Discriminación y privilegios en la migración calificada. Camelia Tigau

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Discriminación y privilegios en la migración calificada - Camelia Tigau

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sostiene que es importante tener un apellido latino para ser considerado hispano.

      • De los 42.7 millones de estadounidenses con ascendencia latina, la gran mayoría (el 89 por ciento) se identifican como hispanos.

      • En cuanto a las ventajas/desventajas de ser latinos, poco más de la mitad (el 52 por ciento) de la segunda generación considera que esto ha tenido un impacto importante en sus vidas. Con el paso de las generaciones, el porcentaje disminuye.

      • En lo concerniente a la discriminación, el 39 por ciento de los autoidentificados como hispanos acusan discriminación por sus orígenes. Esta situación aumenta entre los migrantes recién llegados y disminuye en las generaciones más antiguas. Entre los que no se reconocen como hispanos, sólo el 7 por ciento afirma haber sido discriminado.

      En conclusión, el Pew Research Center muestra un claro vínculo causal entre la percepción de la identidad hispana y las probabilidades de experimentar discriminación.

      Entre los migrantes latinos y en general la diáspora latina en Estados Unidos, los mexicoamericanos ocupan un lugar esencial, de alto interés para esta re­flexión tanto por ser en sí mismos objeto de discriminación como por conside­rarse ellos mismos diferentes de la población hispana recién llegada a Estados Unidos. Para los propósitos de este libro, nos interesan dos características de la población mexicoamericana: por una parte, la percepción global de los latinos como mexicanos; y por otra, las tensiones entre la diáspora mexicana en Estados Unidos (los mexicoamericanos) y los migrantes mexicanos, sobre todo los de bajas calificaciones e ingresos.

      Un primer punto señalado por los propios migrantes es que para algunos estadounidenses ser latino significa ser mexicano. Por lo tanto, todos los este­reotipos que se tengan sobre los latinos son transferidos a los mexicanos, y al revés, las personas nacidas en otros países de América Latina podrían ser clasificadas como mexicanas por desconocimiento. Otra consecuencia es la división al interior de la misma población mexicana en Estados Unidos, partes de la cual pueden llegar a tener opiniones negativas sobre los “otros mexicanos”: los mexicoamericanos pueden, por ejemplo, criticar a las generaciones de nacidos en México, al asumir los estereotipos que los mismos estadouniden­ses se forman; o los recién llegados reprocharle a los mexicoamericanos su falta de solidaridad.

      En algún momento de sus vidas, las generaciones de mexicoamericanos fueron también migrantes y estuvieron sujetas a los retos que supone la integración a un nuevo país. Un estudio de Gutiérrez (1991) también destaca la ambivalencia de las actitudes de los mexicoamericanos hacia la inmigración mexicana. El autor señala tensiones aún vigentes hoy en día:

      Históricamente, gran parte de esta preocupación se ha basado en la creencia de los mexicanos estadounidenses de que los inmigrantes mexicanos socavan su posición socioeconómica, ya de por sí tensa en Estados Unidos, ya que deprimen los salarios; compiten por empleos, vivienda y servicios sociales, y refuerzan los estereotipos negativos sobre los “mexicanos” entre los Anglo Americans. Además, la estratificación social, las lealtades regionales y las diferencias sutiles en el uso de las costumbres y la lengua también sirven para dividir a los mexicoamericanos nacidos en Estados Unidos (Gutiérrez, 1991: 7-8).

      Con estas consideraciones pasaremos al estudio de algunos prejuicios históricos sobre el mexicano como extranjero en Estados Unidos.

      A principios de siglo XX, las diferencias culturales y raciales se explicaban a través del determinismo biológico, que justificaba el discurso racializante al afirmar que “los angloamericanos se elevaban por encima de los mexicanos y otras personas de color” (Santa Anna, 2002: loc. 5949). En particular, los mi­grantes mexicanos eran juzgados con base en estereotipos como la docilidad, la flojera, su bajo nivel de inteligencia y su volubilidad, que los hacía poco confiables para los trabajos.

      El primero de éstos, la docilidad, no es necesariamente un estereotipo con consecuencias negativas en la obtención de trabajo, ya que lo “servicial” y manejable de los mexicanos también significaba que fueran un grupo “menos deportable” que “los negros”, puertorriqueños o filipinos (Reisler, 1976); sin embargo, la imagen de los mexicanos como trabajadores subordinados también influía negativamente en su ascenso laboral y en el reconocimiento de sus habilidades profesionales y emocionales. El recuerdo de la percepción sobre los mexicanos en aquella época, si bien doloroso, ya no corresponde necesariamente a los problemas de los migrantes el día de hoy:

      Desde la aparición más temprana de mexicanos en los ferrocarriles y granjas del suroeste, los anglosajones contemplaron los beneficios de tener una oferta de mano de obra fácilmente manipulable. El mexicano, informaba el economista Victor S. Clark en 1908, “es dócil, paciente, generalmente ordenado en el campamento, bastante inteligente bajo supervisión competente, obediente y barato. Si fuera activo y ambicioso sería menos manejable y costaría más. Su punto más fuerte es su disposición a trabajar por un salario bajo”. Doce años después, un representante de la Asociación de Productores de Algodón del Sur de Texas aseguró a un comité del Congreso que “nunca hubo un animal más dócil en el mundo que el mexicano”. Los agricultores atribuyeron este rasgo a la falta de desarrollo mental del mexicano, a la creencia de que “el mexicano es un niño, naturalmente”. Al igual que los niños, los trabajadores mexicanos, si se los maneja con comprensión, se los puede inducir a que se comporten adecuadamente. Su supuesta manejabilidad los convirtió en empleados superiores a los ojos de los productores del suroeste (Reisler, 1976: 241).

      Ahora bien, el estereotipo de la pereza es uno de los que han perdurado con los años y aún se sigue reproduciendo hoy en día. Desde los inicios de la migración mexicana a Estados Unidos, México fue visto como “la tierra del mañana” y se decía que “los salarios de los mexicanos tenían que mantenerse bajos, porque cuando están mejor pagados dejan de trabajar” (Reisler, 1976: 241). Según datos recopilados por este autor, el mexicano era generalmente identificado como alguien “poco progresista, carente de ambición e inteligencia, incapaz de ahorrar dinero y de hacerse independiente”. El recuento histórico es otra vez perturbador:

      En los años veinte, las explicaciones raciales pseudocientíficas de las diferencias culturales eran muy comunes. Dirigidos por Madison Grant, presidente de la Sociedad Zoológica de Nueva York, los racistas enseñaban que la humanidad estaba claramente dividida en diferentes criaderos, cuyos potenciales desiguales estaban determinados por la calidad fija de sus genes. Los mexicanos formaban parte de la clasificación inferior debido a su mezcla principalmente de sangre materna indígena y paterna española. [...] Los mexicanos no eran vistos como gente de color, pero tampoco como blancos. [...] Asimismo, por ser los mexicanos un pueblo mestizo, fácilmente tenderían a mezclarse con negros o blancos, llevando a una desafortunada hibridación genética. Los estándares culturales y sociales de Estados Unidos bajarían, lo que podría llevar a la pérdida del poder estadounidense. Los migrantes mexicanos eran más sucios

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