Autorretrato de un idioma. Группа авторов

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quatro annos.

      Et después lo endereçó et lo mandó componer este Rey sobredicho, et tolló las razones que entendió eran sobejanas et dobladas et que non eran en castellano derecho. et puso las otras que entendió que conplían. et quanto en el lenguaje endereçólo él por sí. Et en los otros saberes ouo por ayuntadores. a maestre Joan de Mesina. et a maestre Juan de Cremona. et a Yhudá el sobredicho. et a Samuel: et esto fue fecho en el anno .XXV. del su reynado. et andaua la era de César en .M. et .CCC. et XIIII. annos. et la de nuestro Sennor Jesu Xpo. en .M. et .CC. et .LXX. et .VI. annos.

      …

      Alfonso X «el Sabio» (1221-1284), con sus colaboradores, ocupa un lugar primordial en la historia glotopolítica de España gracias a la ingente producción textual que patrocinó en su scriptorium y cancillería. Por medio de los textos, escritos casi todos en castellano, Alfonso definió y divulgó su visión política, regularizando el uso del castellano como lengua de poder y administración y convirtiéndolo en símbolo de la autoridad unificadora del rey. Aunque es evidente que Alfonso veía en el castellano escrito un elemento clave de su proyecto político, no existe una exposición unitaria de su visión del idioma. Por tanto, aquí se presentan citas de obras del scriptorium alfonsí que ilustran aspectos fundamentales del pensamiento glotopolítico del rey.

      Si consideramos el mundo político de Alfonso, debemos recordar que su padre, Fernando III, heredó los reinos de Castilla (1217) y de León (1230) y luego se dedicó a la conquista de Murcia y la Andalucía bética, llegando a tomar la ciudad de Sevilla en 1248. El joven Alfonso participó en estas actividades bélicas y otras administrativas al mismo tiempo que iba preparándose intelectualmente para sus futuras responsabilidades como rey. En 1252, heredó de su padre el estado más grande y poderoso de la península ibérica, pero también un estado fragmentado e inestable de reciente formación que se enfrentaba a graves problemas de defensa, repoblación y administración. Estos se debían al conflicto con los reinos musulmanes de Granada y Marruecos, la presencia de poblaciones musulmanas rebeldes, la falta de población cristiana y de capacidad defensiva en las zonas conquistadas, y la general resistencia a la creciente autoridad real presentada por las ciudades, la Iglesia y, sobre todo, los nobles.

      Alfonso también heredó y cultivó una gran ambición: la de conseguir la unidad de Hispania/España y la hegemonía sobre ella (ver Texto B), concebida como «recuperación» de la monarquía visigoda peninsular «perdida» al llegar los «moros» en 711. Como señala González Jiménez,7 Alfonso se veía capaz, autorizado y destinado a la realización de este sueño. Al heredar Castilla, León y los territorios recién reconquistados, Alfonso se convirtió en monarca de la primera potencia peninsular, rey y casi emperador —según la concepción medieval— de múltiples reinos (Textos B y E: «rey de Castilla, de León, de Toledo…»), capaz de reunificar España y superar el daño causado por su división (Texto B). Castilla servía como base demográfica y económica de su poder y, como tal, centro hegemónico de la España imaginada. Castilla y León le proporcionaban legitimidad dinástica: Castilla poseía la ciudad de Toledo, antigua capital visigoda, mientras que los reyes leoneses se creían descendientes directos de los reyes godos. Gracias a esto, en 1135, su antepasado Alfonso VII ya había llegado a coronarse Imperator totius Hispaniae. Alfonso poseía una ventaja más: su madre Beatriz de Suabia era descendiente tanto de emperadores germánicos del Sacro Imperio Romano como de emperadores bizantinos. Gracias a su linaje imperial, Alfonso pudo ser elegido candidato para emperador germánico en 1257. El rey perseguiría ese título asiduamente hasta 1275, en parte porque su obtención habría reforzado su reclamación del título de emperador de España, frente a la oposición del rey Jaime I de Aragón y el Papado.

      Alfonso heredó también concepciones del estado y de la autoridad real de diversas fuentes, como las tradiciones jurídicas peninsulares, el derecho romano recién recuperado por los legistas italianos y el pensamiento jurídico y político musulmán.8 Estas fuentes las sintetizó y usó para forjar un nuevo ideario político en el que se reconceptualizó la figura del rey. En vez de ser un mero líder militar, o garante de la justicia existente, sometido a la autoridad de la Iglesia, como advierte González Jiménez, se imagina al rey como «alma» y «cabeza» de un «pueblo» unido que habita y defiende la «tierra» del rey (Texto A). Esa tierra corresponde con una España reunificada (Texto B) en una visión que Rojinsky califica de «protonacionalista». Como tal, el rey recibe su autoridad temporal no de la Iglesia (ahora suprema solo en asuntos espirituales), sino directamente de Dios (Texto B: «por la gracia de Dios»; Texto D: la comparación implícita entre la autoridad de Dios y la del rey). El rey-cabeza es filósofo y tutor del pueblo-cuerpo, al que tiene que enseñar el derecho, la historia y la ciencia (Textos A y B). Para cumplir con esta responsabilidad, el rey determina lo correcto en cada campo (Texto A) y se lo enseña al pueblo por medio de textos escritos. De ahí viene su elogio de la escritura (Texto B), que permite no solo el acceso al saber, sino la posibilidad de fijar los conocimientos autorizados por el rey (Textos D y E) y de comunicárselos a los súbditos. La necesidad de sintetizar y fijar los conocimientos lleva al rey a consultar y hacer traducir numerosos textos escritos en otras lenguas, sobre todo el latín (Texto B) y el árabe (Texto E). Las necesidades didácticas y comunicativas apoyan a su vez el uso del vernáculo y llevan a una gran preocupación por la precisión y la claridad en lo escrito, la cual se constata en el requisito de redactar leyes «cumplidas», «llanas» y «paladinas» (Texto C). Se nota también en la intervención directa de Alfonso en la redacción y corrección de muchas de sus obras (Textos D y E).

      En este entorno y con esta visión, Alfonso lanzó un proyecto de producción textual diseñado a imponer un nuevo orden político basado en el fortalecimiento de la autoridad real, la centralización y la uniformización, que incluía la estandarización de pesas y medidas, monedas, impuestos, leyes e historia. Como elemento clave de este proyecto, el rey fomentó y aprovechó una concepción innovadora de la lengua vernácula como artefacto cultural que podía servir de herramienta del poder y, como lengua hablada por la «cabeza» del «cuerpo», símbolo de la unidad política (aunque no todos los súbditos eran castellanohablantes). Esta lengua también requería una estandarización autorizada por el rey que se manifestó en dos vertientes: la normalización (selección y regularización del uso del castellano en cada vez más ámbitos funcionales) y la normativización (elaboración del léxico y codificación de normas ortográficas, gramaticales y léxicas).

      Aunque Fernando III había empleado el «romance», concebido ya como distinto del latín, Alfonso fue más allá que su padre al nombrar la variedad seleccionada «lenguage castellano» (Texto E), aprovechando y avanzando de esta manera —como indica Wright— la nueva distinción conceptual entre diferentes variedades protonacionales de romance. El nombramiento, la selección y el uso regular del castellano en textos de la cancillería y el scriptorium contribuiría a su legitimación, dándole un nuevo prestigio frente al latín (clásico o eclesiástico) y el árabe, tradicionales lenguas del saber y poder.

      La regularización del uso del castellano había empezado durante el reinado de Fernando III, cuya cancillería había ido haciendo cada vez mayor uso del castellano como respuesta práctica a las apremiantes necesidades militares y administrativas ocasionadas por la rápida expansión territorial. Sin embargo, nada más subir al trono, Alfonso apostó por el uso normal del castellano en todos los documentos cancillerescos dedicados a asuntos interiores.9 Estos transmitían las órdenes y decisiones del rey (y sus oficiales) a todos los súbditos y tierras del rey, dejando escuchar la voz del rey durante su lectura en voz alta. Aunque el uso del castellano ciertamente facilitaba la comunicación con la mayor parte de los súbditos, fomentaba también una nueva e incipiente unidad imaginada en la misma lengua del rey y una nueva separación conceptual entre la lengua de la autoridad real (castellano) y la de la autoridad eclesiástica (latín).

      Más innovadora fue la decisión de usar del castellano en los textos del scriptorium (con la excepción de las Cantigas de Santa María, redactadas en gallego, una variedad hablada dentro de sus reinos

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