Teorizando desde los pequeños lugares. Roberto Almanza Hernández
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Los últimos avances de las ciencias naturales, especialmente de la biología, plantean una desviación fundamental más en la concepción biologicista de la humanidad, en la cual la más completa y superior realización de lo humano no es solo lo más racional, sino también lo más desarrollado. La dominación europea en este momento se convierte en la prueba no solo de la superioridad cultural de Europa, sino igualmente de la superioridad biológico/genética del hombre europeo. Esta desviación se desarrolla estrechamente con el entonces emergente concepto de raza y, por consiguiente, con el de racionalidad del hombre europeo, como realizada inicialmente y a la vanguardia en sus instituciones económicas y políticas. Puede todo ello, de esta manera, ser leído como una consecuencia o, mejor dicho, como una expresión de su superior completud biológica —su blancura. Sylvia Wynter (2001) resume este punto como sigue:
Vislumbrando que de todos los modos de la experiencia consciente humana, y por tanto, de la consciencia, pueden ahora ser concebidos, en todos los casos, como la expresión del modo culturalmente construido de la específica experiencia subjetiva para el funcionamiento de cada sentido del yo sociogenético de la cultura, por analogía el mismo reconocimiento ahora puede ser extrapolado al sentido del yo de las especies específicas, expresando con ello el principio genómico que define todas las formas de la vida orgánica. (p. 53)
El argumento principal de Wynter, por ende, es que la idea que la modernidad se forja de sí misma gira en torno a la formulación (o, por el contrario, modificación) de una noción de superioridad o, planteado de otra manera, de la manifestación de lo humano con más pureza4. Dicho en otras palabras, el hombre europeo es la más pura realización de la humanidad, y todos los otros son no puros o son manifestaciones corruptas de otras especies.
El desarrollo del sentido del yo europeo toma lugar dentro de un marco fundamentalmente binario que, de acuerdo con Wynter, posiciona el para nosotros europeo siempre en relación con algún Otro que incorpora (y este hecho de la incorporación se ha convertido de manera incrementada en algo crucial en el peso del Renacimiento y el desarrollo de la concepción biologicista del Hombre) una falta central de las características esenciales que son autodescritas como la más elevada realización del hombre. En las primeras etapas fue el cristiano contra el pagano/impío, luego el racional y civilizado contra el irracional y salvaje, y finalmente el completo desarrollo y la forma más elevada (mayor pureza) de la especie contra las formas degradadas o atrofiadas (corruptas/mezcladas). Significativamente, fueron los primeros encuentros con el África occidental, y luego con el “nuevo mundo”, los que proporcionaron para el hombre europeo las formas de contraste de los Otros humanos.
Como Wynter ha planteado este punto,
fueron, en consecuencia, las gentes de las Américas y el Caribe quienes —después de ser conquistadas, cristianizadas y aseguradas en el sistema de trabajo impuesto conocido como la encomienda, con sus tierras y su soberanía violentamente expropiadas— fueron introducidas, discursiva e institucionalmente, como Pandian (Jacob) señala, a la incorporación de una humanidad ‘salvaje e irracional’, y, por ende, al Otro humano del hombre, definido como el sujeto político racional o ciudadano del Estado (Wynter, 2006, p. 125).
El proceso del colonialismo lo llevaron a cabo primero los portugueses después de rodear el Cabo Bojador; luego los españoles en sus aventuras transatlánticas, a quienes se les unieron rápidamente los ingleses, los franceses y los alemanes, todos los cuales hicieron posible, de acuerdo con Wynter, el desarrollo del ideal del hombre racional y autosuficiente en contraste con el irracional y dependiente nativo de las colonias de África, las Américas y Asia.
Bordando sobre la discusión de Fanon sobre la condición colonial, Wynter resume esta idea de la siguiente manera:
Mientras el hombre negro debe auto experienciarse como el efecto del hombre blanco —como debe confrontar vis a vis la mujer negra a la mujer blanca—, ni el hombre blanco ni la mujer blanca pueden de ninguna manera experienciarse él mismo/ella misma en relación al hombre negro/mujer negra, sino en el conjunto y genericidad del ser humano, y todavía dicha genericidad debe confirmarse por la falta de estos últimos de la completud, de la genericidad (Wynter, 2001).
El corazón del argumento de Wynter, por ende, es la idea de que la alegada universalidad del humanismo renacentista no solo es subrepticiamente algo completamente particular (blanco, varón, burgués), sino que de forma importante se nutre parasitariamente del contraste con aquellos que carecen de realización completa (desde el ideal del Renacimiento) de humanidad.
Núcleo de esta concepción de humano que maneja la modernidad europea, y algo central para el argumento que he avanzado en este capítulo, es que este es un particular relato de la razón. Lo que separa al hombre de las bestias es la racionalidad —esa capacidad de dominar internamente los impulsos y pasiones de uno, además de dominar externamente las fuerzas de la naturaleza, inclinando ambas dimensiones en la elección de fines bajo la racionalidad. De esta forma, lo racional completo, y por tanto el agente humano completo, manifestará la racionalidad mediante el control de sus impulsos y pasiones, ejerciendo una dominación interna directa y ejerciendo control sobre estos elementos bestiales e indomables de la psique que son contrarios a la vida de razón y autonomía5. Al mismo tiempo, dicho agente racional completo impondrá un orden racional sobre el ingobernable caos del mundo de lo natural y de lo social, enseñoreando el mismo dominio sobre lo externo, así como lo debe hacer sobre lo interno, para mantener y demostrar su estatus como agente completamente racional. Uno puede ver también esta manifestación en el nivel político, en donde el Estado racional será directamente coercitivo y llevará a cabo todos los esfuerzos de control de los sectores del populacho, conocidos por ser los menos racionales y los más rebeldes6.
Esto tiene implicaciones significativas para la comprensión del colonialismo. La preponderancia de la Razón fue tal, que su propio ejercicio se mostró como la más alta expresión de la esencia de la humanidad, para controlar y plegar el mundo material hacia nuestros fines, vía la industria y la ciencia (aquí estaríamos pensando en los planteamientos de Locke). Los agentes completamente racionales, independientes y autónomos controlaron el medio ambiente sin explorar otras maneras. Asimismo, la expresión propia de la racionalidad fue controlar y dominar a esos “otros humanos”, quienes carecieron de razón completa o propia. El hombre racional expresó y demostró su racionalidad al encargarse de manera paternalista de los desafortunados incapaces de racionalidad completa, de independencia y de autonomía por sí mismos. Si nosotros pensamos la noción de Hombre como manifestación de la realización más pura de la razón y, de este modo, de la más pura manifestación de lo humano (Hombre), entonces este proceso de dominación y control puede ser pensado como el modelo de un proceso de purificación. Esta purificación tiene procesos “internos” y “externos” que operan ambos para el nivel individual y para el político/social.
La purificación de la razón y la purificación del humano toman lugar en un nivel individual interno cuando depuramos nuestros egos de influencias irracionales/externas. El dominio de los propios deseos, instintos y emociones se corresponde con el principio renacentista del rechazo a la tradición y a establecimiento de sus propias creencias, siguiendo la luz de su propia racionalidad. Estos son los modos por los cuales las influencias impuras y corruptas se pueden depurar (devolviendo “lo externo” a uno mismo) y entonces la razón se purifica dentro del sujeto. Asimismo, se da un proceso de purificación externamente directo cuando se ejercen las prácticas controladoras