Un mundo dividido. Eric D. Weitz
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Este sistema de explotación no ofrecía el menor incentivo para aumentar la producción y mejorar la productividad. Como muchos otros imperios de los siglos XVIII y XIX, el otomano era totalmente ajeno al pensamiento económico moderno. El Estado nación prometía un mundo diferente, en el que todos los miembros de la comunidad nacional gozarían de prosperidad.
Los emperadores explotaban a sus súbditos. Las potencias occidentales explotaban territorios extranjeros y a sus habitantes. El viajero británico Bayard Taylor, que visitó la India, censuró a la Compañía Británica de las Indias Orientales por esquilmar el país; la empresa había creado un “sistema de continua extracción de sus recursos”.21 Bayard describió un sistema de explotación en cadena semejante al régimen tributario otomano. El Gobierno –es decir, la compañía– controlaba toda la tierra y arrendaba parcelas a agricultores o contratistas, que a su vez subarrendaban terrenos más pequeños, lo que daba lugar a una serie de “extorsiones abusivas”.22 El arriendo era proporcional a la producción, lo que desincentivaba a los agricultores. Apenas subsistían.23
Para la inmensa mayoría de la población europea, las condiciones de vida no eran mucho mejores. En 1815, el final de las guerras que habían desgarrado el continente alivió la miseria de los campesinos, que durante años habían sido víctimas de los ejércitos que pisaban sus tierras y robaban los cultivos. Sin embargo, la erupción del volcán Tambora en Indonesia produjo entre 1814 y 1817 una serie de inviernos extremadamente fríos y húmedos en Europa, y las cosechas se vieron gravemente mermadas. Las tierras indonesias se cubrieron de ceniza volcánica y, en el subsiguiente tsunami, el agua del mar inundó los arrozales. La oscuridad invadió el archipiélago durante tres días, y multitud de ecosistemas fueron enteramente destruidos.24 El mundo estaba unido no solo por el comercio y los imperios, sino también por los desastres naturales.
En todo el planeta, los sistemas de producción eran mayormente arcaicos. En 1815 acababa de arrancar la Revolución Industrial, las clases trabajadoras aún tardarían varios decenios en notar sus ventajas. La “revolución industriosa”, definida por el incremento de la productividad y la creciente demanda de bienes de consumo, se limitaba a unas cuantas zonas de Europa, entre ellas las islas británicas, los Países Bajos y ciertas regiones de Francia y Alemania, Norteamérica, Japón y otras zonas aisladas de Asia.25 En las últimas décadas del siglo XVIII, Occidente comenzó a alejarse de China en cuanto a desarrollo económico y prosperidad,26 aunque la calidad de vida no empezó a mejorar sensiblemente para importantes sectores de la población occidental hasta 1825. Fue entonces cuando se hizo evidente la disparidad entre Occidente y el resto del mundo.27 Las mejoras en las condiciones sanitarias de los países occidentales llegaron aún más tarde, a partir de 1850.28
Un comerciante inglés acaudalado en un palanquín llevado por cuatro nacionales en la India (1922). Los occidentales que visitaban el continente asiático solían comentar lo común de este medio de transporte, aunque no era desconocido en Europa. A veces expresaban remordimientos de conciencia por la carga que hacían soportar a aquellos indígenas pobres, esclavos en algunos casos; pero su sentimiento de culpa casi nunca les impedía desplazarse de un sitio a otro como correspondía a la gente de su condición social
Al principio de la Revolución Industrial se daban en las fábricas unas condiciones de trabajo atroces. No es extraño que en el siglo XIX surgiera el término “esclavitud salarial”. Como señaló Friedrich Engels en su famosa obra La situación de la clase obrera en Inglaterra, publicada en 1845, la industrialización empobrecía a los trabajadores y les destruía la salud, obligándoles a desempeñar tareas penosas durante largas horas y sujetos a normas muy estrictas. Engels se basó en sus propias observaciones de las fábricas y las conclusiones de diversas comisiones de investigación parlamentarias, así como en otros informes públicos. En su estudio documentaba casos de obreros –adultos y niños– a los que se les habían deformado las extremidades y la columna por el trabajo fabril. A los trabajadores de las fábricas textiles se les llenaban los pulmones de polvo, lo que les causaba enfermedades graves, como asma y tuberculosis. Las niñas y adolescentes usuarias de las mulas de hilar, que funcionaban a base de agua, se empapaban continuamente. Se sancionaba a los trabajadores cuando eran impuntuales o se les rompía una herramienta o una máquina, y se les podía despedir en cualquier momento y sin justificación.29
Las jerarquías de poder se manifestaban en la pobreza y el gesto de postrarse ante los superiores, y también en los trabajos humillantes. A su llegada a Bombay, Taylor, el viajero estadounidense, alquiló un palanquín, una especie de litera que llevaban en andas cuatro hombres (véase ilustración de la p. 32).
No era agradable estar echado en una caja con cojines y hacerles cargar con mi peso (y no soy una pluma precisamente) a los cuatro hombres que la llevaban en hombros. Este medio de transporte es un invento del despotismo, un vestigio de la época en que el cuello de un hombre podía servir de escabel y su cabeza de juguete. Siempre me ha dado apuro montarme: tengo la sensación de hacer daño a los portadores. ¿Por qué obligarles a gemir y tambalearse bajo mi peso, cuando podría ir a pie?30
Taylor estaba lo bastante imbuido del espíritu igualitario estadounidense como para sentirse incómodo en un palanquín. Y sin embargo viajaba así a menudo: lo justificaba diciendo que a los cuatro hombres que llevaban la litera les habría disgustado que se hubiese desplazado andando.31
Y luego estaba la esclavitud, común en todo el mundo. Era imposible imaginar otra institución tan contraria como ella a la idea de un ciudadano con derechos. La esclavitud adoptaba múltiples formas. En América existía una demanda incesante de mano de obra esclava por parte de los propietarios de las plantaciones. Los esclavos extraían plata y otros minerales de los yacimientos y plantaban, cosechaban y procesaban azúcar, tabaco, algodón y café. Los productos obtenidos así viajaron por todo el mundo y contribuyeron decisivamente a la expansión de la economía internacional. En África y en el mundo musulmán, en cambio, la esclavitud solía ser de índole doméstica. También eran comunes los ejércitos formados por esclavos. En el Imperio otomano, hasta el siglo XVII, estuvieron integrados en su mayor parte por hombres que habían sido arrebatados de niños a sus familias cristianas y más tarde habían recibido instrucción militar y se habían convertido al islam a la fuerza. Unos cuantos llegaron a ocupar altos cargos en la Administración y el Ejército.32 En el siglo XIX, y a raíz de la creciente demanda mundial de exportaciones, resurgió la esclavitud en los países islámicos.33 En África, según dos autores británicos de la época, esta institución era mucho más tolerable: “El esclavo se sienta en la misma estera que su amo y come del mismo plato, y los dos parecen conversar como iguales […]. [Al esclavo nativo de África] se le emplea […] como esclavo doméstico, a veces como escolta. Se le suele tratar con benevolencia y hasta favoritismo. Los caprichos de la fortuna a veces lo elevan