Un mundo dividido. Eric D. Weitz

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–tanto los que iban a ser ajusticiados como los condenados a penas de cárcel– tuvieron que contener en el camino a multitudes que amenazaban con masacrar a los indios. La prensa local enardeció los ánimos clamando “¡muerte a los bárbaros!”.73

      No hubo masacres de indios. Los dakotas, al contrario que los indios de California, no sufrieron un genocidio.74 Se optó, en efecto, por una política de expulsión que afectó igualmente a los ojibwa y los winnebago, aunque estas tribus no habían librado más que unas cuantas escaramuzas.

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      El 26 de diciembre de 1862 se ejecutó a 38 sioux, en lo que fue la mayor ejecución en masa de la historia de América

      Sus nuevos hogares, sin embargo, se encontraban en el territorio que más tarde se convertiría en Dakota del Sur, y no en Minesota. Los indios se dispersaron por el Territorio Dakota, Iowa y Nebraska. Muchos fueron a parar a la reserva Crow Creek, en la actual Dakota del Sur, o Fort Totten (donde hoy se encuentra la reserva Spirit Lake), en la actual Dakota del Norte.76 Algunos dakotas permanecieron en el lado canadiense de la frontera; otros se desplazaron al oeste y acabaron uniéndose a sus hermanos lakota para abrir un nuevo capítulo en la historia de la resistencia india. Unas cuantas familias formaron comunidades dispersas en Saint Paul y Faribault, asentándose en extensiones de ochenta acres; pero su presencia suscitó enorme hostilidad entre sus vecinos blancos.77

      Todos aquellos que vieron su sentencia de muerte conmutada por Lincoln fueron enviados a la cárcel de Davenport, en Iowa. Los misioneros ayudaron a no pocos prisioneros y perseveraron en su esfuerzo educativo. Los dakotas sufrieron condiciones atroces en la cárcel. Algunos murieron de hambre, y otros de frío en invierno. A todos les daba pena no poder ver ni cuidar a sus parientes. Gran parte de los centenares de presos perecieron, como ya había ocurrido en Fort Snelling.78

      Muchos de los que se habían convertido al cristianismo –antes o después de ser condenados– escribieron al reverendo Stephen Return Riggs, un famoso misionero, suplicándole que averiguase cómo estaban sus parientes o intercediese por ellos para que se les liberara. Aseguraban creer en el “Gran Espíritu” y haber dejado la bebida y renunciado a las “costumbres indias”.79 También le pedían que rezase por ellos y sus familias. “No paran de morirse jóvenes que han aprendido a escribir –le escribió a Riggs un prisionero llamado Su Nido Sagrado–. Me da mucha pena. […] Desde que llegamos aquí han muerto por lo menos cuarenta y cinco, y morirán muchos más. […] Las mujeres están tristes y asustadas, y algunas pasan hambre y huyen. Hay varias que no se acuerdan del Espíritu Santo. Se las está dispersando y separando”.80 Otro prisionero, Robert Hopkins, al que Riggs había escrito preguntando por las condiciones de vida en la cárcel, le contó que muchos compañeros suyos estaban enfermos y algunos morirían, en su mayoría de frío cuando llegara el invierno. “Si saca usted a alguno [de mis parientes] de la cárcel –le escribió–, me alegraré mucho”.81

      Pequeño Cuervo había huido, como ya hemos dicho, y con un grupo de seguidores cada vez más reducido había vagado por Minesota y, posteriormente, por las dos Dakotas y Canadá. El 3 de julio de 1863, aproximadamente un año después de la batalla de Wood Lake, el jefe indio y su hijo se encontraron con dos colonos y hubo un tiroteo. Pequeño Cuervo murió de un disparo de bala y su cadáver fue mutilado. El 4 de julio, en los festejos del Día de la Independencia de Estados Unidos, su cabellera y otras partes del cuerpo fueron exhibidas y más tarde vendidas como recuerdo.

      Estas expulsiones tuvieron consecuencias terribles para los supervivientes, que vivirían en la pobreza y serían perseguidos con frecuencia. Además, estaban separados de Minesota y las tierras que les habían alimentado y revestían un profundo significado espiritual y cultural para los indios.82

      A finales de 1863, la mayoría de los dakotas de Minesota estaban muertos o habían sido deportados. Se seguían produciendo pequeñas incursiones indias, que siempre daban pie al rumor de que había grupos más numerosos dispuestos a atacar a los blancos. El Gobierno del estado de Minesota y el Departamento de Guerra autorizaron la formación de fuerzas irregulares encargadas de matar a las partidas de asaltantes indias, ofreciéndoles una recompensa de veinticinco dólares por cabellera; más tarde, la suma aumentaría a doscientos. Era evidente que el Gobierno aceptaba que se castigase a los indios al margen de la ley. Al final se encontraron muy pocos, esas cuadrillas de justicieros obtuvieron apenas cuatro cabelleras.83

      No bastó con estas acciones; los escasos ataques contra los blancos y, lo que era más importante, el temor generalizado a que se produjeran otros más graves hicieron a las autoridades estatales y federales tomar la decisión de extender la guerra al Territorio Dakota. En 1863 (y en los dos años siguientes), y a pesar de la expresa prohibición de Lincoln, los destacamentos encargados de perseguir a los dakotas penetraron varias veces en Canadá.

      En estas expediciones, el ejército masacraba a hombres, mujeres y niños. Cuando encontraban un campamento indio, los soldados destruían todos aquellos víveres que no pudieran consumir o llevarse. En el North Country, los inviernos eran inclementes. Del Ártico llegaban vientos muy fuertes que atravesaban Canadá y Estados Unidos, y la nieve formaba capas de hasta un metro. En estas condiciones casi no se podía encontrar comida mas que pescando en el hielo. Los indios solamente podían sobrevivir matando y desecando búfalos u otras presas, que engrasaban y mezclaban con bayas secas para hacer el famoso pemmican, del que también se habían alimentado tramperos y exploradores desde la llegada de los europeos a la región. Una vez se encontraron con soldados estadounidenses cerca de lo que hoy es Ellendale, en Dakota del Norte; a pesar de los desesperados ruegos de los dakotas, el general Sully se negó a parlamentar con ellos, ordenó matarlos a todos y luego hizo a sus hombres quemar unos doscientos mil kilos de carne de búfalo, así como los caballos, los perros, las tiendas de campaña y demás cosas de valor, incluidas bayas secas, pieles de animales, utensilios, sillas de montar y mástiles.84

      Seguiría ocurriendo lo mismo una y otra vez: los indios se veían aplastados por la potencia de fuego del Ejército de Estados Unidos, que luego destruía deliberadamente los recursos de los que dependía su supervivencia. Como los rebeldes griegos que habían quemado aldeas y granjas de musulmanes, los soldados estadounidenses hicieron imposible vivir a sus enemigos. Apenas unas cuantas personas, en su mayoría misioneros, reprobaron los desafueros que los Gobiernos federal y estatal y los colonos cometieron contra los dakotas.85

      Los dakotas habían sido expulsados de las fértiles y sagradas tierras del valle de Minesota. Quienes se habían unido a sus hermanos lakota también se verían forzados a abandonar las Montañas Negras del Territorio Dakota en 1874, cuando se descubrieron yacimientos de oro en la región. La derrota de los dakotas, las matanzas, las deportaciones a reservas y la destrucción de sus recursos vitales son apenas un capítulo en la historia de la incesante colonización europea del continente norteamericano.

      Tras esta derrota y la incorporación de Minesota y las dos Dakotas como estados federales en Estados Unidos, ¿cuáles serían las condiciones legales y políticas de los indios?, ¿les sería aplicable la cláusula de igual protección que se había aprobado incluir en la Decimocuarta Enmienda de la Constitución después de la guerra de Secesión, y que establecía

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