Un mundo dividido. Eric D. Weitz

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Un mundo dividido - Eric D. Weitz

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de la Rebelión Taiping propugnaron la reforma agraria y la igualdad social. Marx y Engels formularon la idea comunista, que se propagaría por todo el mundo en el siglo XX. Las mujeres escribían, hablaban y se manifestaban en su empeño por ampliar el conjunto de ciudadanos con derechos. Los emperadores reformistas hicieron frente a las disidencias internas y los poderosos adversarios extranjeros adoptando por primera vez ciertos aspectos del nuevo modelo político surgido de las revoluciones atlánticas. Hasta el imperialismo fue siempre algo más que un sistema de opresión. El establecimiento (aunque imperfecto) de instituciones legales y principios de equidad por parte de una potencia imperial como Gran Bretaña contribuyó a difundir las ideas y prácticas que acabarían por desencadenar la caída del imperio.

      Es de estas fisuras del viejo orden político y de los indicios y señales de uno nuevo de dimensión global de los que nos ocuparemos ahora, empezando por la rebelión de los griegos contra el Imperio otomano.

      II

      GRECIA

       Abandonar el imperio

      Rigas Velestinlís (o Feraios) escribió su “Himno patriótico” en 1797, cuando estaba viviendo en Viena. Esta conmovedora composición, que condena la tiranía y llama a instaurar la libertad y la fraternidad, es conocida e interpretada aún hoy en Grecia. Himno de todos los movimientos nacionalistas, proclama el amor a la patria y lamenta un presente corrompido por la esclavitud y la servidumbre que ha impuesto la ocupación extranjera. A los compatriotas de Velestinlís, sin embargo, les aguarda un porvenir dichoso siempre y cuando se unan para romper las cadenas forjadas por el tirano extranjero y crear la nación. En la Grecia futura cabe toda clase de gente, Velestinlís incluye a “búlgaros, albaneses, armenios y griegos, negros y blancos”, y hasta a los musulmanes (o “turcos”).1 En el “Estatuto político” describe su modelo de república griega y enumera los derechos de sus ciudadanos basándose en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que a veces cita literalmente. “La soberanía reside en el pueblo –afirma, recordando el artículo tercero del documento francés– y es singular, indivisible, eterna e inalienable”.2 Todos los hombres nacen iguales y han de ser libres. Ninguno debe ser esclavo de otro.3

      En el “Estatuto político”, Velestinlís enumera los derechos abanderados por las revoluciones francesa y estadounidense y las latinoamericanas y reconocidos en casi todas las constituciones de los Estados nación de los dos siglos y medio siguientes. El pueblo elegirá libremente las leyes. Todos los ciudadanos tienen derecho al trabajo y la libertad de hacer lo que desean mientras no causen perjuicio al vecino. Todos gozarán de libertad de expresión, dice Velestinlís, y también de culto: los cristianos, los musulmanes y los judíos podrán practicar su religión.4 Se abolirá la esclavitud y se fomentará la educación para los niños y las niñas.5 Se reconocerá como ciudadanos a todos los hombres que lleven viviendo en Grecia por lo menos un año.6

      Velestinlís ofreció la ilusionante imagen de una Grecia democrática. Estimulado por el ejemplo de la Revolución francesa, se rebeló contra las jerarquías de poder existentes en el Imperio otomano e invitó a los griegos a incorporarse al nuevo mundo, definido por los Estados nación y los derechos humanos. Pero el suyo no fue un camino fácil. En 1797 Velestinlís quiso instigar una rebelión destinada a crear una Grecia independiente, unos funcionarios austriacos se enteraron de sus planes y le entregaron a las autoridades otomanas. Ese mismo año fue ejecutado junto con otros doce compatriotas, y su cuerpo, arrojado al Danubio.

      El paso de un manifiesto político a la fundación del Estado nación no fue fácil en Grecia ni en ninguno de los países cuyas historias examinamos en este libro. En el camino a la independencia de Grecia y la proclamación de los derechos de sus ciudadanos hubo, en efecto, batallas cruentas, maniobras diplomáticas y acuerdos frágiles. A pesar de estos acontecimientos y de los múltiples regímenes políticos que conoció el país, en los dos siglos y medio siguientes subsistieron las mismas preguntas esenciales: ¿Quiénes eran griegos? ¿Abarcaría la nación griega a judíos, musulmanes, valacos y otros muchos grupos? ¿Sería una futura constitución griega tan inclusiva y ambiciosa como la había imaginado Velestinlís en 1797? ¿Qué derechos ejercerían los considerados griegos?

      El nacionalismo griego –con todos sus triunfos, limitaciones y desastres– se convirtió en un modelo para los movimientos independentistas que surgieron en toda la región mediterránea y otras partes del mundo (véanse mapas de las pp. 61 y 63). El éxito de la insurrección griega tuvo una gran resonancia en los Balcanes, Anatolia, Oriente Medio y zonas tan lejanas como América Latina. Por todas estas razones (el carácter parcial de todo avance en derechos humanos; la tendencia de los movimientos nacionales a seguir el ejemplo griego; la cuestión esencial de quiénes forman una nación, y la persistente influencia –positiva y negativa– de las grandes potencias) empezaremos por el caso griego: el del primer Estado nación fundado en Europa desde la era napoleónica.7

      Expansión y declive del Imperio otomano

      El camino a la independencia griega comenzó con la rebelión que estalló en febrero de 1821 en las regiones danubianas de Moldavia y Valaquia (perteneciente a la actual Rumanía), provincias nominalmente otomanas que estaban bajo protectorado ruso.8 En ambas vivían un gran número de griegos, entre ellos comerciantes ricos y altos funcionarios del imperio. Unos meses más tarde, en la península del Peloponeso y las islas circundantes, grupos de bandidos iniciaron motines muy violentos.

      Al principio, ninguna de las dos rebeliones tuvo un carácter nacionalista ni estuvo inspirada, como las revoluciones estadounidense y francesa o las latinoamericanas, por la idea de derechos humanos. La griega era una sociedad atrasada. La tasa de alfabetización era muy baja y el sector industrial, arcaico. Hay que considerar, eso sí, el papel del cristianismo ortodoxo como fuerza unificadora de los rebeldes. Las identidades eran, sin embargo, principalmente locales. La autoridad última correspondía al sultán, pero en la vida diaria el poder residía en los funcionarios locales, los terratenientes y los bandidos más que en la lejana Estambul. En este estado de cosas era muy difícil que surgieran los movimientos nacionalistas y la ideología de los derechos humanos.9

      Las insurrecciones griegas de la década de 1820 formaron parte de una larga serie de rebeliones encaminadas a mitigar la opresión otomana. Los rebeldes griegos exigían que las autoridades aliviaran la carga tributaria que soportaban; recordemos el sistema de tributación en cadena que observó el reverendo Munro en sus viajes a Oriente Medio, y en el que todos los funcionarios otomanos, desde el más notable hasta el más humilde, se llevaban su parte, lo que resultaba extraordinariamente gravoso para la gente corriente, pero también para los ricos. Por lo demás, los rebeldes reivindicaban el derecho a construir y restaurar iglesias sin necesidad de pedir permiso a las autoridades otomanas. En las provincias danubianas, los comerciantes querían autonomía, es decir, la facultad de dirigir sus negocios sin tener que rendir cuentas continuamente (ni pagar tributo) a los funcionarios locales del imperio ni a la burocracia de Estambul. Estos agravios, como la religión, unían a la mayoría de los griegos al margen de sus identidades, mayormente locales.

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