Smart Marketing. Pablo Canalicchio

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Smart Marketing - Pablo Canalicchio Acción empresarial

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Tomando ejemplos de las industrias culturales, algunas editoriales aún hoy piensan que su negocio es hacer libros sobre ciencias naturales, marketing, poesía, cocina, turismo, o incluso algunos –un poco más avanzados– plantean que su negocio es editar contenidos, pero no salen de la misma miopía de definir el negocio a partir del productor sin entender al consumidor, en este caso particular, el lector. Alguien que busque una revista científica, por ejemplo, no lo hace por fetiche de revistas científicas, sino que busca información actualizada, profundizar acerca de un tema por alguna investigación en particular, culminar sus estudios, terminar una tesis, publicar un descubrimiento. Si fuese una editorial literaria se aplica la misma lógica, ¿por qué motivo compramos una novela? ¿Por la obsesión de tenerla? No, para entretenernos y disfrutar. También puede suceder que la empresa editorial esté en más de un negocio y satisfaga al mismo tiempo necesidades de entretenimiento y de coleccionismo, un lector que desea una edición con un slipcase (estuche) especial y ostentarlo en la biblioteca o incluso llega a comprar dos o más veces el mismo título solo para tener diferentes ediciones del mismo contenido (ver figura 5) o satisfacer una necesidad estética y de coleccionismo, por ejemplo, con los fascículos de venta periódica con los lomos impresos para armar un dibujo conjunto (ver figura 6).

      Figura 5. Fuente: Librería Palito.

      Figura 6. Editorial Salvat.

      La siguiente pregunta que plantea Drucker (1993) es quién es el cliente. Si el negocio se define por el cliente y no por el productor –y este es el concepto principal del marketing: el enfoque al cliente–, el paso siguiente es saber quién es, qué desea, qué percibe, qué anhela. En palabras de Alberto Levy (2013): “cómo percibe cuando percibe, cómo elige cuando elige, cómo prefiere cuando prefiere, cómo es fiel cuando es fiel”. La investigación de la demanda es uno de los puntos más importantes de la inteligencia comercial y debe ser analizado evitando sesgos, como explica Carponi (2002): “Lo que el cliente ve, piensa, cree, siente, hace o necesita debe ser aceptado por la gerencia como un hecho objetivo de la realidad, es dato y puede estar sometido a estudio o validación, pero no a juicio. No importa si al gerente le gusta lo que la gente quiere, importa –en términos de marketing– lo que la gente quiere y percibe. Los responsables deben procurar obtener información lo más objetiva y honesta posible respecto de las necesidades de los consumidores, no solo intuirla o tratar de leer sus pensamientos”.

      Entender las características y composición del mercado y así descubrir porciones homogéneas que reaccionen de modo semejante a los estímulos del marketing dará lugar a la identificación de segmentos. Todos estos temas, nacidos de la mirada al cliente que plantea Drucker (1993), los profundizaremos en los capítulos 6 y 7.

      Esta segunda pregunta nos orienta, no solo para la segmentación del mercado, sino también a la elección de a qué segmentos atacar, es decir, la decisión estratégica de targeting, la decisión de portfolio, con qué líneas de producto servir a esos clientes (a quién y con qué) y la diferenciación. Cómo hacer para que ese cliente nos elija por sobre los demás competidores. Pero incluso, podemos adentrarnos un nivel más, con el marketing táctico y las 4 P (Producto, Precio, Plaza y Promoción). La guía sirve porque una vez que sepamos quién es nuestro cliente, dónde está, cómo compra, qué medios de comunicación o redes sociales utiliza, nos está indicando cómo decidir la P de Promoción –o comunicación–, la P de Plaza –o distribución y logística–, la P de Producto y la P de Precio, al cuestionarnos sobre cuánto estará dispuesto a pagar ese cliente.

      Otra de las preguntas que debemos formularnos es qué compra el cliente. Entonces, si ya definimos que lo que compra es “descanso”, debemos pensar, además de colchones, con qué otros productos ese cliente puede obtener descanso. Aparecen ahora en el radar una hamaca paraguaya, un tatami o un futón. Como vemos, entender nuestro negocio, entender qué es o qué realmente está comprando nuestro cliente nos ayudará a identificar a lo que Michael Porter (1992) denominará productos sustitutos. Este tema de vital importancia en entornos competitivos de alta complejidad lo veremos más adelante en el capítulo 8.

      Cuando pensamos qué compra el cliente, también estamos planteando el concepto de valor, no solo en la acepción tradicional que se le aplican en las ciencias empresariales, sino también en su acepción semiológica. La Real Academia Española (2021) define al valor como el “grado de utilidad o aptitud de las cosas para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite” y “alcance de la significación o importancia de una cosa, acción, palabra o frase”, es decir que una cosa vale por contigüidad con la otra, por comparación. ¿Qué es lo que tiene valor para el cliente?, ¿por qué compra mi producto?, ¿qué es lo que está buscando? ¿Qué compra el cliente cuando compra mi producto? Es un recurso muy utilizado por las tarjetas de crédito en sus campañas, “una pelota cuesta $$$, pero ver el primer gol de tu hijo no tiene precio” (figura 8).

      Figura 8. Fuente: MasterCard.

      Una vez que hemos desentrañado el concepto de valor y cómo ese paquete de valor está compuesto, cuáles son los motivos, por qué está comprando, es cuando podemos diferenciar los productos para lograr el posicionamiento deseado en la mente de ese cliente.

      En resumen, “pensar desde la perspectiva del marketing es, entonces, tender a la satisfacción de las necesidades de los mercados a los que se dirige cualquier organización” (Carponi, 2002).

      2.2. Miopía y autoengaño

      Influenciado por las ideas de Drucker, unos pocos años después de la publicación de La gerencia de empresas, Theodore Levitt, otro de los grandes maestros del marketing, señala la necesidad de evitar la miopía del marketing.

      Levitt (1995) da cuenta de la tendencia de muchas empresas a centrarse en el producto, creyéndose imprescindibles, inimitables: “…están creciendo en condiciones que se aproximan peligrosamente a la ilusión de que el producto superior se vende solo. Habiendo creado una empresa de éxito a base de un buen producto superior, no sorprende que la gerencia continúe centrando su atención en el producto y no en las personas que lo consumen. Desarrolla la filosofía de que el crecimiento continuo es solo cuestión de innovar y mejorar el producto”.

      Muchas empresas caen en el ciclo del autoengaño. Se basan en premisas erróneas para creer que, porque tienen o alguna vez tuvieron éxito, el crecimiento será sostenido y perpetuo. Algunos de los principales mitos son:

      • El aumento de la población y de su poder adquisitivo garantizan el crecimiento. Aplica no solo al crecimiento poblacional, sino también a otros tipos de crecimiento demográfico

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