Un mundo dividido. Eric D. Weitz

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Wellington dejó bien claro que Gran Bretaña recurriría a la fuerza para impedir la deportación de los griegos y el asentamiento de musulmanes en el Peloponeso.67 Lord Bathurst, por su parte, transmitió el sentir del rey Jorge VI a los lord commissioners del Almirantazgo declarando, con el lenguaje formal de la Administración británica, que el plan de expulsión de la población griega era ciertamente inaceptable:

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      Ibrahim Pasha (1789-1848) fue el hijo mayor de Muhammad Ali de Egipto. Sus tropas dieron batalla a los rebeldes griegos

      De reconocerse que existe el designio de expulsar de manera sistemática a una comunidad entera, prender a las mujeres y los niños de Morea [el Peloponeso] y transportarlos a Egipto, repoblar Morea con africanos y asiáticos, y transformar esa parte de Grecia de un Estado europeo a otro semejante a los de Berbería, su majestad […] se verá en el deber de exigir al Ibrahim Pasha una declaración en la que niegue expresamente haber albergado nunca tal idea o, en caso contrario, renuncie a ella formalmente.68

      El zar Nicolás dijo algo parecido en una conversación con Wellington, que había viajado a Rusia como enviado especial del rey; no estaba dispuesto a entrar en guerra con el Imperio otomano a no ser que la Sublime Puerta o Alí Pachá ordenara expulsar a los griegos de Morea y reasentar a egipcios en la península.69

      “Confieso que me costó creer –le escribió George Canning a Wellington– que pudieran concebir un plan tan monstruoso y desmesurado. […] El despacho enviado por Stratford Cunning desde Corfú indica, sin embargo, que muchos creen en su existencia”. De ser ciertos los rumores, las deportaciones otomanas justificarían una guerra.70 George Canning pidió a su primo Stratford, embajador británico en la Sublime Puerta y fuente de las primeras noticias sobre la presunta intención de Ibrahim Pasha, que le transmitiera toda la información que pudiese obtener y que le comunicara al Gobierno otomano que “Gran Bretaña no tolerará la ejecución de un plan de despoblación que excede los límites de la violencia permitida en una guerra y viola las restricciones impuestas por la civilización”.71 De hecho, la flota británica asentada en el Levante mediterráneo ya había recibido la orden de detener las deportaciones en el caso de que se produjeran.

      El capitán Robert Spencer, enviado del rey, consiguió por fin una audiencia con Ibrahim Pasha, al que preguntó sin rodeos si tenía intención de expulsar a la población griega de Morea y repoblar la península con africanos. Le dejó claro que su majestad no toleraría jamás una operación así. Pero no obtuvo más que evasivas. Ibrahim Pasha le dijo que esa pregunta solamente la podían contestar sus superiores en Estambul y que, según el parte de Spencer, “él no tenía nada que ver con ningún acto de crueldad y le parecía injusto que su nombre se asociara con tales actos”. Pese a las repetidas súplicas de Spencer, Ibrahim no quiso negar con claridad que se fueran a llevar a cabo deportaciones masivas.72

      Ibrahim no era, sin embargo, el único partidario de la limpieza étnica. Las grandes potencias también la defendían en ciertos casos, lo mismo que los líderes griegos. En 1826, y en un intento de mediar en el conflicto, Gran Bretaña, Rusia y Francia propusieron la total expulsión de la población musulmana de una Grecia autónoma (aunque no del todo independiente). El 6 de julio de 1827, en Londres, las grandes potencias confirmaron la propuesta en el primer tratado formal que firmaron sobre el conflicto griego: “Con el fin de operar una separación total entre los miembros de las dos naciones y evitar las confabulaciones que resultarían inevitablemente de una contienda tan prolongada, los griegos se apropiarán de todos los bienes turcos […] a condición de indemnizar a los antiguos propietarios, ya sea con una suma anual añadida al tributo que pagarán a la Puerta o por otro medio similar”.73 Con este increíble plan, que no cuajaría, las grandes potencias estaban defendiendo lo que hoy llamaríamos una operación de limpieza étnica. Las potencias europeas proponían respecto a los musulmanes una política comparable al presunto plan de Ibrahim Pasha para los griegos del Peloponeso. Las dos partes habían formulado sin saberlo una idea que desempeñaría un papel decisivo en el siglo XX: la de que los Estados tienen que corresponder a sociedades homogéneas.

      Las grandes potencias también propusieron una serie de planes para la autonomía griega (el país seguiría estando oficialmente bajo control otomano) que entrañaban, si no la limpieza étnica, sí la total separación de las dos comunidades.74 Los políticos británicos y rusos los justificaron recordando las atrocidades que los otomanos habían infligido a los griegos; había que concluir que las dos comunidades –cristianos y musulmanes– jamás podrían convivir. “Creo, como [Alejandro] Mavrocordatos [jefe del Gobierno provisional griego] –le escribió George Canning a Wellington–, que la total separación de las poblaciones turca y griega es la única solución que garantiza la seguridad y una paz duradera [en el nuevo Estado]”.75

      Dos años más tarde, las tres potencias describieron con detalle los procedimientos para vender las propiedades otomanas. Miembros destacados de las comunidades musulmana y cristiana formarían comisiones mixtas encargadas de regular las transacciones, y una junta arbitral resolvería las disputas.76 Estos procedimientos eran curiosamente similares a los establecidos un siglo después en el Tratado de Lausana, firmado después de la Primera Guerra Mundial, y que decretaba las deportaciones propuestas por primera vez en la década de 1820. Ya entonces, los británicos creían imposible la convivencia entre musulmanes y cristianos y formulaban planes para compensar a quienes hubieran abandonado sus tierras, ya fuese voluntariamente o por la fuerza. Ya en 1826 se planteó la posibilidad de reasentamientos y separaciones (o limpiezas étnicas, por utilizar el término actual) en una región que se convertiría en escenario de numerosos conflictos. Esta zona fue –y no por casualidad– uno de los lugares de nacimiento de la moderna política del Estado nación, de los derechos humanos y las expulsiones de población.

      Si los otomanos y las grandes potencias amenazaban respectivamente a los griegos y los musulmanes con llevar a cabo una limpieza étnica, los activistas griegos ya habían excluido a musulmanes y judíos del conjunto de ciudadanos con derechos. El 13 de enero de 1822, en la ciudad de Epidauro, la Asamblea Nacional aprobó la primera constitución griega, considerada provisional. Fue reformada en 1823, pero sus principios fundamentales subsistieron. Esta ley era en gran medida una ficción creada por los dirigentes griegos para ganarse el apoyo europeo con la apariencia de un Estado centralizado que funcionaba.77 Sin embargo, como todas las buenas constituciones, definía el sistema político y los derechos de los ciudadanos. El artículo primero proclamaba la libertad de culto, aunque el cristianismo ortodoxo era la religión oficial del Estado.78 También establecía los derechos civiles y el principio de igualdad ante la ley y garantizaba la protección de los bienes y la seguridad de todos los ciudadanos, pero limitaba la ciudadanía a los residentes en Grecia que creyesen en Jesucristo.79

      A principios de 1826, Mavrocordatos fue más allá de la constitución advirtiéndole a Stratford Canning que la resolución del conflicto requería “la total separación de los turcos, así como garantías contra la usurpación de sus recién adquiridos privilegios”.80 Por lo demás, el Congreso Nacional griego adoptó en su tercera sesión una resolución cuyo artículo primero declaraba que, “dada la imposibilidad de la convivencia entre las dos naciones, no se permitirá a ningún turco residir ni poseer bienes en el territorio de Grecia”.81 Mientras tanto, los rebeldes griegos invadían a cuchilladas las granjas de los musulmanes y los pueblos y barrios habitados por judíos y musulmanes. Como tantos otros nacionalistas en todo el mundo, los insurrectos actuaban al margen de la ley, con total arbitrariedad, y así hacían imposible vivir en Grecia a todo aquel que no fuese griego ortodoxo.82

      Las constituciones ulteriores (y habría muchas) limitaban igualmente la ciudadanía a los hombres griegos de fe ortodoxa,83 a los que se les reconocía, por lo menos en teoría, una serie de derechos similar al catálogo que Velestinlís

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