Un mundo dividido. Eric D. Weitz

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e independientes. La Paz de Westfalia había establecido este sistema en 1648, y el Congreso de Viena lo restauró.

      La legitimidad dinástica y la soberanía territorial fueron los principios fundamentales del Tratado de Viena (véase ilustración de la p. 51). Era imposible, sin embargo, reprimir del todo las ideas de Estado nación y derechos humanos que la Revolución francesa había difundido en Europa. Por mucho que lo desearan, los príncipes, reyes y emperadores europeos no podían forzar al continente a retroceder a la década de 1760, es decir, a los años anteriores a las revoluciones estadounidense y francesa, y a las latinoamericanas. En los siglos XIX y XX el auge de los nacionalismos llevaría a muchos de los Estados dinásticos europeos a transformarse en Estados nación, como veremos en otros capítulos. Es cierto que varias disposiciones del Tratado de Viena venían a afirmar el principio de nacionalidad, entre ellas la que otorgaba a los polacos no un Estado propio, pero sí una serie de instituciones nacionales, y la que unía muchos de los pequeños territorios alemanes que antes habían gozado de soberanía para formar Estados mayores. Por lo demás, el tratado reivindicaba la emancipación de los judíos, afirmando así uno de los principales triunfos de la Revolución francesa.86 La pervivencia del poder dinástico no impidió que las naciones, las constituciones y los derechos se incorporaran al paisaje intelectual y político europeo.87

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      Representación en acuarela de los emperadores y reyes de Europa, por August Friedrich Andreas Campe (1777-1846)

      Sus acciones impulsaron el movimiento abolicionista que surgió originalmente en Gran Bretaña y Norteamérica a finales del siglo XIX y en el siguiente. Los abolicionistas crearon el primer movimiento internacional en pro de los derechos humanos. Su presión política llevó a Gran Bretaña a prohibir el comercio trasatlántico de esclavos en 1807 y promover la causa de la abolición en el Congreso de Viena, donde las grandes potencias condenaron el tráfico de esclavos, “contrario a los principios humanitarios y la moral universal”, y exhortaron a los signatarios del tratado a poner fin a esta práctica, aunque todavía no estaban en condiciones de hacerlo ni de abolir la institución misma de la esclavitud.89 Sin embargo, muchos otros países se apresuraron a seguir el ejemplo de Gran Bretaña, que se encargaría de hacer cumplir en el plano internacional la prohibición del tráfico de personas. Si bien algunos abolicionistas creían en la inferioridad intrínseca de los negros, el movimiento a favor de la eliminación de la esclavitud (institución que existía desde hacía milenios) supuso en Occidente y el mundo islámico una revolución moral y política que guarda una estrecha relación con el desarrollo de los derechos humanos, como veremos en capítulo IV, dedicado a Brasil.90

      Otras formas de pobreza extrema y explotación también suscitaban el rechazo. La idea del “inglés nacido libre” prendió en Gran Bretaña y sus colonias (o antiguas colonias, en el caso de Estados Unidos). Se propagó por el campo y las ciudades, y a partir de 1815 adoptó múltiples formas, manifestándose en la destrucción de maquinaria industrial, las primeras huelgas y protestas multitudinarias. La poesía de William Blake (entre otros) describía los males de su época e imaginaba un futuro de libertad y prosperidad. El poema “Jerusalén” (1810), en el que abundan las imágenes religiosas, es un furioso alegato contra las condiciones de vida predominantes en Gran Bretaña (Blake habla de las “oscuras fábricas satánicas”) y un llamamiento a la rebelión. Blake cree posible construir en los fértiles campos de Inglaterra un mundo donde reine la libertad.

      ¿Y caminaron de antiguo esos pies

      por las verdes montañas de Inglaterra?

      ¿Y fue el sagrado Cordero de Dios

      visto en las plácidas praderas de Inglaterra?

      ¿Y brilló el semblante divino

      sobre nuestras nubladas colinas?

      ¿Y se construyó Jerusalén aquí,

      entre esas oscuras fábricas satánicas?

      ¡Traedme mi arco de oro ardiente!

      ¡Traedme mis flechas de deseo!

      ¡Traedme mi lanza! ¡Oh, nubes, abríos!

      ¡Traedme mi carro de fuego!

      No cejará en la lucha mi espíritu

      ni dormirá en mi mano la espada

      hasta que levantemos otra Jerusalén

      en el campo verdeante y dulce de Inglaterra.

      La Rebelión Taiping, que estalló en el otro extremo del mundo, en China, medio siglo después, representaba otra forma de resistencia, aunque creada en el contexto de una economía y un intercambio de ideas globales. Levantamiento numeroso y principalmente campesino, Taiping fundía elementos cristianos y budistas. Como Blake, los dirigentes de la rebelión proclamaron un porvenir milenario opuesto a las condiciones opresivas que padecían los campesinos y a la incapacidad de la dinastía Qing para defender los principios del gobierno justo. Mientras aguardaban el advenimiento de la utopía, los rebeldes Taiping redistribuyeron la tierra y llegaron incluso a emancipar a las mujeres. Después de más de diez años de guerra en los que los dos lados habían perpetrado atrocidades sin precedentes, los gobernadores provinciales, la pequeña aristocracia local y el Gobierno central, aterrados por la posibilidad de una China gobernada por los Taiping, recuperaron la iniciativa y derrotaron a los rebeldes. La crisis interna china llevó a la intervención de las potencias occidentales. Su influencia creciente se manifestó sobre todo en la segunda guerra del Opio (1856-1860).91

      En esta época se empezó a avanzar hacia el reconocimiento de los derechos de las mujeres, y no solo en China con la Revolución Taiping, sino también en Occidente. En la década de 1790, Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft fueron las primeras autoras en reivindicarlos explícitamente. He aquí uno de los primeros ejemplos de cómo el reconocimiento de derechos a ciertas personas (los hombres, en el caso de la Revolución francesa) animaba a otras a reclamarlos para sí, de modo que se iba ampliando el conjunto de individuos dignos de convertirse en ciudadanos con derechos. En Europa occidental y Norteamérica muchas mujeres pasaron de militar en el movimiento abolicionista a fundar las primeras organizaciones de defensa de los derechos de la mujer. Estas activistas relacionaban explícitamente las dos causas y su ideología política solía estar teñida de religiosidad. Mediaría un largo camino entre los hitos que hemos mencionado –los escritos publicados por De Gouges y Wollstonecraft en

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