Dimensiones humanas en acción : Ser para saber obrar. Andrés González Duperly

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Así, entra en las interdependencias dimensionales la Creatividad –originalidad constante–, cuya esencia es la imaginación, la promotora de apariciones incesantes que surgen del fuero interno; la intuición en esta dimensión propulsa la realidad de maneras diferentes en los futuros deseados que son intencionados.

      CUADRO 1

      CRUCES TRILOGÍA SSO, DIMENSIONES HUMANAS Y ÁREAS

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      Fuente: AGD-Gerencia integral, 2010: SSO/DHA, 2018.

      Estas disposiciones habituales son actitudes firmes mayormente para hacer el bien que permiten al individuo interior realizar actos buenos, considerados de valor en cualquier ámbito, entregando lo mejor de sí. El individuo interior en búsqueda inmanente de querer en la voluntad de ser virtuoso reconoce las oportunidades para hacer entregas, intencionadas con acciones sencillas, concretas. Es el ejercicio de una voluntad que se educa, cultivándola, consciente, que promueve el hábito de estar alerta frente a sí, prestando atención concentrada a sus facultades en los tiempos de los “antes y después” que definen el sentido de la vida. Tales disposiciones se orientan mediante objetivos que comprometen los derechos y los deberes que le corresponden a emisor y receptores. Al estar conscientes de las cuatro virtudes estimuladas por las cuatro dimensiones al interior del Ser para Saber Obrar, estas propensiones son un saber obrar con integridad en la coherencia. En la sabiduría de Confucio (libro de las virtudes), “Existen cinco características que pueden ser universales y que actúan en la esfera social: respeto, grandeza del alma, veracidad, agudeza y generosidad”.

      Las virtudes en la memoria desde la consciencia intencionada (Dimensión 1) incluyen:

      La prudencia, el fundamento de toda acción; por tanto, es la primera virtud del ser-individuo interior-Directivo Integral de Vida. Es una cualidad que se cultiva y requiere del ejercicio constante de la razón (el criterio) para actuar con reflexión al discernir entre lo que es importante y urgente, entre la bondad y la torpeza –esta que siempre conlleva al mal, al temor que suele manifestarse y es ofensiva, insensata, imprudente–.

      La justicia, que implica equidad, principio de vida (ley universal). Al igual que la prudencia, es una virtud transversal. Como segunda virtud dentro del esquema del Ser, Saber y Obrar, consiste en facilitar a cada uno lo propio de acuerdo con su naturaleza y en concordancia con los actos en el correr de los “antes y después” de lo cotidiano. De manera que la entrega, la sensibilidad y la empatía son los tres ejes de esta virtud, la que también es un principio (ley universal) de vida y que es manifiesta en cualquier actividad personal o profesional.

      La templanza, la tercera virtud moral que modera la atracción a los placeres, equilibrando los desenfrenos de la vida en los bienes materiales y del espíritu; con ella en acción se asegura el dominio de la voluntad, facultad racional, apetito que sigue al conocimiento.

      La cuarta virtud, la fortaleza, es el cultivo de la fuerza de ánimo para afrontar adversidades; clama constancia en la búsqueda del bien, con paciencia e inteligencia hasta alcanzar el cometido final en las anticipaciones, sabiendo vencer los miedos.

      De la prudencia, justicia, templanza y fortaleza provienen múltiples cualidades, parte del tejido de otras virtudes, principios y valores éticos y morales, atributos y actitudes intrínsecas al ámbito espiritual2, epicentro del sistema del Ser para Saber Obrar.

      Las virtudes cardinales se regulan por medio del entendimiento. Es a partir de la capacidad de comprenderlas que se retienen para aplicarlas en el mundo interno; de esta manera dinamizan el sentimiento de valor personal (autoestima) y la autoconfianza, donde ambas cobran valor.

      En el contexto del Ser para Saber Obrar, el eje horizontal corresponde a las habilidades transversales. Estas se fundamentan en un tripié combinado de virtudes, competencias colaterales y organizacionales, y en las destrezas pertinentes a cada competencia, que se presentan como complemento a estas líneas. Las habilidades se perfeccionan mediante facultades endógenas explícitas, que también identificamos y cruzamos mediante un análisis de relevancia en términos de alta, media y baja incidencia, como se aprecia en el Cuadro síntesis 2 (“Hacia una malla curricular”).

      El término “habilidad” tiene la raíz etimológica de la cualidad “hábil” –del latín habilitatis, que se refiere a “lo que se puede tener”–3. Así, las habilidades representan las capacidades o cualidades –bien sean innatas o las que se pueden adquirir por medio del conocimiento que el Directivo Integral de Vida tiene (que atesora)–. Estas se utilizan en circunstancias específicas mediante determinadas acciones relacionadas con los procesos de dirección (gerenciales y de liderazgo), talentos que se ejecutan con facilidad para cumplir con eficacia objetivos y metas tanto a nivel personal como profesional y vocacional (Webster’s, 1983; RAL, 2002).

      Las facultades endógenas incorporan aquellos atributos distintivos de la inteligencia (ámbito cognitivo mayormente), es decir, aquellos que distinguen a un individuo interior y le facilitan un entendimiento específico, profundo (esencial) para hacer (obrar) con calidad sobre las virtudes. Son competencias que se expresan por medio del discernimiento.

      Las habilidades se consideran como transversales porque, como capacicualidades, se cruzan (transversalmente) en dirección perpendicular a lo que se considera “que se puede tener” u obtener (Corominas, 1984). Así, por su esencia oblicua y por los selectos comunes denominadores que estas habilidades transversales exhiben, se trasponen y articulan con una o más dimensiones, virtudes, competencias y respectivas destrezas con las facultades endógenas en al ámbito cognitivo. Al decir que son facultades endógenas se hace referencia a que proceden del interior, se engendran en él. En efecto, el vocablo “endógeno” viene del griego endo (que significa “adentro”) y del griego gen (que hace referencia a producir o engendrar). Por tanto, “endógeno” significa que nace dentro, y que “produce” o “engendra” dentro del sí mismo (Corominas, 1984).

      Cabe anotar también que las habilidades transversales requieren de compatibilizaciones substantivas con los atributos individuales (cualidades y motivadores) que el Directivo Integral de Vida autorreconoce. De manera que los procesos de enseñanza-aprendizaje cobran valor cuando el terreno está abonado para asumir el entendimiento sobre cada una de las competencias y su interrelación según la convergencia (nivel de inherencia) con las demás, visto que el enfoque es integral por su naturaleza transdisciplinar. Por lo tanto, se enseñan y se aprehenden con profundidad, no superficialmente. Se trabajan con metodologías activas, con fundamentos teórico-prácticos aunando los valores y las actitudes que orientan y sostienen las predisposiciones que se reflejan en los comportamientos propios de cada competencia y cada facultad. En los “cómo” es que estas habilidades transversales se entregan (aplican) según los contenidos basados en la realidad y en relación con los comportamientos (actos en las obras), mediante la comprensión de las trilogías complementarias al Ser, Saber y Obrar, que entran en juego en el proceso de la formación de competencias que se circunscriben al aprendizaje por razonamiento y sirven de hilos conductores al interior de las habilidades transversales y las facultades endógenas, como veremos más adelante.

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