Para una crítica del neoliberalismo. Rodrigo Castro

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Para una crítica del neoliberalismo - Rodrigo Castro Fuera de serie

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de la redención de la deuda, que ya no es posible un acontecimiento que suponga un cambio radical o una novedad; y que, en cambio, solo existe el presente perpetuo, inmovilizado, de la condena. No hay entonces más tiempo que el de la deuda, el cual, como la mancha de sangre que reaparece una y otra vez después de haberse limpiado, nunca puede borrarse porque siempre se está contrayendo una y otra vez.

      La presión que siente el hombre endeudado del neoliberalismo es similar a la que impone el superego. El examen del superego, del juicio inconsciente que siempre condena al sujeto, conduce —dice Balibar (2014: 172)— a la paradójica justificación de los tribunales externos. El examen del sujeto neoliberal conduce, a nuestro juicio, a la paradójica justificación de la política republicana de lo común. Muestra que la única liberación (de la deuda) pasa por salir del aislamiento interior, del sentimiento inconsciente e individualizado de culpa, por abrirse a lo público, y, en consecuencia, por la defensa de lo común.

      Abordar el tema de la producción de la subjetividad neoliberal exige detenerse en la cuestión del hombre endeudado como hombre permanentemente evaluado, y, por tanto, en las técnicas subjetivas de evaluación. Lazzarato (2013: 160) sigue una vez más en este tema a Deleuze y afirma que la deuda se halla en el origen de la medida, del cálculo y de la técnica gubernamental de evaluación. Si la deuda es infinita, la evaluación también lo es. Esta técnica de gobierno produce un sujeto responsable de sus acciones, y, por tanto, capaz de convertir su vida en un esfuerzo constante por devolver la deuda. La retórica del empresario de sí mismo tiende a ocultar que la evaluación disminuye la posibilidad de elegir y decidir por parte de asalariados, usuarios y gobernados. Pero lo cierto es que la evaluación, en la medida que lleva a examinar todos los proyectos vitales del homo debitor, afecta a lo más profundo de su libertad e intimidad. Supone así, como ya apuntaba Marx en aquel escrito de juventud antes aludido, una intromisión intolerable en la vida de los sujetos. Un buen ejemplo de esta intromisión totalitaria es, para Lazzarato, el control de los beneficiarios de subsidios. Para merecerlos, como pone en escena Ken Loach en su filme I, Daniel Blake (2016), tales beneficiarios deben rendir cuentas y justificar lo que hacen con su vida, pues el Estado neoliberal considera que todos son tramposos en potencia.

      La nueva sociedad neoliberal implica asimismo la aparición de un conjunto de nuevas relaciones de poder, todas las cuales englobó Deleuze bajo el término de sociedad de control. Es así cierto que la paulatina extensión del empresario de sí mismo ha ido difuminando cada vez más los dualismos sociales, empezando por los de clase (proletarios/capitalistas). Dentro de este contexto neoliberal resulta evidente que ya no basta con las técnicas bipolíticas ejercidas sobre la población y con las técnicas disciplinarias ejercidas sobre las subjetividades dentro de un espacio cerrado. Es preciso —de acuerdo con la terminología que Deleuze toma de Simondon— modular tales subjetividades constantemente y en un espacio abierto (Lazzarato, 2017: 94-95). Surgen entonces toda una serie de tecnologías de acción a distancia (televisión, video, ordenadores, redes digitales, satélites, drones, etc.) que ayudan a controlar a los individuos. Lazzarato (2017: 99-100) piensa que la sociología de Gabriel Tarde sobre los públicos proporciona elementos valiosos para comprender las relaciones de control, pues alude a una influencia a distancia de unos espíritus sobre otros. Por lo demás, es importante tener en cuenta que «las técnicas de sometimiento de las sociedades de control no reemplazan a las de las sociedades disciplinarias, sino que se superponen a ellas» (2017: 101). Esto significa que la sociedad de control está constituida tanto por el conjunto de los dispositivos disciplinarios y biopolíticos como por los relacionados con las nuevas tecnologías de acción a distancia (2017: 106).

      El capitalismo neoliberal no solo produce la sujeción social de los individuos y de las masas, conseguida mediante las disciplinas y el biopoder, sino también un nuevo sojuzgamiento maquínico relacionado con ese sometimiento a distancia que es propio de la sociedad de control. Según Lazzarato (2013: 173), la gubernamentalidad analizada por Foucault resulta hoy insuficiente porque no tiene en cuenta el funcionamiento de los sojuzgamientos maquinales. Para ver la novedad de estas técnicas de control con respecto a la sujeción social, es preciso tener en cuenta que esta última ha llevado al paroxismo la individualización, y que funciona a partir de normas, reglas o leyes. Pretende, con la ayuda de diversas máquinas jurídicas, policiales y mnemotécnicas, la dominación del individuo considerado como un todo, ya que el dominio se extiende sobre la conciencia, la memoria y las representaciones de este individuo (2013: 169). Cuando hablamos de sujeción social, lo importante es la negociación del sujeto consigo mismo. Aunque la norma sea externa, todo sucede —si hablamos de la sociedad neoliberal marcada por la economía de la deuda— como si el mismo individuo se autocreara como homo debitor (2015a: 185).

      Lazzarato (2015a: 193-194) comenta que las sociedades disciplinarias giran alrededor de técnicas biopolíticas y disciplinarias que se aplican a masas e individuos. Como señala la propia palabra, in-dividuo es indivisible e inseparable porque encierra en un todo «las subjetividades parciales, modulares y preindividuales que lo componen». Sin embargo, en la sociedad de control los individuos se descomponen en partes, se convierten, como señala Deleuze, en dividuales; esto es, se dividen y separan en sus elementos constitutivos (memoria, intelecto, sensibilidad, etc.). Al mismo tiempo, las masas pasan a ser un conjunto de «muestreos, datos, mercados o bancos». Lazzarato (2015a: 195) explica a continuación que este desgarramiento del individuo y de las masas en partes supone, en afinidad con el capitalismo financiero, una especie de des-territorialización del individuo y de la población que sirve para producir «consumidores, electores, comunicadores», o para fabricar «identidades sexuales, comportamientos, conductas adaptadas y nuevas corporalidades».

      Lazzarato (2015a: 195-196) piensa, no obstante, que Foucault (2007, 308-310) no está lejos de este pensamiento, pues «da una definición de la subjetividad del homo economicus, tomada del economista neoliberal Gary Becker, que coincide en ciertos aspectos con la del dividual». El mismo Foucault admite que este nuevo hombre puede ser descompuesto en «sus subjetividades parciales y modulares y sus múltiples vectores preindividuales de subjetivización». También reconoce que, como este hombre está dentro de un medio, el poder gubernamental deber actuar sobre este. De ahí la proliferación de toda una serie tecnologías ambientales, como las técnicas de prevención y anticipación, que se caracterizan porque no producen interiorización.

      Quizá sea esto lo decisivo para entender el concepto de sojuzgamiento: mientras la sujeción produce interiorización, el sojuzgamiento no lo necesita. Sondeos, mediciones de audiencias, perfiles construidos por las empresas que administran las redes sociales, big data, modelos publicitarios, etc. son técnicas de gubernamentalidad que, según Lazzarato (2015a: 197-1998), «se suman a la acción del Estado y la completan». Es decir, el sojuzgamiento maquínico deshace al individuo porque no está relacionado con la conciencia y la representación del sujeto. Remite «a técnicas no representativas, operacionales, diagramáticas que funcionan explotando subjetividades parciales, modulares, subindividuales». Los hombres funcionan en muchas ocasiones como «piezas mecánicas», esto es, como «componentes y elementos humanos del maquinismo» (2015a: 183). Por eso, Deleuze llama dividuo al operador, elemento o pieza humana que es sojuzgado por el funcionamiento de máquinas sociotécnicas, propias de la economía de la deuda.

      Hoy apenas se distingue —explica Lazzarato (2015a: 184)— «entre el organismo y la máquina, el sujeto y el objeto, el hombre y la técnica». Los actos más humanos, como hablar, ver, oír, sentir, ya no se pueden concebir sin la participación de las máquinas, entre las cuales cabe destacar el ordenador porque afecta a nuestra percepción y pensamiento (2015a: 188). Para comprender estas máquinas debemos tener en cuenta que no exigen actuar sino reaccionar (2013: 174); y, sobre todo, debemos saber que funcionan de acuerdo con «semióticas asignificantes» que «tienen un efecto significante» (2015a: 188). Entre las principales semióticas asignificantes que, sin pasar por la representación y la conciencia, hacen funcionar la máquina del capitalismo financiero de nuestros días, Lazzarato (2015a: 188) menciona «la moneda, las cotizaciones de bolsa, el spread, y hasta los algoritmos, las ecuaciones y las fórmulas científicas». Como de forma crítica apunta el Pasolini (1983) de los años setenta y de forma

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