Un mundo dividido. Eric D. Weitz

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Un mundo dividido - Eric D. Weitz

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el “derecho a tener derechos”, o miembros de naciones separadas dentro de Estados Unidos, esto es, naciones soberanas como aparecían definidas en los tratados entre Estados Unidos y diversas tribus indias? Quizá fueran las dos cosas. En esta cuestión tan compleja está el meollo del problema planteado por la formación del Estado nación y los derechos humanos.

      Casi todas las batallas que se libraron en las guerras dakota fueron relativamente pequeñas para la época, no pueden compararse con las de otras guerras de mediados del siglo XIX, como la guerra de Secesión estadounidense, la guerra franco-prusiana y la Rebelión Taiping china, ni mucho menos con las guerras totales del siglo XX. Su significación histórica y mundial radica en su pertinacia y la implacable ferocidad de los combatientes. Se producían continuas escaramuzas en las que morían centenares de indios. Las tribus iban retrocediendo más y más y allanando así el camino para la agricultura comercial y el desarrollo industrial, que conectarían la región con los mercados internacionales, permitiéndole vender sus productos a una escala nunca vista. Pronto se empezaría a transportar trigo, maíz, madera y hierro de Minesota a Chicago, Saint Louis, Nueva Orleans, Nueva York y, una vez construida la red ferroviaria transcontinental, al oeste, a California; y de estos puertos y centros de distribución a Europa y Asia.

      Los hombres que combatieron contra los indios eran de origen europeo, y ejemplificaban así los extraordinarios desplazamientos de población descritos en el capítulo I. Las mujeres trabajaban en las granjas y se ocupaban de las labores de la casa. Si los hombres cultivaban la tierra, ponían trampas a los animales, explotaban yacimientos, fabricaban productos y cortaban leña, ellas extraían, cosían y forjaban las mercancías que llenaban los mercados estadounidense y mundial y que necesitaba la creciente población de Estados Unidos. Además de hacer desaparecer a los indios matándolos y deportándolos, los estadounidenses arrasaron los espléndidos bosques de Minesota.86

      La mayor parte de los colonos eran inmigrantes de primera o segunda generación. Muchos habían llegado a Minesota desde el este del país, no empezarían a emigrar a la región directamente desde Europa hasta 1870 (como ya hemos observado). Llegaron entonces de Inglaterra, Escocia, Alemania, los países escandinavos e Irlanda,87 abandonando sus países de origen por las mismas razones que todos los blancos que emigraban a Estados Unidos: la necesidad de huir de la persecución religiosa o política o de la miseria, y el deseo de buscar nuevas oportunidades, una vida mejor. Algunos ensalzaban la “nueva Escandinavia”, el “glorioso” país y su productividad. “La leche y la crema” eran “más abundantes que en Noruega”.88

      Como colonos blancos disfrutaban de los derechos proclamados en la Constitución de Estados Unidos, en particular de los de propiedad, que los Gobiernos federal y estatal ponían mucho empeño en proteger. Temían los ataques indios, por lo que siempre llevaban armas cargadas. Esa amenaza se hizo real e inmediata con la rebelión de los dakotas.89 Hacía falta el poder del Estado para destruir el de los indios y hacer de Minesota una región segura para el asentamiento blanco y para los euroamericanos en cuanto ciudadanos con derechos. El desplazamiento de población de Europa a Estados Unidos condujo a otro: el desplazamiento forzado de los indios por parte de los euroamericanos del North Country.

      En este extraordinario drama histórico –la expulsión de los pueblos indígenas por parte de los euroamericanos y la creación de Estados Unidos como un Estado soberano que se extendía del Atlántico al Pacífico–, la condición legal de los indios como estadounidenses sería definida por un enorme número de actores, entre ellos la Constitución (si se le puede llamar “actor” a ese pergamino), el Tribunal Supremo, el Congreso, el Departamento de Asuntos Indios del Gobierno estadounidense, los tribunales federales de rango inferior, las asambleas legislativas y los Gobiernos y tribunales estatales, los colonos… y, por supuesto, los indios que resistieron la fuerza avasalladora que se desplegó contra ellos. El Gobierno federal era en teoría, según la Constitución, el competente para decidir la política india; pero los estados se arrogaron una autoridad que el ejecutivo central casi nunca impugnó.90

      Para complicar aún más las cosas, esa política fue variando con los años, a veces radicalmente.91 Quizá la única observación general que cabe hacer sobre la cuestión de los indios y los derechos humanos sea que las autoridades estadounidenses oscilaron entre reconocer derechos a los indígenas supervivientes como comunidades o naciones que se encontraban en Estados Unidos y reconocérselos como individuos, a condición de que adoptaran las costumbres y los valores “estadounidenses”. Las dos opciones presuponían la desaparición de los indios, o al menos reducirlos en número, ya fuera asesinándolos o expulsando a los supervivientes y confinándolos en reservas. Se trataba de destruir a estos pueblos nativos como naciones poderosas que se habían rebelado contra la transformación de Estados Unidos en un Estado nación unificado que dominaba el continente de costa a costa.92

      Pese a los múltiples cambios de política, y aunque el papel decisivo lo desempeñaron alternativamente diversas instituciones gubernamentales y otros actores, como misioneros y reformadores, hubo en la represión de los indios y la consolidación del dominio estadounidense sobre Norteamérica ciertas constantes, que se expresaron con palabras como civilización, descubrimiento, soberanía y derechos, utilizadas por los colonos y las autoridades de Minesota, así como por instituciones nacionales, entre ellas el Tribunal Supremo.

      Civilización definía la ideología predominante entre los blancos, incluidos misioneros, funcionarios, oficiales del Ejército, granjeros y comerciantes, y que podía llevar a esfuerzos humanitarios, pero también al exterminio de los indígenas. Por lo demás, ofrecía a los indios la posibilidad de integrarse en la sociedad estadounidense y acceder a la ciudadanía a cambio de que renunciaran a su filiación tribal, se cristianizaran y, lo que era igual de importante, se convirtieran en propietarios de tierras individuales, haciéndose así sedentarios. Vivir de la caza, de perseguir animales, era la antítesis de la civilización. Para las mujeres indias, el sedentarismo significaba coser e hilar mientras los hombres desempeñaban la tarea “masculina” de cultivar la tierra: la inversión de los papeles que la tradicional cultura agrícola india asignaba a los dos sexos. Además de la Biblia, “los misioneros protestantes llevan consigo el arado y el telar”, según escribió el misionero Riggs.93 De rechazar los indios las oportunidades que les ofrecían los ciudadanos blancos, no quedarían otros recursos que las matanzas y las expulsiones.

      “La raza inferior –escribió Charles S. Bryant, autor de una de las primeras historias de la guerra entre Estados Unidos y los dakotas– tiene la alternativa de retroceder ante el avance de la superior o disolverse en la masa y, como las gotas de lluvia que caen en el océano, perder todos sus rasgos distintivos”. A continuación, relacionaba así lo ocurrido en Minesota con un fenómeno global:

      Esta guerra se libra en todo el mundo, y tiene su origen en un principio de progreso intelectual y material. […] Antes o después, el superior aplasta al inferior. […] En este continente virgen, la raza blanca estaba dispuesta a cumplir el mandato divino de henchir la tierra y someterla. […] El resultado no se podía evitar por ningún medio humano. […] Las razas indias eran las ilegítimas dueñas de un continente que el hombre blanco tenía que poseer en razón de un derecho superior.94

      Bryant llegó a la amarga conclusión de que “el intento de civilizar a estos indios dakota, los cuarenta años […] de labor misionera y otros esfuerzos han sido claramente inútiles, y el dinero destinado a ellos se ha desperdiciado, por desgracia”.95

      La civilización, ya fuera en su forma pacífica o violenta, supondría la desaparición del modo de vida y de la cultura indios. Casi ninguno de los llegados a Minesota a mediados del siglo XIX puso en duda este principio, para ellos, el destino de los indios estaba escrito. En 1880, en uno de los primeros volúmenes que dedicó a la historia del estado, la Minnesota Historical Society expresó elocuentemente esta conciencia

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