está en el cargo (Allport, 1979: 337). Finalmente, la solución verdadera siempre es la integración.
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