Un mundo dividido. Eric D. Weitz

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Un mundo dividido - Eric D. Weitz

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veremos cómo se desarrolló esta historia.

      Las comunidades de emigrantes casi nunca rompían todos sus lazos con sus países o regiones de origen. Los desplazados irlandeses, japoneses, chinos e indios y los colonos europeos volvían en muchos casos a sus países cada cierto tiempo: la emigración no siempre era un billete de ida.53 Existía una comunicación muy intensa entre poblaciones dispersas por todo el mundo. La imprenta y el telégrafo facilitaban la difusión de las ideas, entre ellas el modelo político basado en el Estado nación y los derechos humanos.

      ¿Dónde se establecían los emigrantes? En ciudades, regiones fronterizas y plantaciones. Estas formas de asentamiento, que habían existido durante milenios, cobraron especial importancia a finales del siglo XVIII y en el XIX e influyeron decisivamente en la formación de los Estados nación y el establecimiento de los derechos humanos…, y también en la violación de los derechos.

      Las fronteras eran zonas de interacción entre los imperios y las poblaciones indígenas y colonizadoras.54 Los grandes conflictos casi siempre se daban entre nativos y colonos. En muchas regiones fronterizas no se notaba apenas la autoridad del Estado, principalmente porque estaban muy lejos del aparato del poder estatal. En la década de 1850, las órdenes del Gobierno británico tardaban meses en llegar a Tasmania desde Londres, y los funcionarios siberianos tenían que esperar semanas para recibir instrucciones de San Petersburgo. Más tarde se hicieron más fáciles las comunicaciones, pero ni aún entonces solía disponer el Estado de los recursos necesarios para gobernar esas zonas con eficacia.

      Este hándicap administrativo no hizo, sin embargo, la vida más cómoda para los pueblos indígenas, sino todo lo contrario: los colonos europeos solían ser más brutales y opresivos que los ejércitos regulares, y el Estado a veces tenía que poner coto a los excesos de sus ciudadanos. La intrusión de los colonos europeos en zonas atravesadas por pueblos pastoriles causó, como era inevitable, violentas disputas territoriales; lo veremos en el capítulo III, que trata de los indios americanos, y en el VI, dedicado a los pueblos herero y nama de Namibia. Casi ninguna de las tribus indígenas (de la estepa euroasiática; del desierto del Kalahari, en Sudáfrica; de los bosques, los ríos y las llanuras de Norteamérica; del Outback australiano) conocía el concepto de propiedad individual de la tierra. La inviolabilidad de la propiedad privada era, sin embargo, un principio fundamental de las sociedades occidentales y el derecho originario del que derivaban el derecho a la vida y muchos otros; esta idea había sido formulada con claridad por John Locke e incorporada a la Declaración de Independencia de Estados Unidos, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y las múltiples constituciones latinoamericanas de principios del siglo XIX. En su expansión por todo el mundo, las poblaciones europeas llevaron consigo el concepto de propiedad privada, que les ofreció un fundamento legal para sus acciones, pero tuvo consecuencias terribles para los pueblos indígenas.55 Las formas de vida de los nativos se vieron amenazadas por las migraciones euroamericanas.56

      La destrucción de las comunidades indígenas casi nunca era total y, por lo demás, no resolvía la cuestión de la ciudadanía y los derechos, que ha estado presente hasta hoy en la historia de Estados Unidos y la de Sudáfrica, como veremos más adelante. Si los indios pertenecían a naciones soberanas, ¿acaso no eran por ello portadores de derechos? Y si, como establecería más tarde la política estadounidense, se integraban en la nueva nación, ¿no adquirían de ese modo la condición de ciudadanos con derechos?

      Las fronteras y la agricultura estaban íntimamente ligadas: el avance de los colonos hacia la frontera y la expansión territorial llevaron a la creación de latifundios y fincas familiares. En las regiones fronterizas, el choque con los colonos supuso el casi total exterminio de numerosas comunidades indígenas; en otros casos, sus miembros fueron explotados brutalmente como mano de obra en las plantaciones que se multiplicaron en el este de África, el Sudeste Asiático, Norteamérica y Sudamérica. Los indentured laborers indios emigraron a Fiyi, Sri Lanka y varias islas caribeñas, y los esclavos africanos fueron transportados al Nuevo Mundo. Todos estos trabajadores producían algodón, caucho, té, café y azúcar, los bienes de consumo y las materias primas fundamentales para el desarrollo del capitalismo moderno. La mano de obra estaba formada por esclavos e indentured laborers, estos últimos eran libres en teoría, pero muy pobres, y a menudo trabajaban en condiciones tan atroces como aquellos. Los métodos de producción más avanzados requerían las formas de explotación laboral más antiguas y brutales.57

      Y luego estaban las ciudades: núcleos del poder estatal, y también comercial, productivo y cultural. Si los euroamericanos colonizaron las regiones fronterizas en todo el mundo y la mayoría de los esclavos y los indentured laborers fueron obligados a trabajar en las plantaciones, numerosos emigrantes voluntarios se establecieron en las ciudades. El desarrollo industrial no fue la única causa de la urbanización tan rápida que se produjo en el siglo XIX.58 Algunas ciudades florecieron como centros administrativos, comerciales y financieros. Tomemos como ejemplo Hôi An. Ya en 1800 Pekín tenía más de un millón de habitantes, población ligeramente superior a la de Londres. Estambul tenía 570.000, y París, 550.000. Entre las diez ciudades más pobladas del mundo apenas había tres europeas (Londres, París y Nápoles). De las veinticinco más pobladas, seis estaban en Europa. Hacia 1800, los mayores núcleos urbanos se encontraban en China, Japón y la India. En 1830, Chicago tenía menos de cien habitantes; en 1890, un millón cien mil. En el caso de Melbourne, el número de residentes fijos paso de cero en 1835 a 473.000 en 1891.59

      Las poblaciones urbanas se caracterizaban por su diversidad. Las ciudades portuarias eran especialmente famosas en este aspecto; en Londres y Hamburgo había marineros negros; en Shanghái, marinos y comerciantes malayos, holandeses y japoneses; en Alejandría y Trieste, mercaderes judíos, griegos y armenios; y en todo el mundo, estibadores y comerciantes políglotas. Los nacionalistas solían abominar de las ciudades justamente por esta mezcla, que según ellos las convertía en nidos de inmoralidad y depravación; de ahí que tiñeran de romanticismo el paisaje rural e idealizaran a los campesinos, presentándolos como el “verdadero” pueblo que constituía la nación.

      Las ciudades eran al mismo tiempo focos de agitación nacionalista, porque su densidad demográfica favorecía la movilización y comunicación políticas. Las noticias se difundían con rapidez, y de las imprentas salían sin cesar periódicos, panfletos y libros. La esfera pública (un espacio de comunicación social intermedio entre el Estado y la sociedad) seguramente estaba más desarrollada en Europa y América que en ninguna otra parte; pero en los salones de té, las universidades y las madrasas de Oriente Medio y Asia existía un espacio similar, que fue cobrando una importancia creciente en el transcurso del siglo XIX.60 En el siglo siguiente se reunió en París y Londres la primera generación de militantes anticoloniales; esas ciudades se convirtieron en focos de comunicación intelectual entre Europa y el tercer mundo. H Chí Minh declaró la independencia de Vietnam en Hanói, y Mao Zedong anunció la fundación de la República Popular China en Pekín: los líderes de las rebeliones nacionalistas no podían proclamar la victoria hasta que los ejércitos rebeldes hubiesen tomado la capital. Las ciudades eran los objetivos militares más importantes, porque sin ellas no había Estado nación ni derechos humanos.

      Los desplazamientos de población característicos de la época moderna desempeñaron, por tanto, un papel decisivo en la historia del Estado nación y de los derechos humanos. La creciente diversidad demográfica y los encuentros entre pueblos diferentes a veces conducían a brutales medidas represivas, lo que hoy llamamos violaciones de derechos humanos. Nos referimos en particular a las operaciones de limpieza étnica y los genocidios perpetrados por los colonos blancos en las zonas fronterizas. Limitar el Estado nación a una raza suponía que los euroamericanos gozaban de todos los derechos que existían entonces, y a los pueblos indígenas, en cambio, se les confinaba en los márgenes. El reconocimiento de derechos para ciertas personas estaba íntimamente ligado a la exclusión de otras.

      La

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