Un mundo dividido. Eric D. Weitz

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Un mundo dividido - Eric D. Weitz

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de 1790, difundido a principios del siglo XIX por la Filikí Etería e introducido, al menos en parte, por las diversas constituciones y regímenes que siguieron a la guerra de Independencia, en la década de 1820.

      Esos derechos se limitaban a los hombres que profesaban la religión ortodoxa griega. Pero los derechos nunca son estáticos. En el caso griego se extendieron considerablemente, sobre todo a partir de 1945. En 1952 las mujeres conquistaron finalmente el derecho al voto. El Gobierno socialista instaurado en 1981 amplió mucho los derechos sociales y promovió la incorporación de numerosas personas al espacio político; pero también extendió enormemente un sistema clientelista que esquilmaba los recursos económicos.101

      A los hombres griegos (y más tarde a las mujeres) les beneficiaron los derechos que les fueron reconocidos en las ocho constituciones promulgadas desde 1822. Otros grupos no fueron tan afortunados.102 Los rebeldes griegos de la década de 1820 mataron y expulsaron a un buen número de musulmanes y judíos. A finales del siglo XIX y en el siguiente, a medida que el país se fue expandiendo con la incorporación de Creta, Tracia y otras regiones a su territorio, la población se fue haciendo cada vez más diversa, lo que dio pie una vez más a preguntarse quiénes tenían derecho a tener derechos. Casi todas las constituciones establecían la adhesión al credo de la Iglesia ortodoxa griega como condición para la ciudadanía.

      La constitución de 1974, redactada después de la caída de la junta militar, era más democrática que las precedentes: proclamaba la igualdad de todos los ciudadanos y los derechos y libertades de todos los hombres, incluida la libertad de culto “para todas las religiones conocidas”, aunque al mismo tiempo reconocía la ortodoxa oriental como la confesión mayoritaria.103 Las leyes griegas sobre naturalización insisten mucho en la etnia, refiriéndose continuamente a las personas de “ascendencia griega”, aunque esta frase no excluye formalmente a musulmanes ni a judíos ni otros grupos.104 La minoría musulmana, la única reconocida oficialmente, constituye alrededor del 1% de la población; la judía, apenas el 0,3%.105 El 97% de los griegos se declaran ortodoxos, circunstancia que cabe atribuir a lo ocurrido en el país en el siglo y medio comprendido entre la década de 1820 y principios de la de 1960: la formación de un Estado nación, las violentas operaciones de limpieza étnica, la progresiva acomodación de otros grupos cristianos a su entorno, la ocupación nazi y el Holocausto.

      ¿Por qué se convirtió entonces Grecia en un Estado nación que reconocía una serie de derechos, aunque limitados en la práctica, a los hombres griegos? Este desenlace no era inevitable ni mucho menos. Los rebeldes griegos eran tenaces y decididos y no estaban dispuestos a rendirse, pero no podían ganar la guerra sin ayuda externa. Los otomanos, por su parte, eran incapaces de reprimir la insurrección y someter rápidamente a la población del Peloponeso. Este estado de cosas propiciaba la intervención de las grandes potencias. Reacias al principio, acabaron entrando en el conflicto, lo que se explica en parte por la presión de los filohelenos y la indignación moral que supieron excitar. Los intereses de los Estados fueron, sin embargo, el principal factor determinante. A Gran Bretaña le convenía la estabilidad en el Mediterráneo oriental, una zona estratégica para el país. A Rusia, por su parte, el conflicto griego le ofrecía la oportunidad para extender su influencia a la región del mar Negro y más allá.

      En el caso griego y en muchos otros que se dieron alrededor del planeta, las grandes potencias y los legendarios sistemas internacionales que habían construido (Viena, París, Washington-Moscú) se vieron amenazados con frecuencia por actores decididos que no sabían controlar. Tuvieron que buscar soluciones a conflictos que no habían deseado y crisis que les habían venido impuestas (como veremos en los casos de Palestina/Israel y Ruanda y Burundi). A menudo, en su desesperado afán por resolverlos, permitían la fundación de Estados independientes con constituciones y conjuntos de derechos que podían superar con creces los que otorgaban a sus propias poblaciones. En Grecia, sin embargo, las grandes potencias restringieron con decisión el ámbito de los derechos humanos imponiendo al nuevo Estado un príncipe bávaro y luego uno danés, cuya familia reinaría hasta 1974. Las intervenciones británica y estadounidense en la guerra civil de la década de 1940 y el apoyo que prestó Estados Unidos a la dictadura militar en las décadas de 1960 y 1970 contribuyeron a limitar los derechos drásticamente. Estados Unidos llegó a hacerse cómplice del encarcelamiento, tortura y asesinato de ciudadanos griegos.

      Con Velestinlís y Androutsos y Byron y Delacroix y muchos otros, los ideales de la Ilustración y el Romanticismo europeos se propagaron por el entorno cercano: Grecia y el Mediterráneo oriental. A raíz de esta difusión se fue configurando un mundo europeo y transeuropeo, un mundo globalizado, puesto que lo ocurrido en Grecia tendría una enorme resonancia durante todo el siglo XIX y el XX y en todo el territorio del Imperio otomano, incluidos los Balcanes, Anatolia y Oriente Medio.

      En 1827 la Asamblea Nacional ensalzó los triunfos de la rebelión griega: “Han desaparecido miles de musulmanes de la sagrada patria. Podemos aniquilar a miles más, siempre y cuando aprendamos a amarnos los unos a los otros y tengamos un único propósito: ¡la salvación de la patria y nuestros conciudadanos! ¡La libertad del país es hoy el bienestar de todos!”.106 Libertad para unos, muerte para otros: he aquí la paradoja que acompañó a la fundación de Grecia y también se manifestó en una región muy lejana, separada de Grecia por un océano y un continente. Nos referimos al norte de Estados Unidos, donde una república que se estaba expandiendo se enfrentó con su población india.

      III

      ESTADOS UNIDOS

       Expulsiones de indios del North Country

      El 23 de agosto de 1862 el gobernador de Minesota, Alexander Ramsey, envió un telegrama muy escueto al Departamento de Guerra, en Washington: “Los indios sioux se han alzado y están asesinando a hombres, mujeres y niños”.1 Los cables telegráficos aún no llegaban al resto de Minesota desde la capital del estado, Saint Paul. La información transmitida por Ramsey venía de unos mensajeros que habían logrado cruzar las líneas enemigas. Las palabras del gobernador, aunque escasas, revelaban la angustia y el miedo que cundían en los puestos de avanzada estadounidenses que había en el North Country. Ese mismo día, Ramsey escribió al secretario de Guerra, Edwin Stanton, una carta más larga en la que le comunicaba que había ordenado a un grupo de soldados comandados por el coronel Henry Hastings Sibley que se dirigieran lo antes posible a las zonas donde se estaban produciendo las matanzas “con el fin de proteger a los colonos y atajar los crueles actos de barbarie de los salvajes. […] Los chippewa también están causando problemas”.2 Ramsey pidió que el Ejército de Estados Unidos enviara refuerzos para socorrer a la población de Minesota, asediada por los indios.

      En medio de la guerra civil, cuando el destino de la Unión estaba en juego (y en el verano y otoño de 1862, el Norte, que había sufrido una larga serie de derrotas, estaba en su momento más crítico), el Gobierno creía igual de importante asegurar la colonización blanca de la zona del North Country que bordeaba el nacimiento del río Misisipi. La magnitud de los combates que se estaban librando en la frontera de Minesota no era equiparable ni mucho menos con la del conflicto entre el Norte y el Sur; pero su significación política era evidente para todos los actores. El destino de la Unión como país colonizador de un continente entero estaba en juego en Antietam, Bull Run y Gettysburg, pero también en New Ulm, Fort Ridgely y Saint Paul (véase mapa de la p. 101).

      El Departamento de Guerra ordenó el envío de un regimiento de infantería, los Third Minnesota Volunteers y, tras las oportunas deliberaciones, creó un departamento específico para el noroeste, señal de la honda preocupación de los funcionarios federales. Stanton nombró al general John Pope (que había fracasado como comandante del Ejército de la Unión en la segunda batalla de Bull Run) jefe del Departamento, otorgándole amplios

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