Un mundo dividido. Eric D. Weitz

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Un mundo dividido - Eric D. Weitz

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lo siento en el corazón.24

      Byron dio su vida por Grecia, “tierra de las artes, de valentía y de libertad a través de los siglos”.25

      ¿Tenían cabida en esta Grecia los musulmanes, los judíos, los valacos y otros pueblos? En sus primeros viajes a Grecia y por el Mediterráneo, Byron conoció a varios otomanos que, aunque opresores del pueblo griego, le cautivaron por su simpatía y hospitalidad. El poeta se enorgullecía de sus encuentros con gentes muy diversas, incluidos turcos (así los llamaba) y albaneses.26 En Estambul le recibió el sultán Mahmud II, y en su reducto en Tepelenë, el líder albanés Alí Pachá.27 Casi quince años después, en plena guerra, Byron expresó su simpatía por los combatientes otomanos. Al cónsul inglés en Préveza (ciudad en la región de Epiro, en el noroeste de Grecia) le escribió lo siguiente: “Cuando se trata de observar los principios de la humanidad, no veo diferencia alguna entre los turcos y los griegos”.28 Pidió al cónsul que ayudara y protegiera a veinticuatro turcos con los que se había encontrado, y entre los que había mujeres y niños; y a unos combatientes griegos que liberaran a sus cautivos otomanos. También dio amparo a una mujer musulmana y su hija.29

      Byron se mostró más lúcido que la mayoría de los filohelenos. Había viajado a Grecia, según dijo, “no […] para unirme a una facción, sino a una nación”;30 pero descubrió que los griegos estaban divididos, y que entre ellos había no pocos “mentirosos”, “especuladores” y “estafadores”.31 Escribió al líder nacionalista Alejandro Mavrocordatos expresando su pesar por las discordias que había observado, y que no menoscabaron, sin embargo, su afecto por el pueblo griego ni su devoción por la causa independentista. Según escribió, utilizando términos que más tarde servirían para justificar la exclusión de los musulmanes del nuevo Estado, los griegos habían vivido “durante mucho tiempo bajo una tiranía tan horrenda” que estaban luchando no por ideas políticas abstractas, sino “para defender su vida” frente a “esos bárbaros opresores”, enemigos de “la Ilustración y la humanidad”.32

      Estas ideas las compartían muchos otros filohelenos. En un discurso ardoroso, el gran abolicionista William Wilberforce exhortó a Gran Bretaña a intervenir en la guerra a favor de los griegos, salvándoles así de “la esclavitud y la destrucción”.33 Wilberforce hizo este llamamiento a los británicos como reacción a la terrible matanza de Quíos. Como muchos otros filohelenos, ignoró las terribles atrocidades que los griegos habían perpetrado contra los musulmanes. Aún tardaría más de un siglo en acuñarse la palabra genocidio, pero los militantes griegos y sus defensores filohelenos ya utilizaban otros términos actualmente asociados con los crímenes más graves contra la humanidad: “la total aniquilación de un pueblo”; una “guerra de exterminio”; la destrucción del “pueblo más culto, civilizado e interesante, la flor de Grecia”, o el total exterminio de la “raza” griega.34

      Finlay, como Byron, no se hacía ilusiones sobre el porvenir de Grecia. Describió con enorme fuerza retórica la situación de un país en el que predominaban la corrupción y la incompetencia, y que había establecido unas instituciones representativas de cartón piedra para impresionar a Europa, pero no sabía crear la burocracia nacional de un Estado moderno. El poder efectivo estaba en manos de pequeños tiranos locales que se enzarzaban en ridículas disputas sobre asuntos sin importancia. Se había abierto un abismo entre los ideales de libertad y la realidad política del país.

      Finlay habló sin tapujos de las atrocidades perpetradas por los griegos en la guerra.35 Los revolucionarios habían planeado, fomentado y cometido estos actos de brutalidad con el fin de librar al país para siempre de los musulmanes. En los primeros meses de la revolución, según escribió,

      la población cristiana […] atacó y asesinó a la musulmana en toda la península. Quemaron las ciudades y casas de campo de los musulmanes y destruyeron sus bienes para hacer imposible el regreso de quienes se habían refugiado en fortalezas. […] Fueron asesinadas a sangre fría entre diez mil y quince mil personas y […] arrasadas tres mil granjas y viviendas turcas. […] El exterminio que sufrieron los turcos a manos de los griegos en las zonas rurales fue premeditado.36

      Los miembros de la Filikí Etería, prosiguió Finlay, estaban decididos a “hacer imposible la paz y convencieron [a los griegos] de la necesidad de exterminar a todos los turcos. […] La matanza de hombres, mujeres y niños se presentó así como una acción imprescindible y sensata, y había canciones populares que describían a los turcos como una raza que tenía que desaparecer de la faz de la tierra”.37 Hasta la matanza de Quíos se cometió en represalia por las atrocidades griegas.38

      Finlay describió, quizá sin saberlo, la mezcla de elementos modernos y premodernos que había caracterizado la violencia desatada por la Revolución griega. Si la represión practicada por los otomanos fue de índole tradicional, un método convencional para someter a las poblaciones levantiscas, los rebeldes, en cambio, quisieron hacer imposible a los musulmanes vivir en Grecia matándolos y expulsándolos y reduciendo sus casas a escombros: una forma de limpieza étnica avant la lettre. En resumen, los griegos “tenían el propósito de exterminar a los musulmanes en la Turquía europea, y el sultán y los turcos creían poder frenar a los griegos con actos de crueldad horrendos. Las dos partes lograron sus objetivos hasta cierto punto”.39

      Finlay no mencionó a los judíos, el otro pueblo al que eran hostiles los rebeldes griegos. Además de exterminar a los musulmanes y asolar sus aldeas causaron estragos entre la población judía: murieron miles de personas, y otros muchos miles huyeron a zonas que seguirían siendo territorios otomanos. Cada vez que Grecia ganaba territorios, cosa que ocurrió con frecuencia entre 1832 y 1913 (véase mapa de la p. 63), los judíos huían o eran expulsados, y se encontraban más seguros bajo el dominio otomano.40

      A pesar de su lucidez y humanitarismo, Byron y Finlay no supieron salvar las contradicciones de su ideario político. Los dos estaban enamorados de Grecia y aspiraban a un Estado griego en el que otros pueblos (en especial los musulmanes y judíos, pero también los búlgaros, valacos y católicos) se volverían invisibles. En el mejor de los casos se los toleraría y protegería. En realidad, Byron, Finlay y otros filohelenos preferían que desaparecieran. He aquí el problema al que se enfrentaban (y siguen enfrentándose) todos los nacionalistas: el de cómo construir un Estado nacional, con una constitución y derechos para sus ciudadanos, en un territorio cuya población es muy diversa desde el punto de vista cultural y religioso. Ni los musulmanes ni los judíos tenían cabida en el proyecto filohelénico de Finlay y Byron.41

      Esa misma contradicción tampoco la supieron salvar los Estados europeos.

      La rebelión griega no podía triunfar sin la ayuda europea. Ningún movimiento nacionalista ni ningún avance en derechos humanos se ha dado aisladamente (como veremos en los otros casos históricos examinados en este libro). En los siglos XIX y XX todo intento de fundar un Estado nación y establecer principios de derechos humanos se basó en modelos preexistentes, y a su vez influyó en otros movimientos surgidos en regiones vecinas (o, a veces, lejanas). En estos esfuerzos también intervenían los intereses de las grandes potencias, sobre todo cuando se producían en zonas de gran importancia estratégica, como Grecia y los territorios de los imperios otomano, ruso y británico.

      Conscientes de ello, los rebeldes griegos echaron mano de todos sus recursos retóricos, utilizando un lenguaje en el que se fundían la vieja hostilidad europea al islam y las nuevas ideas de liberté, egalité, fraternité. Así, atacaban al sultán y a los funcionarios de la Sublime Puerta por su fe musulmana, tachándolos de infieles, pero a continuación los describían como bárbaros y enemigos de la civilización. En 1822 la Asamblea Nacional Griega reivindicó la independencia evocando el esplendor de

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