Un mundo dividido. Eric D. Weitz

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Un mundo dividido - Eric D. Weitz

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James, discípulo de Agassiz, tenía sin embargo otra concepción de la diversidad humana: el joven filósofo superó los prejuicios tan comunes en su época ofreciendo en sus escritos una visión favorable de los pueblos indígenas y mestizos.73 El futuro autor de Las variedades de la experiencia religiosa apreciaba las múltiples formas de vida humana, y así empezó a distanciarse de su mentor, muy admirado por la élite de Boston y Nueva Inglaterra. James se vio influido por las ideas abolicionistas que predominaban en su familia, pero fue más allá.

      En su viaje al interior del país se sintió a gusto con el mestizo que le servía de guía y los indios que conducían la canoa. Y, sin embargo, hay cierto paternalismo en su descripción de los africanos y los indios, “gente encantadora, con un tono de piel marrón muy bonito y un pelo moreno envidiable. La piel está seca y parece limpia. No sudan apenas, por lo que tienen mejor aspecto que otros negros y los blancos, que en este clima siempre están sudorosos, con la piel como grasienta. […] Todos los indios que he conocido son muy cristianos y civilizados”.74 Eran gente “de trato muy agradable”, pero “sin la menor perspicacia”.75 Después de encontrarse con un grupo de mujeres indias escribió lo siguiente en su diario: “Me admiró, como de costumbre, el tono suave y educado en el que conversaban mis amigos y la vieja dama. No sé si es su raza o su entorno lo que hace a este pueblo tan refinado y cortés. No hay en Europa ningún caballero con mejores modales, y sin embargo estamos hablando de campesinos”.76

      James describe con elocuencia los peces que encontró, los ríos y montañas, y hasta las nubes de mosquitos; y por lo demás celebra que “tanto amos como sirvientes” carezcan de la “brutalidad y vulgaridad que nos caracteriza a los anglosajones”.77 Pero apenas habla de la esclavitud, a pesar de que Río de Janeiro era el punto de desembarco de esclavos más importante de toda América, y los trabajos forzados aún tardarían veintitrés años en ser abolidos en Brasil.78 James da muestras, es verdad, de humanitarismo en sus escritos, pero es improbable que hubiese aceptado reconocer a los indios y a los negros la condición de ciudadanos con derechos de la nación brasileña. Muchos de los abolicionistas brasileños más destacados tenían las mismas limitaciones que el autor estadounidense, como veremos en el capítulo IV.

      Los orientales que viajaron a Occidente en el siglo XIX observaron igualmente la diversidad humana. En 1815 llegaron cinco jóvenes persas a Gran Bretaña, donde se reunieron con un sexto que había llegado dos años antes,79 y se quedaron en el país hasta 1819. Bajo el reinado de Fath Alí Sah (emperador de Persia desde 1797 hasta 1834), Rusia se había apoderado de territorios persas. Al sur y al este del país, en la India, Gran Bretaña estaba extendiendo su hegemonía por medio de la Compañía Británica de las Indias Orientales. Fath Alí Sah temía nuevas incursiones por parte de las dos potencias, pero confiaba en poder aliarse con los británicos, igualmente preocupados por el expansionismo ruso.

      En 1815 no existía la imprenta en Persia, ni por tanto los periódicos. Los instrumentos científicos eran escasos y obsoletos.80 Fath Alí Sah y su hijo, Abbas Mirza, eran plenamente conscientes de la amplia superioridad científica y tecnológica de los británicos, particularmente en el campo militar. Abbas Mirza emprendió una campaña modernizadora destinada a instituir el “nuevo orden” persa. Aprendió inglés y francés, introdujo reformas en el Ejército y la burocracia y se dejó orientar por un pequeño grupo de asesores militares británicos llegados de la India.

      Abbas Mirza envió a Gran Bretaña a sus jóvenes colaboradores, hijos de altos funcionarios del Imperio persa, con el cometido de aprender todo lo que pudieran de los británicos. No fue esta la primera expedición oriental a Europa, pero sí una de las más importantes. En ese mismo siglo, los japoneses y los coreanos organizarían otra similar, aunque mucho más ambiciosa (como veremos en el capítulo VII).

      Uno de los persas trabajó de aprendiz en la herrería James Wilkinson & Son, fabricante de armas “para su majestad”. Un par de ellos colaboraron con ingenieros militares y artilleros de la Real Academia Militar, y otros dos estudiaron medicina en el St. George’s Hopital, uno de los hospitales más prestigiosos de Londres. El sexto (que llevó un diario) se llamaba Mirza Salih y estudió idiomas, aunque de manera algo anárquica. Las universidades de Oxford y Cambridge, que exigían a sus estudiantes jurar lealtad a la Iglesia de Inglaterra, no eran demasiado acogedoras para los católicos irlandeses, ni mucho menos para un musulmán de Persia.81

      Los jóvenes persas al principio se sintieron perdidos en un país tan distinto al suyo, pero tardaron poco en aclimatarse. Aprendieron todo lo que pudieron sobre los avances técnicos que la Revolución Industrial había traído a la artillería, al arte de la impresión y a la fabricación de papel. Mirza Salih y uno de sus colegas también observaron el funcionamiento de las fábricas textiles, impulsoras de la industrialización en su etapa inicial, y los muelles donde se estaban construyendo los primeros barcos de vapor.82

      A Mirza Salih le fascinó tanto el arte de la impresión que entró a trabajar como aprendiz en una imprenta y se manchó las manos (literalmente), cosa rara en un persa de su alcurnia y dignidad. Allí se dio cuenta de algo fundamental que trascendía las técnicas de impresión: observando a la sociedad británica, tomó conciencia del papel decisivo que desempeñaba la imprenta en la difusión de las ideas.83 Mirza Salih llegó a hacerse masón. Varios persas y otomanos ilustres que viajaron a Europa se vieron, en efecto, atraídos por el doble carácter secreto y laico de la masonería, que no les exigía abjurar de la fe musulmana. Por lo demás, esta sociedad permitía establecer ciertos contactos y relaciones que favorecían las misiones diplomáticas. Los musulmanes que ingresaron en ella no llegaron a convertirse en defensores de los derechos humanos, pero se vieron influidos, sin duda, por el racionalismo de los masones y sus ideales ilustrados, ligados al concepto de libertad. En 1858 unos cuantos persas, entre ellos los que habían viajado al extranjero, fundaron una logia masónica en su país. Mientas tanto, otro miembro de la expedición, Muhammad Ali, estaba frecuentando los círculos de artesanos izquierdistas que creaban un ambiente de efervescencia política en los cafés y pubs londinenses.84

      A Mirza Salih también le asombró que la Bodleian Library de la Universidad de Oxford tuviera libros en urdu, persa y árabe; que la Compañía Británica de las Indias Orientales dirigiera una escuela pujante en la que se enseñaban los idiomas que él había aprendido en su país, y que el taller en el que trabajaba imprimiera innumerables biblias en esas lenguas. El imperialismo no se limitaba al dominio sobre otros países: también impulsaba la difusión de las ideas. Mirza Salih volvió de Gran Bretaña con una imprenta, aunque poco antes, y gracias a un compatriota suyo igualmente emprendedor, había llegado otra desde San Petersburgo.85

      Mirza Salih casi nunca menciona en su diario las condiciones de vida de los trabajadores de las primeras fábricas, estaba demasiado ocupado observando con admiración la tecnología y la intensa vida social británicas como para fijarse en la miseria de la clase obrera. Ya advertimos la misma limitación en William James, que omite en sus escritos la lacra de la esclavitud. Y es que los viajeros no hablaban más que de lo que les interesaba. Pero lo que no veían era igual de importante.

      FISURAS

      En este mundo caracterizado por el poder imperial y dinástico, los grandes desplazamientos de población, la pobreza extrema, formas de explotación muy arraigadas y actos de sumisión…, en este mundo existían fisuras que prefiguraban otro nuevo que estaba por venir: indicios que solo ahora se ven con claridad.

      Ya hemos mencionado uno de estos indicios, a saber, la apertura de Japón; el país entró así en una senda de modernización y se convirtió en uno de los muchos que formaban la “sociedad de Estados”. En el Congreso de Viena se habían hecho evidentes

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