Ríos que cantan, árboles que lloran. Leonardo Ordóñez Díaz

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Ríos que cantan, árboles que lloran - Leonardo Ordóñez Díaz Ciencias Humanas

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se acompaña, en la versión de Otero Silva, de una crítica a la actitud de muchos conquistadores cuya principal expectativa es poder sustraerse a las exigencias del trabajo: «Habéis acometido esta empresa con el designio de haceros ricos y poderosos de golpe y porrazo, sin labrar la tierra, sin amasar el pan, sin forjar el hierro, sin leer los libros, con el oro y la plata de los Omaguas que pedís a Dios hallarlos a flor de tierra, ya que a cavar una mina tampoco os han enseñado» (147). La credulidad con que los españoles acogían las leyendas sobre lugares míticos es fomentada, según esto, por las ansias de riqueza rápida, pero también por un contexto histórico en el que los europeos se imaginaban la realidad americana, incluyendo la selva, como un territorio a lo largo del cual estaba diseminado, en sitios que era preciso ubicar, un cuantioso y espléndido botín. Tal noción encaja bien con la dinámica que articula los imaginarios coloniales de la selva, surgidos en el seno de expediciones cuyos participantes, pese a los sufrimientos que los hostigaban por el camino, solían pensar con el deseo y ver con la imaginación. Al mismo tiempo, ella crea un escenario propicio para las prácticas extractivas que marcan con su impronta la historia económica del continente desde la época de la conquista.

      A modo de recapitulación, subrayo entonces la existencia de tres líneas de desarrollo de los imaginarios de la selva cuyo origen se remonta a la situación vivida por los conquistadores en sus incursiones amazónicas. Por un lado, está la visión de la selva fecunda, fomentada por la promesa de las riquezas ocultas en su interior y por la vegetación exuberante; por otro, está la visión de la selva enmarañada, fomentada por los obstáculos e inconvenientes del camino y por las dificultades para orientarse en ella. Por último, está la visión de la selva inclemente, fomentada por el fracaso de las expediciones y por el pesado saldo de víctimas que arrojaba cada viaje. Las cuatro novelas que he analizado muestran cómo estos temas solo en parte responden a las características ambientales del entorno selvático: la visión de la selva fecunda, afín a los imaginarios del paraíso virgen, se apoya fuertemente en las esperanzas que tenían los españoles de encontrar oro, plata, especias; la noción de la selva enmarañada, afín a los imaginarios de la selva como laberinto vegetal, responde en buena medida a las torpezas y errores cometidos por los españoles a causa de su ignorancia del terreno y su ceguera con respecto a las culturas locales; la noción de la selva inclemente, afín a los imaginarios de la espesura letal y del infierno verde, es entre otras cosas un reflejo de la desilusión sufrida por los conquistadores al término de expediciones cuyos resultados no correspondían a las exageradas expectativas iniciales. La realidad ambiental de la Amazonía y la coyuntura de la empresa conquistadora forman, por ende, una trenza cuyos hilos naturales e históricos están tan íntimamente entretejidos que resultan indisociables.

      Esto ayuda a entender por qué la selva ocupa en las novelas de Benites, Aguilera Malta, Uslar Pietri y Otero Silva un lugar a la vez central y marginal. Aunque decisivo para el destino de las expediciones de Orellana y de Ursúa, el entorno amazónico sigue siendo al cabo un territorio desconocido sobre el cual los españoles proyectan sus esperanzas, con el cual tropiezan sus esfuerzos y al cual terminan imputando sus desengaños. A las dificultades de los conquistadores para afrontar la realidad selvática se suman la lejanía y el aislamiento de la selva con respecto a los ejes del poder colonial en América, que a su vez están alejados y relativamente aislados con respecto a la fuente central del poder en la península ibérica. La selva entra en la tradición de la historia occidental como el margen de un margen, la periferia de una periferia, el borde o frontera de las terras incognitas aún no asimiladas —y quizá inasimilables. El efecto de distorsión que esto implica ha adquirido con el tiempo un grado de evidencia difícil de soslayar; de ahí que en la revisión de la historia tradicional llevada a cabo por los cuatro autores mencionados persista una visión de la selva profundamente marcada por la huella de los viejos imaginarios eurocéntricos. Ello no impide que, como hemos visto en este capítulo, sus novelas hagan aportes relevantes para el desarrollo de esa vigilancia crítica que necesitamos a fin de contrarrestar la fascinación que siguen ejerciendo hasta hoy los estereotipos de la selva.

      1La idea de la novela como exploración de las posibilidades de la existencia humana es de Kundera (1986: 37-63). En los análisis que presento en este capítulo, mi interés no es seguirles la pista a las eventuales infidelidades históricas de los autores, sino captar la forma en que los textos exploran las posibilidades humanas en el marco de la colonización de las selvas, ya que, como dice Kundera, «“existir” significa: “ser en el mundo”. Es preciso por ende comprender el personaje y su mundo como posibilidades» (1986: 61).

      2Chakrabarty ha rastreado (2008: 201-207) la tendencia del pensamiento humanista europeo —desde Hobbes y Vico en el siglo xvii y hasta Croce y Braudel en el xx— a fijar una separación entre historia humana e historia natural, y muestra cómo esa idea entra en crisis en las últimas décadas, debido a la conciencia de los trastornos ambientales introducidos por los humanos a escala global. Un libro que subraya el impacto de la problemática ecológica actual sobre nuestra percepción del pasado histórico es A Green History of the World de Clive Ponting (1991). En cuanto a la concepción de la realidad americana como espacio al margen de la historia, su formulación más radical está en la filosofía de Hegel, tal como lo documenta Gerbi en La disputa del Nuevo Mundo (1960: 386-389 y 398-401).

      3Entre las fuentes históricas sobre el primer viaje de Orellana al Amazonas, la relación de fray Gaspar de Carvajal es clave, pues el dominico participó en la expedición y escribió la crónica poco después de acaecidos los hechos; en un segundo nivel están las crónicas de Gonzalo Fernández de Oviedo, Pedro Cieza de León y Toribio de Ortiguera, quienes contaron «con testimonios y documentos de primera mano» (Pérez 1989: 41). Los hechos relativos al segundo viaje, por su parte, son conocidos a través de cartas, cédulas reales y otros documentos de la época; la novela de Benites incluye al final una lista detallada de dicha documentación.

      4Benites comenta al respecto: «Al emperador le preocupa poco lo que ocurre en esos dominios lejanos, como no sea la posibilidad de que le lleguen remesas de oro y de especias. No ha tomado España la colonización del nuevo mundo como negocio productivo ni como causa nacional» (184). Lafaye, por su parte, afirma que la conquista «fue tratada como pariente pobre por la Corona. El esfuerzo oficial se concentró ante todo en la legislación y manifestó más el cuidado de combatir los abusos que el de respaldar a los conquistadores en sus empresas o aportarles algún tipo de ayuda» (1964: 40). Y concluye: «Para resumir en pocas palabras las relaciones entre los conquistadores y el Estado español, habría que decir que los primeros tomaban todos los riesgos (incluyendo el de la desgracia oficial) y el segundo su parte de todos los beneficios» (46).

      5Rodríguez analiza el papel de este contraste en la crónica de Carvajal y destaca su pronta incorporación al discurso etnográfico: «Los dos rasgos culturales más prominentes de los grupos étnicos documentados eran la generosidad (“indios pacíficos”, buenos salvajes) y la combatividad (“indios guerreros”, caníbales). En consecuencia, desde el comienzo, los discursos etnográficos y políticos están directamente ligados a la administración o al control de las poblaciones. La política es debatida a través de las múltiples implicaciones de la categorización de los pueblos amerindios como “gente de paz” y “gente de guerra”» (2004: 170).

      6Muchos autores ven en la busca de maravillas un hilo conductor de la conquista de América; Pastor escribe: «Desde principios del siglo xvi, se sucedieron casi sin interrupción las expediciones en busca de objetivos maravillosos y quiméricos. La expansión territorial del Imperio español y la exploración del continente americano se llevaron a cabo bajo el signo seductor del mito» (2008: 195); según Alès y Pouyllau, «toda la conquista… está marcada por la expectativa de

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