Un mundo dividido. Eric D. Weitz
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“Si les atacáis os atacarán y os devorarán a vosotros y a vuestras mujeres y a vuestros hijos. […] Estáis locos. […] Moriréis como los conejos cuando les persiguen los lobos hambrientos en las noches de Luna Dura”.29 Así se dirigió el jefe dakota Pequeño Cuervo a un reducido grupo de seguidores suyos que habían asaltado establecimientos de comercio y almacenes (véanse ilustraciones de las pp. 110 y 111). Los indios, desesperados, habían robado harina, carne y otros artículos de primera necesidad. También habían matado a cuatro blancos y sembrado así el pánico en los dos lados. Pequeño Cuervo sabía que las autoridades harían a la tribu entera responsable de las acciones de unos pocos. A los dakotas se les privaría de las rentas anuales y forzaría a hacer otras concesiones; ante todo tendrían que entregarles a los verdaderos responsables, que serían encarcelados, juzgados y ahorcados, de esto último no cabía duda. El jefe indio también sabía que los blancos estaban preocupados por la guerra de Secesión, que estaba yendo mal para el Norte, y que muchos ciudadanos de Minesota, incluidos mestizos, habían sido reclutados por el Ejército de la Unión o se habían alistado. Para aquellos dakotas dispuestos a luchar en la guerra, aquel verano, el de 1862, era un momento propicio.30
Los temerarios seguidores de Pequeño Cuervo le acusaron de cobardía: el jefe se puso furioso, pero al final se sumó a los más belicosos e hizo de la escaramuza una guerra en toda regla.
Los rebeldes dakota batallaron con los colonos y el ejército y visitaron a otras tribus para convencerlas de que se les unieran. Algunas aceptaron; otras se mostraron tan cautas como lo había sido Pequeño Cuervo al principio. Los rebeldes nunca obtuvieron el apoyo de todos los dakotas, ni mucho menos el de otros indios del North Country: muchos temían perder aún más tierras en el caso de enfrentarse con el Gobierno de Estados Unidos en una guerra total. El principal motivo de discordia entre los indios estaba en los centenares de blancos y mestizos tomados como rehenes y forzados a desplazarse con los rebeldes. Los dakotas sabían lo útiles que les serían estos prisioneros en una negociación, pero al mismo tiempo, y dado el valor que su cultura atribuía a los lazos de parentesco, se sentían en el deber de proteger a aquellos blancos y mestizos con los que estaban emparentados, aunque fuese lejanamente.
Los dakotas partidarios de la guerra y los defensores de la paz (los “hostiles” y los “amistosos”, como se los llama en los documentos del siglo XIX), que sumaban unos mil hombres, así como los centenares de cautivos blancos y mestizos, se reunieron en la aldea de Pequeño Cuervo. Existía una tensión enorme: los rehenes temían que los mataran, y las dos facciones indias estaban dispuestas a combatir.31 Paul Mazakutemani, un converso al cristianismo, arriesgó su vida interponiéndose entre ellas, y suplicó a Pequeño Cuervo que se rindiera. “Los estadounidenses son un gran pueblo –dijo–. Tienen plomo, dinamita, armas y provisiones en abundancia. Dejad de luchar, reunid a todos los prisioneros y dádmelos. Quienes luchan contra los blancos nunca se hacen ricos ni permanecen en un sitio más de dos días; siempre están huyendo y pasando hambre”.32 En otra reunión, Mazakutemani volvió a reconvenir a Pequeño Cuervo y sus seguidores, preguntándose si estaban “dormidos o locos. Luchar contra los blancos es como luchar contra el trueno y el relámpago. Os matarán a todos. Es como tirarse al Misisipi”.33
Pequeño Cuervo (1810-1863) fue un jefe de los dakota sioux de Mdwakanton. Aquí aparece reprentado en la firma del Tratado de Traverse des Sioux
Pequeño Cuervo vivía entre dos mundos. En contraste con la ilustración de la página anterior, aquí lleva principalmente ropa occidental
Durante casi dos siglos había habido choques en la frontera y habían aumentado con rapidez el número de colonos euroamericanos y usurpaciones de tierras indias, de ahí que Mazakutemani se diera cuenta del poder de los blancos. Sabía que los colonos tenían de su parte al Ejército de Estados Unidos y a las milicias de Minesota; y por lo menos intuía que, pese a estar combatiendo al mismo tiempo la insurrección del Sur, que ponía en peligro la supervivencia del país, el Gobierno estadounidense no permitiría en ningún caso que los indios triunfaran por la fuerza. Pequeño Cuervo probablemente sabía que la suya era una causa perdida, pero aun así no se dejó convencer: “Tenemos que luchar y morir juntos. Es de locos y cobardes pensar lo contrario, y abandonar a la nación en un trance así. No caigáis en la deshonra de rendiros, porque os colgarán como a perros: morid, si es necesario, con el arma en la mano, como valerosos guerreros del pueblo dakota”.34
En todo el fértil valle de Minesota, los guerreros dakota atacaron a los colonos y los puestos de avanzada de la Indian Agency. Estas ofensivas, como tantas anteriores, llevaron a brutales matanzas de hombres y a veces de mujeres y niños, por más que Pequeño Cuervo hubiese ordenado que se les perdonara la vida. Era más frecuente, sin embargo, que los indios tomaran a las mujeres y los niños como prisioneros. A veces buscaban asesinar a una persona concreta, a cierto comerciante al que odiaban por haber dicho –o eso se rumoreaba– que si los indios pasaban tanta hambre podían comer hierba, le mataron a palos y le llenaron la boca de hierba.35 En otros casos, las matanzas eran indiscriminadas. Los indios también perdonaban la vida a muchos blancos, particularmente a los que tenían lazos de parentesco con ellos.36 A los colonos, por su parte, nada les indignaba más que ver cómo se sublevaban indios a los que creían conocer bien.
Henry Hastings Sibley en 1860. Sibley (1811-1891) llegó al Territorio del Noroeste como trampero. Vivió con los indios durante largos periodos y tuvo un hijo con una india. En 1858, cuando Minesota fue reconocida como estado, se convirtió en su primer gobernador. En 1862 se le puso al mando de la Milicia del Estado de Minesota, encargada de reprimir la rebelión de los sioux, y también en las campañas de 1863 y 1864. La prudencia de su estrategia militar y la relativa moderación de su postura política (se oponía al ajusticiamiento de aquellos indios que no habían matado a ningún blanco) suscitaron gran hostilidad entre los euroamericanos. Sigue siendo una figura venerada por muchos ciudadanos de Minesota
A pesar de la protección de que gozaba, la población blanca fue presa del pánico, un terror “universal e irreprimible”.37 Miles de colonos “despavoridos” se refugiaron en asentamientos mayores, como Mineápolis y Saint Paul, y fuertes del Ejército de Estados Unidos; y algunos no volvieron nunca a sus casas y granjas. En el valle de Minesota se podían recorrer unos trescientos kilómetros sin ver más que una región “destruida y despoblada”.38 Unos meses después, en una carta al presidente Abraham Lincoln, su secretario, John G. Nicolay, sostuvo que “no ha habido nunca un conflicto tan repentino ni tan feroz ni tan cruento como el que colmó de tristeza y amargura el estado de Minesota”.39
“La guerra, como una tormenta arrasadora, estalló de repente y se extendió con rapidez –escribiría una mujer dakota muchos años después–. Era difícil saber quiénes eran amigos y quiénes enemigos”.40 También describió el pánico que cundió entre los sioux.41 Las discordias internas ya mencionadas se agravaron en medio del conflicto armado. Algunos dakotas, enardecidos por los abusos de los blancos y una cultura que ensalzaba a los guerreros, clamaban venganza. Otros compartían los temores de Pequeño Cuervo; sabían que la guerra sería