Del laboratorio al mercado. Álvaro Ossa Daruich

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Del laboratorio al mercado - Álvaro Ossa Daruich

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tomate cherry es muy antiguo y no se sabe muy bien de dónde proviene. Algunos dicen que de Grecia, otros de Italia o de América en forma silvestre. Si bien es cierto el tomate cherry existe hace mucho, científicos israelíes encontraron la forma de crear una variedad que fuera fácil de empacar, transportar y vender antes de que se echara a perder. Lo hicieron modificando la semilla de los tomates, para crear una variedad resistente y fácil de cultivar.

      La historia cuenta que (Lewis, 2016) durante la década de 1970 el dueño de la tienda inglesa Marks & Spencer se acercó a productores locales, así como a los científicos israelíes, para solicitarles que desarrollaran un tomate que fuera apto para los supermercados y tuviera un sabor más dulce. El agricultor inglés Bernard Sparkes empezó a experimentar con una variedad de tomates cherry llamados Gardener’s Delight, al tiempo que dos científicos israelíes de la Universidad Hebrea de Jerusalén empezaron a producir semillas de tomates cherry que crecían en filas uniformes y podían durar más tiempo en los estantes. Lo que hicieron fue mejorar su sabor, volviéndolo más dulce y jugoso, además de lograr que durara más. Después, esa universidad se lo entregó a los agricultores de Israel para que lo cultivaran. Hoy es un éxito y es consumido en muchos países del mundo. Actualmente, Israel es un líder mundial en la industria de las semillas de tomate y se estima que el 10% del mercado mundial de semillas de tomate le pertenece.

      La noche del terremoto del 27 de febrero de 2010 en Chile, conocido como el 27-F, fue la mejor prueba para una de las torres más altas de la ciudad de Santiago. La torre Titanium, con 55 pisos y más de 190 metros de altura, solo sufrió daños menores, sin deterioros estructurales. Era el edificio más alto del país, que pasó la prueba al quinto terremoto de mayor intensidad en la historia del mundo. Esta torre contaba con un sistema antisísmico basado en disipadores de energía.

      En 1995 volvía de su doctorado en la Universidad de Berkeley –ubicada en la falla de San Andrés, otro punto altamente sísmico– el profesor Juan Carlos de la Llera, ingeniero civil de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Durante su estadía en Estados Unidos había comenzado a investigar tecnologías asociadas al riesgo sísmico en diferentes estructuras. Se decidió a impulsar en Chile una línea de ingeniería sísmica distinta a la vigente hasta ese entonces en el país, enfocándose en dos aspectos fundamentales: el aislamiento sísmico, que con grandes rodillos de gomas y disipadores de energía, especie de amortiguadores que disipan la vibración, separa las estructuras del suelo.

      A mediados de los años noventa, el investigador obtuvo fondos concursables del Estado para comenzar su investigación, lo que llevó a desarrollar más de treinta patentes de invención y a constituir la empresa en el año 2003.

      Hoy se puede ver aplicado el resultado de años de investigación. Estos amortiguadores se han implementado con éxito en importantes hospitales y edificios en Chile, e incluso han comenzado a exportarse a otros países, como Perú y Nueva Zelanda.

      Esta tecnología cambió la vida de miles de personas, la tornó más segura, y ahora se está en la búsqueda de hacerla más económica para llegar a todos los rincones del mundo donde se necesite aislación sísmica. Esta, sin duda, es ciencia que cambia vidas para siempre (J. de la Llera, comunicación personal, 2020).

      Las enfermedades huérfanas son un gran problema para pacientes, sus familias y la sociedad en general, ya que suelen llevar a condiciones físicas y emocionales que afectan completamente la calidad de vida de las personas que las padecen. Estas enfermedades normalmente no son de interés por parte de los gobiernos o las grandes farmacéuticas, porque el tamaño de la población afectada por cada condición no es significativa en comparación a otras enfermedades, lo que las hace económicamente inviables o de bajo interés.

      A pesar de esto, investigadores agrupados en el Instituto de Errores Innatos del Metabolismo de la Pontificia Universidad Javeriana de Colombia, tienen como foco principal el desarrollo de terapias y diagnósticos para un grupo específico de enfermedades raras, los errores innatos del metabolismo.

      Uno de los investigadores líderes es Carlos Javier Almeciga, quien con su trayectoría investigativa se ha convertido en uno de los líderes en este campo por lograr innovaciones relevantes en errores innatos del metabolismo. Carlos Javier es químico farmacéutico y doctor en ciencias biológicas, cuenta con experiencia en biotecnología aplicada al área de salud, tecnologías relacionadas con ADN y proteínas para estrategia terapéutica para terapia génica, especialmente para errores innatos del metabolismo.

      El doctor Almeciga, durante la etapa final de su formación doctoral, participó en una investigación en St. Louis University en Estados Unidos, que lo llevó a desarrollar una terapia alternativa para el síndrome de Morquio A, también conocido como la mucopolisacaridosis tipo IV A. El síndrome de Morquio toma su nombre del pediatra uruguayo Luis Morquio, quien en 1929 describió a una familia con cuatro niños afectados por la misma enfermedad (Sawamoto et al., 2018). Dicha patología es una afección rara que genera un daño en la información genética del paciente, que lleva a la producción deficiente de una proteína necesaria para descomponer unas moléculas de azúcares complejos denominados glicosaminoglicanos (Khan et al., 2017). Esta deficiencia genera malformaciones físicas, como poca estatura y alteraciones esqueléticas.

      Junto al grupo de investigaciones de St. Louis University, el doctor Alméciga desarrolló un método basado en terapia génica, que permite llevar de manera más eficiente a hueso el material genético empleado para corregir la enfermedad. Lo más interesante de esta tecnología es que podría ser empleada para corregir la alteración genética en otras enfermedades con alteraciones esqueléticas. Esta tecnología fue protegida por patente inscrita a nombre de la universidad colombiana y de Estados Unidos, y unos años después una empresa de base tecnológica en los Estados Unidos licenció la tecnología para emplearla en el desarrollo de terapias para enfermedades raras.

      Adicionalmente, el Instituto de Errores Innatos del Metabolismo desarrolló y transfirió al Hospital Universitario San Ignacio, en Colombia, una seríe de metodologías empleadas en el diagnóstico de errores innatos del metabolismo, en el año 2009. Esto se logró haciendo una adaptación de pruebas que existían a nivel internacional a la población y condiciones tecnológicas colombianas. Con los créditos generados por estas transferencias, el Instituto de Errores Innatos ha generado un modelo de negocio sostenible que ha dado pie a un circulo virtuoso que le permite continuar desarrollando investigaciones e innovaciones con tecnologías de punta en la región (C. Alméciga, S Cuellar, D. Díaz, comunicación personal, 2020).

      Uno de los estragos que ha causado el cambio climático, sumado al aumento significativo de la población mundial, es la escasez hídrica. Tanto es el problema, que ya se está hablando del agua como el oro azul.

      En este contexto, en Chile, luego del terremoto del 27 de febrero de 2010, se comenzó a gestar un proyecto para poder obtener agua potable a partir de agua de mar. La tecnología había sido patentada en 2016, y basaba su principio en un proceso destinado a la obtención de agua para consumo humano e industrial, y para regadío, a partir de agua de mar, aguas salobres o con alto contenido de hierro, magnesio y metales pesados. El proyecto fue liderado por Rodrigo Bórquez, ingeniero civil químico y doctor en Ciencias de la Ingeniería de la Universität Karlsruhe de Alemania y académico de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Concepción.

      El sistema destaca por requerir condiciones operativas a presiones más bajas que las que se utilizan en las plantas convencionales de osmosis inversa, lo que reduce significativamente los costos en las etapas de inversión y operación, representando una alternativa viable para abastecer de agua potable a zonas costeras, y cumpliendo con las normas chilenas de calidad del agua.

      Tras

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