La moneda en el aire. Roy Hora

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La moneda en el aire - Roy Hora Singular

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recibí un llamado de Mario Brodersohn: “¿Puedo pasar por tu oficina?”, me preguntó. “Pero sí, claro, si querés voy a la tuya”, le contesté, aceptando la diferencia de rango. Pero fue él el que vino, y con sinceridad algo brutal me dijo: “¿No me tirás un par de reformas estructurales, que tenemos que anunciar un ajuste?”. Mario es una persona a la que quiero mucho, pero así veía él la reforma económica: un ropaje elegante con el que vestir el anuncio de un ajuste.

       RH: Te pido que reconstruyas cuál era entonces tu diagnóstico sobre los principales problemas de la economía argentina. Algo decías recién, hablando de una economía pequeña y poco abierta al intercambio. También subrayabas las limitaciones de la vieja guardia radical para comprender y orientar la economía de los años ochenta. Visto a la distancia, un dato central del nuevo cuadro era que el recurso masivo al endeudamiento externo durante los años del Proceso había dejado como legado un cuadro de insolvencia fiscal estructural. La demanda de dólares para atender estos compromisos acentuaba problemas muy arraigados de una economía con un débil perfil exportador, que hacía ya varias décadas mostraba dificultades para generar las divisas que necesitaba su sector industrial, poco competitivo y excesivamente volcado sobre el mercado interno. Así, a la vez que trababa la expansión del sector manufacturero, esta redoblada restricción externa condicionaba la orientación del gasto, comprometía la salud de las cuentas públicas y deterioraba la calidad de las prestaciones del Estado. Y acentuaba ese otro gran problema que había nacido en la tercera presidencia de Perón: el régimen de muy alta inflación, que ya contaba con una década de vida, y que había sido la razón de ser del Plan Austral. ¿Era esto lo que entonces veían? ¿Dónde estaban los grandes problemas?

      PG: Básicamente eran los mismos que veo hoy: una economía semicerrada con baja capacidad exportadora –para mí, la cuestión central– y un problema de financiamiento del sector público en su triple rol de Estado mínimo liberal, Estado productor y Estado de bienestar. La Argentina tenía –y tiene– problemas para financiar ese triple rol del Estado, y por ello eran necesarias las reformas. Acordate que el Plan Brady, que aliviaba un poco el problema del endeudamiento externo, recién apareció en 1989. Esa presión era enorme. Las reformas debían incluir privatizaciones para aliviar la excesiva presión de la sociedad sobre el Estado. La idea era que la reforma del Estado podía ayudar a la disciplina fiscal de un modo más permanente. Con el tiempo me di cuenta de que ese era un diagnóstico liberal, o liberal moderado. Insistí bastante sobre esta visión, que sirvió como fuente para varios discursos de Sourrouille y de Alfonsín. Sin embargo, tengo mis dudas sobre cuán convencidos estaban en la Unión Cívica Radical, o incluso el propio Alfonsín, de que este diagnóstico era acertado.

       RH: Fue el deterioro de la situación económica a partir de 1987 lo que le torció el brazo al gobierno y le hizo tomar un camino del que muchos de sus integrantes recelaban. Para entonces, sin embargo, ya era tarde. Tras la derrota electoral de 1987, cuando Terragno fue designado ministro de Obras Públicas, el gobierno ya estaba muy en minoría en el Congreso, y había perdido capacidad de iniciativa política. A esto hay que agregar que, entre los votantes de Alfonsín, esa demanda era débil o inexistente, y lo mismo puede decirse de los grupos partidarios sobre los que Alfonsín se apoyaba. No veían a la reforma como parte de una agenda progresista. De hecho, quienes tomaron esa bandera en la elección de 1989, comenzando por Eduardo Angeloz, el candidato a presidente, estaban a la derecha de Alfonsín.

      PG: El clima de sospecha existía dentro del partido. Tenían razón, y a la vez no tenían razón, porque la realidad demandaba un cambio. De todos modos, los resquemores fueron perdiendo fuerza con el tiempo. Hablamos mucho con dirigentes radicales, en particular de la Coordinadora, para mostrarles que no se podía seguir así. Fue una tarea de convencimiento que no dio frutos inmediatos, pero fue cambiando las mentes de esos dirigentes que hoy tienen 60 y pico de años.

       RH: La generación de Jesús Rodríguez…

      PG: Los Jesús Rodríguez, los Coti Nosiglia, los Facundo Suárez Lastra, los Marcelo Stubrin. Hoy, todos ellos piensan de una manera muy distinta a lo que era el sentido común radical de mediados de la década de 1980.

       RH: Aprendieron a los golpes. Y el final del gobierno de Alfonsín les deparó una dura paliza. ¿Qué hizo naufragar el programa de estabilización? ¿Qué hizo que el fracaso económico de la gestión Alfonsín fuese tan dramático, y terminara en la hiperinflación?

      PG: La gravísima situación externa. La deuda impagable –pero que los organismos internacionales y el gobierno de los Estados Unidos no aceptaban como impagable– fue el principal determinante del fracaso. Pero hubo decisiones que tampoco ayudaron. Hay un artículo de José Luis Machinea publicado por el CEDES que lo explica muy bien. Poco después del lanzamiento del Plan Austral se otorgó un aumento a los jubilados que desequilibró las cuentas fiscales. Ese aumento era innecesario para ganar las elecciones de noviembre de 1985. Ya dije que en el invierno de 1986 la inflación estaba de regreso. En febrero del 87, ante el deterioro de la situación, se hizo una segunda versión, menos consistente, del Plan Austral. Alfonsín lo pedía, aun cuando el nuevo plan no tuvo mucha coherencia interna. Unos días después, Carlos Alderete, del sindicato de Luz y Fuerza, fue designado ministro de Trabajo. Desde entonces, se hicieron demasiadas concesiones al sindicalismo, con la idea de dividirlo y de acercar al gobierno una fracción de la dirigencia gremial. Esto, sumado a la intensidad creciente del discurso del Tercer Movimiento Histórico, me llevan a pensar que Alfonsín estaba trabajando para proyectar su liderazgo más allá del fin de su mandato. No quiero decir para una reforma constitucional que le abriera el camino a la reelección, pero sí para una que lo situara en una posición de poder en un régimen de presidencialismo atenuado. Eso le agregó dificultades a la marcha de la economía. Quiero decir, dificultades adicionales a las que provenían del frente externo.

       RH: Si nos ponemos en los zapatos del Alfonsín de 1986, esa ambición resulta comprensible. Los resultados de las elecciones de noviembre de 1985 confirmaron que la sorpresa de octubre de 1983 no había sido un episodio aislado. También contaba el triunfo en el plebiscito por el Beagle, de fines de 1984, en el que el grueso del peronismo había sufrido una derrota humillante. Tres victorias seguidas parecían indicar que la mayoría electoral peronista ya no era tal. El gobierno tenía ante sus ojos un horizonte político muy prometedor, en verdad inédito para un partido no peronista. Pero para terminar de consolidarse necesitaba ampliar su coalición hacia los sectores trabajadores, que seguían constituyendo un electorado esquivo para la propuesta radical, y sobre todo, fracturar al sindicalismo, que se había abroquelado para resistir el avance radical y que desde el comienzo complicó mucho al gobierno. No sorprende que Alfonsín estuviera decidido a explotar esa oportunidad, aun cuando tuviera que pagar costos muy altos en otros frentes.

      PG: Después de ganar las elecciones de noviembre de 1985, en gran medida gracias al éxito inicial del Plan Austral, Alfonsín creó el Consejo para la Consolidación de la Democracia. Fue en diciembre, y reunió figuras de las más diversas procedencias políticas. Uno de los temas principales de la agenda fue la democracia parlamentaria. Alfonsín alumbró la idea de un jefe de Gabinete como conductor del gobierno. Quizá pensó que, una vez que triunfara en las siguientes elecciones intermedias, las de 1987, se abrirían las puertas para una reforma constitucional en esa línea y se pensó a sí mismo como jefe de Gabinete hasta tanto pudiera ser nuevamente reelecto en los términos fijados por la antigua Constitución. La amenaza latente y cotidiana de un golpe militar y la valoración negativa que hacía Alfonsín del peronismo conduciendo el proceso de construcción democrática alimentaban esa convicción de que solo habría democracia si se prolongaba su liderazgo al frente del Poder Ejecutivo, una vez como presidente, otra vez como jefe de Gabinete, y así en lo sucesivo, mientras la biología se lo permitiera. Si para ello había que sacrificar la disciplina económica, pagaría ese costo, porque la prioridad era la consolidación de la democracia. A comienzos de 1987, en Economía se percibía esta demanda: “No me molesten con la calidad técnica del plan de estabilización,

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