Para una crítica del neoliberalismo. Rodrigo Castro
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5. La lucha política contra el neoliberalismo desde la crítica artística: el rechazo del trabajo
Lazzarato (2015a: 242) piensa que la única posibilidad de dar fin a la dominación neoliberal pasa por «detener la valorización y salir de los flujos de comunicación/consumo/producción». A partir de «esa detención o salida», se debe «reencontrar la igualdad, condición de la organización política». El teórico del hombre endeudado aboga de este modo por la desaceleración, por un tiempo de ruptura y de suspensión de los dispositivos neoliberales de explotación al que denomina tiempo perezoso. Siendo consciente de que se mueve en un terreno peligroso, y que puede ser tachado de ingenuo, desea aclarar que, en su comentario sobre la pereza, hay «un poco de humor». Más allá de esta precaución, lo importante es que Lazzarato (2015a: 243-4) califica como acción perezosa a «la acción política que rechaza y escapa a la vez de los roles, las funciones y las significaciones de la división social del trabajo, y que mediante esa suspensión crea nuevas posibilidades». El rechazo del trabajo, que es en el fondo lo que implica la acción política perezosa, significa entonces resistirse a ser «asignado a una función, un papel, una identidad, establecidos de antemano en y por la división social del trabajo». Obrero, artista, mujer, trabajador cognitivo, etc. son asignaciones e identificaciones que atrapan al sujeto en una relación de explotación y dominación. Lazzarato (2015b: 16-17) advierte expresamente que este rechazo del trabajo remite a la lucha política contra la asignación capitalista de un lugar y una función. Por este motivo no debe confundirse con el desobramiento de los impolíticos, y, en particular, con el propuesto por Giorgio Agamben. Critica asimismo al movimiento obrero por abandonar las políticas de rechazo del trabajo, y ponerse al servicio del productivismo y de la industrialización (2015b: 17)3.
Para Lazzarato (2015b: 20), la pereza no es un simple «no hacer» o un «hacer lo mínimo», sino que implica una toma de posición política con respecto a las condiciones de existencia impuestas por el capitalismo neoliberal. Una parte de la izquierda más radical, dentro de la cual podemos incluir al teórico del hombre endeudado, considera que la acción política consiste en deshacer las categorías, identidades y roles que impone la división social del trabajo, con el objetivo de abrir otras posibilidades (2013: 250). Precisamente, la acción perezosa, que, para el republicanismo clásico, era propia de los ociosos, supone una acción política de este tipo. Tal acción es también democrática porque no requiere de ningún saber especializado, sea cognitivo o profesional, y, en consecuencia, todo el mundo puede realizarla.
En principio, el neoliberalismo se presenta como una respuesta exitosa al rechazo del obrero fordista a seguir trabajando en las cadenas de montaje. El credo neoliberal promete que el trabajo dejará de ser un castigo, un trabajo forzado, cuando cada sujeto gestione su vida como si fuera una empresa individual (2015a: 244-245). Pero, a pesar de la retórica del empresario de sí mismo y del capital humano, la crisis reciente demuestra que el neoliberalismo produce un nuevo proletariado, cuya vida es tan precaria como la de los trabajadores de épocas pasadas.
Lazzarato (2015a: 246-247) opina que la lucha contra el neoliberalismo pasa realmente por el cuestionamiento de la antropología de la modernidad, que en buena medida está basada en ese tiempo productivo que llamamos trabajo, y por el redescubrimiento de la temporalidad de lo posible y del acontecimiento, de la «duración relajada y dilatada de un presente de extensiones múltiples». Solo así puede emerger «otro espacio-tiempo, animado de la mayor velocidad y la mayor lentitud». Esta posición —advierte el filósofo de la deuda— no debería conducir a una crítica reaccionaria de la ciencia y de la tecnología. Lejos de la tecnofobia que anima a muchos de los críticos contemporáneos, Lazzarato mantiene que precisamos de la ayuda de las máquinas y de la tecnología para alumbrar esta otra manera de vivir el tiempo.
No se puede entonces combatir el neoliberalismo sin reflexionar antes sobre el tiempo, que es la clave de las sociedades de control. Con este fin, resulta imprescindible saber que, para el capitalista de todas las épocas, el tiempo es oro, algo escaso y cuantificable, mientras que, para el perezoso u ocioso —el hombre que no se identifica con su trabajo—, su «capital es el tiempo» (2015a: 247). Y esto es así porque el perezoso no lo percibe como algo escaso que haya que ganar y cuantificar en dinero.
Sobre esta antropología de la modernidad estrechamente vinculada al esfuerzo por ganar tiempo, Blumenberg (2011: 460-463) nos proporciona algunas valiosas reflexiones. En su tratado póstumo sobre antropología, ha explicado que el hecho de ser consciente de la finitud de la vida humana provoca en muchas ocasiones la reacción de ser «avaro con el tiempo». En su opinión, el burgués es la figura histórica que mejor encarna el sentimiento y pensamiento de que es necesario ganar tiempo. Sin embargo, durante siglos no fue obvio que el tiempo fuera escaso: solo se convierte realmente en algo tan raro y valioso como el oro cuando entra en contacto con una burguesía que inventa «la virtud de no perder el tiempo». Se comprende así que Benjamin Franklin acuñara la fórmula «el tiempo es dinero».
Blumenberg se pregunta seguidamente hasta qué punto «la función central de la ganancia de tiempo», que se halla en la base del espíritu burgués, responde a una necesidad antropológica. El mismo Heidegger (1944, §66), que sentía poco afecto por «el espíritu burgués y sus productos», se pregunta si «el contar con el tiempo es constitutivo del ser-en-el-mundo». Entre los críticos del mundo burgués se podría colocar a todos aquellos filósofos que, como Schopenhauer, intentan desvincular el tiempo de la realidad y reducirlo a la «nada infinita», negando seriedad y realidad a este asunto. La crítica de Lazzarato no le quita importancia a esta cuestión, pero sí explora otra relación del hombre con el tiempo que ya no esté marcada por el cálculo, por una relación en la que se cuenten ganancias y pérdidas y en la que el otro (el proletariado) y uno mismo (el empresario de sí mismo) se pongan al servicio de la valorización del tiempo, que no es otra cosa que dinero.
El rechazo del trabajo sirve para deshacer todo tipo de identidad, sea social, natural, sexual o de cualquier otro tipo, y abre la posibilidad de experimentar con la construcción de una nueva subjetividad (Lazzarato, 2015b: 35). La acción perezosa es así «un operador de desidentificación» que cuestiona todas las identidades, empezando por las profesionales y continuando por las sexuales. Desde la Antigüedad, la actividad se suele identificar con el hombre, mientras que la mujer se identifica con la inactividad y con las actitudes más pasivas (2015a: 248). En cambio, la acción perezosa se dirige contra la virilidad de cualquier acción provechosa y cuestiona la dominación de la mujer y de la naturaleza. Además, tal acción se halla «en las antípodas de la acción finalista de la producción capitalista, para la cual el fin (el dinero) es todo y el proceso no es nada» (2015a: 248). Por este motivo, el rechazo del trabajo vuelve a dar importancia al proceso, al devenir, que tan esencial resulta para entender el acontecimiento y la novedad.
Lazzarato encuentra en algunos artistas la más radical crítica y rechazo del trabajo. Indudablemente, en el mundo neoliberal el artista está dentro del mercado y se convierte a menudo en una categoría o identidad más de la división social del trabajo. Hasta tal punto es así que, para algunos, se ha convertido en el mejor prototipo de empresario de sí mismo porque encarna la libertad del creador (2015b: 16, 23). Desde luego, se trata de una falsa libertad, pues ni el arte ni las industrias culturales escapan a las necesidades de valorización financiera, con lo cual la creatividad y la libertad del artista acaban subordinándose a tales necesidades. Pero Lazzarato se refiere a otro tipo de artista, a uno que se niega a confundir su vida con la obra producida, y que cuestiona la antropología de la modernidad fundada en la escasez del tiempo y en el trabajo como vocación. Esta negativa a dejarse encerrar por una etiqueta, una clasificación, una identidad, le lleva, en cierto modo, a reconocer que el proceso de subjetivización, de modo similar a la revolución permanente,