La moneda en el aire. Roy Hora

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La moneda en el aire - Roy Hora Singular

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del Ministerio de Economía. “Me pide Juan que te diga si podés venir mañana”, dijo. Fui al Ministerio al día siguiente y Sourrouille, tan lacónico como Juan Carlos, me dijo: “Quiero que te incorpores a mi equipo”. “Cómo no”, le contesté, tratando de igualarlos a ambos en la economía de palabras. Tomamos un café y me fui. Al día siguiente me llamó la secretaria de Machinea para decirme que tenía preparada una oficina en el Banco Central. Una hermosa oficina. Me instalé allí porque no había espacio disponible en el edificio del Ministerio de Economía. Solo por eso. Señal mínima pero inequívoca de que por entonces la independencia del Banco Central no aparecía como una cuestión relevante.

       RH: Para entonces el gobierno no volvería a ganar elecciones, pero conservaba la iniciativa política frente a un peronismo que aún no había terminado de recuperarse de dos derrotas seguidas, en 1983 y 1985. Y el Plan Austral, aunque comenzaba a hacer agua, aún tenía algunos logros para mostrar.

      PG: No tantos. Fue en el invierno de 1986 cuando la inflación comenzó a acelerarse de nuevo, aunque no al ritmo previo. Es decir que entré al club cuando su momento de máximo esplendor había pasado, y me encontré con gente que seguía batallando, pero que era algo nostálgica de sus éxitos anteriores. No pude vivir desde adentro la alegría del lanzamiento y los primeros pasos del Plan Austral. Me hubiera gustado experimentar lo que Mario Brodersohn vivió en el Banco Nacional de Desarrollo.

       RH: ¿El entusiasmo que suscitó el Plan Austral en su primer año, lleno de éxitos?

      PG: Una anécdota lo pinta bien. El BANADE tenía depósitos particulares, depósitos minoristas. El Plan Austral se anunció junto con un feriado bancario y cambiario de varios días. El día en que debían retomarse las operaciones Mario llegó temprano al banco y vio una larga cola frente a la puerta, que todavía permanecía cerrada. Entró al banco y le dijo a la secretaria: “María, ¿puede acercarse a la cola y preguntarles, como si fuera una encuesta para ver por qué ventanilla tienen que ir, si vienen a depositar o a sacar?”. La secretaria fue y, luego de unos minutos, volvió y dijo: “Todos ponen”. Entonces Mario, exultante, le dijo: “¡Sírvanles café!”. Y los mozos del banco salieron a la calle con las bandejas, para agradecer el gesto y amenizar la espera. Me hubiera gustado disfrutar de un momento así.

       RH: Te incorporaste como asesor del Ministro de Economía. ¿Cómo funcionaba ese grupo?

      PG: La “carpa chica” eran Sourrouille, Canitrot, Brodersohn y Machinea. Eran quienes tomaban las decisiones finales. Después estábamos los demás, cada uno con su tarea. Era un grupo excelente. Algunos con alma de soldados; la mayoría con aspiraciones de coroneles. Pero nos llevábamos bien. En un lugar aparte estaba Juan Carlos Torre, el “monje negro” de la política ministerial.

       RH: ¿Cómo era Sourrouille en su papel de ministro?

      PG: Sourrouille es un excelente economista y un gran director técnico: dividía el trabajo, asignando a cada uno una tarea específica. Entre muchas otras virtudes, Juan es un gran organizador de equipos. Era admirable el liderazgo que ejercía, con un estilo muy suave y cordial. Decía que él no tenía equipo económico, que trabajaba con amigos. Nunca vi a una persona manejar un grupo con tanta solvencia. A veces era un liderazgo silencioso, porque no hablaba en toda una reunión, aun si había discusiones. Pero después te llamaba aparte y limaba asperezas o redondeaba iniciativas. Mantuvo todo el tiempo cohesionado a un equipo de vedettes. Logró mantener el control del equipo y asegurar la cordialidad entre todos sus colaboradores, cosa que no es fácil con tantas prima donnas.

       RH: ¿Vos te sentías una de ellas?

      PG: No, pero hubo dos episodios que alimentaron mi ego. El primero fue que, a poco de incorporarme, Sourrouille me dijo: “Venite a comer conmigo a Olivos”. ¿Qué más podía esperar, que cenar con Alfonsín? Yo había conocido a Alfonsín en 1978 en Costa Rica, en una conferencia convocada para debatir la situación latinoamericana. Él había escuchado allí mi exposición sobre la economía argentina, pero yo no podía imaginar que la recordara. Alfonsín nos recibió en la puerta de la residencia de Olivos, luciendo uno de sus típicos cárdigan. Al entrar al comedor, le dijo a Sourrouille: “Juan, usted siéntese al lado mío, déjeme tenerlo enfrente a Pablo así yo puedo charlar con él”. Y sin mirarlo a Sourrouille, dijo: “Porque Pablo es la primera persona que me enseñó algo de economía”. Yo sabía que era una mentira absoluta, pero me derretí. Alfonsín sabía cómo cautivar.

       RH: Destrezas fundamentales para robustecer el liderazgo: decirle a cada uno lo que quiere escuchar, establecer un vínculo singular con cada colaborador.

      PG: Así es. Y el segundo mimo que recibí fue que, casi simultáneamente, me invitaron a participar de las reuniones del sábado a la mañana en el despacho de Sourrouille. Eran encuentros con agenda abierta. Eso te permitía elevarte un poco del día a día y discutir los grandes lineamientos de política económica. También te enterabas de los problemas del resto del equipo. En esos encuentros participaban, además de los cuatro de la “carpa chica”, Juan Sommer, Jorge Gándara, Roberto Frenkel, Carlos Bonvecchi, Ricardo Carciofi, Ricardo Mazzorín, y algunos más que se me escapan.

       RH: A Mazzorín, el secretario de Comercio, siempre se lo recuerda por el episodio desafortunado de la importación de una partida de pollos congelados que terminaron pudriéndose en una cámara de frío, y que lo hizo víctima de burlas y hostigamiento.

      PG: Sí, Ricardo era una figura muy importante en ese equipo, un hombre respetado e influyente, de trabajo muy prolijo. Fue tremendo lo que le pasó, y siempre me digo que no supimos defenderlo bien. En su momento, él creyó que la acusación era tan ridícula que no valía la pena defenderse y dejó que el escándalo creciera. Ahí aprendí que siempre hay que enfrentar a la prensa y decir “esto es una ridiculez por tal y cual razón”, aunque a vos te parezca que no merece la pena. La comunicación es fundamental, y en este asunto nunca hay que bajar la guardia.

       RH: “Gobernar es explicar”, para decirlo con la frase que popularizó Fernando Henrique Cardoso durante su presidencia. Gobernar, supongo, también puede ofrecer lecciones sobre cómo funciona una sociedad, cómo reacciona frente a los estímulos que se le prodigan desde la cumbre del Estado. Imagino que, para un observador al que le interesa ponerse en los zapatos de los personajes que estudia, y que intenta vincular el proceso de toma de decisiones con los actores y los contextos que influyen sobre la política pública, estar en el Ministerio de Economía en esos años tan difíciles debe haber sido una experiencia iluminadora. Describí entonces qué significó para vos ese paso por el equipo de Sourrouille.

      PG: Fue una de las experiencias más intensas y de mayor aprendizaje de mi vida. Lo que aprendí en los libros es mucho menos que lo que aprendí en el Ministerio. Pasar por la gestión mata la soberbia y te vuelve más comprensivo de las experiencias ajenas y, si se quiere, más compasivo; por lo menos, eso me ocurrió a mí. Me ayudó mucho en mi vida académica y en mi vida intelectual. Carlos Pagni suele burlarse cariñosamente de mí diciendo que soy el Almodóvar de la historia económica. Un director de cine que vuelve bellos a los feos.

       RH: ¿En ese equipo todos veían la situación de la misma manera? ¿Había distintos diagnósticos?

      PG: Había matices. Algunos eran más escépticos. Pero atención: eso es intelectualmente elegante, pero paraliza. Otros, afortunadamente, no se daban el lujo del escepticismo y eso no los hacía menos inteligentes. Machinea es una cabeza brillante y activa, que nunca dejó que lo ganara el escepticismo, aunque naturalmente tuviera momentos de escepticismo. Sin gente así las cosas no pueden salir bien. José Luis es muy lúcido, pero después de sopesar pros y contras,

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