Las imprentas nómadas. Alessandro Corubolo
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Inglaterra, país industrialmente avanzado, poseía una indiscutida supremacía en la innovación tecnológica del campo tipográfico: de hecho, las primeras y más difundidas prensas de hierro fueron producidas allí. Para realizar o difundir sus propias invenciones, inventores y mecánicos de otras nacionalidades se habían desplazado desde los Estados Unidos a Londres, por ejemplo Clymer –inventor de la Columbian Press– o, desde los países alemanes, Senefelder –inventor de la litografía– y Koenig y Bauer, constructores de las primeras prensas mecánicas, la más grande innovación de la tecnología tipográfica desde los tiempos de Gutenberg.
No sorprende, pues, que en Inglaterra –donde, por otra parte, la libertad de prensa y la ausencia de movimientos revolucionarios permitían el comercio legal de pequeñas imprentas tipográficas fácilmente transportables sin la preocupación de que difundieran publicaciones clandestinas– existiera interés en iniciativas para construir máquinas poco costosas, capaces de producir impresiones de pequeño formato e importancia.
Esas pequeñas prensas habrían sido adaptadas no solo para una amplia cantidad de usuarios profesionales o para las private presses de los caballeros, sino incluso para un público más amplio que imprimiera por diversión o por otra de las tantas motivaciones que podían llevar a los particulares a tal elección.
A los modelos en miniatura de las prensas de hierro Stanhope y Albion, (34) aún demasiado costosos, se agregaron otras soluciones para la impresión no profesional. Se trataba de perfeccionamientos de las imprentas a fuelle, es decir con los dos planos unidos por el cierre, a los cuales se agregaron el marginador y el tímpano. Sin embargo, debido a lo elemental de su construcción, dichas prensas presentaban problemas de uniformidad de presión, pues esta era más fuerte cerca del cierre, por lo que se hacía necesario usar solo pequeños formatos. En 1839 Edward Cowper, para su prensa Parlour, encontró una solución sin consecuencias para los aspectos considerados en nuestro capítulo. En efecto, en ese período aumentó de forma notable el interés por las pequeñas máquinas de imprenta que definiremos de uso doméstico. (35)
Durante el siglo XIX también en los demás países europeos fueron producidos, aunque en menor medida, varios modelos de pequeñas máquinas tipográficas para uso de aficionados –no faltaron aquellos ideados como juguetes para niños– (36) que, de manera implícita, podían transformarse en instrumentos capaces de ser ocultados fácilmente. Como es sabido, rigurosas normas habían regulado siempre y en todas partes incluso la simple posesión de instrumentos de imprenta. Los vientos de libertad traídos por la Revolución francesa se agotaron rápidamente y tales normas fueron confirmadas y precisadas en los primeros años del período napoleónico. Alarmada por las dificultades para mantener bajo control un fenómeno que se había extendido desde el restricto público de aristócratas hacia una masa mucho más extensa de posibles usuarios, la celosa Policía reservó sus atenciones también a las imprentas domésticas. Hasta las imprentas de juguete fueron miradas con sospecha, en cuanto eran potencialmente aptas para difundir material subversivo: en julio de 1812, bajo los pórticos del Palacio Real, agentes de la Policía de París detuvieron a un vendedor ambulante de “imprentas portátiles”. Las pequeñas máquinas, contenidas en una caja de apenas 16 centímetros, estaban dotadas de todo lo necesario para la impresión de una hoja de pocos renglones. El prefecto escribió alarmado: “las encuentro peligrosas, sobre todo porque posibilitan la impresión de versos ofensivos y panfletos de pocos renglones de forma rápida y en el lugar donde uno se encuentre” (Granata, 2006). Es evidente que de estas minúsculas tipografías habría sido imposible encontrar rastro.
A MANIJA O A PEDAL: LAS “PLATINAS”
Pasados cien años de su invención, las máquinas tipográficas llamadas platinas se hicieron conocidas al gran público gracias a la inolvidable interpretación de Totò y de Peppino de Filippo en el film La banda degli onesti (1956), (37) del que ellas fueron también protagonistas.
Dos versiones de las platinas –a manija y a pedal– habían sido ideadas y puestas a punto en los Estados Unidos en los años cincuenta del siglo XIX. A diferencia de lo que aconteció con la prensa tradicional, en la que el plano de presión desciende de forma horizontal sobre el carril móvil donde se colocan el molde impresor y la hoja de papel, en las máquinas de platina la presión se produce por el encuentro vertical entre la platina donde se coloca el papel y el molde dispuesto sobre el plano. Esta solución ha hecho posible el entintado automático por medio de rodillos que suben y bajan sobre el molde desde un plato giratorio sobre el que se produce la trituración de la tinta. El movimiento, que cierra la platina (móvil) sobre el molde impresor (plano fijo), se obtiene o a través de un mecanismo accionado por una “minerva” (pedal, del que en italiano se deriva pedalina), o bien a mano, bajando una palanca. Las minervas operaban con discreta velocidad y fueron modelos con una superficie de impresión relativamente amplia, pero no se proyectaron para ser transportables debido a su peso, no muy distinto del que tenían las análogas prensas de hierro.
Máquina tipográfica de platina a manija; fotograma del film La banda degli onesti (1956).
Platina manual tipo “Boston” de C. M. Zini, extraída de un anuncio publicitario de los años ochenta del siglo XIX.
Minerva The Liberty Job Printing Press, extraída de un anuncio publicitario aparecido en The Inland Printer, septiembre de 1887, p. 826.
Las platinas a manija, en cambio, eran de pequeñas dimensiones (con un marco a partir de 5 x 7,6 cm), bastante livianas, por regla general apoyadas o fijadas en un banco, fácilmente transportables y, si era necesario, posibles de ser ocultadas. Estas máquinas tipográficas también tuvieron inmediato éxito y difusión en Europa, luego de que fueron conocidas en las exposiciones de Londres (1862) y París (1867). Fueron numerosos los importadores y constructores de platinas, y algunos estuvieron en actividad hasta los años ochenta del siglo XX. (38) Las minervas, sobre todo, se transformaron en las máquinas tipográficas más difundidas y conocidas, incluso para un público no especialista.
En Italia, el mayor constructor y distribuidor de pequeñas máquinas tipográficas en toda la península fue el fundidor de caracteres Cesare Matteo Zini de la ciudad de Milán, sucesor de la empresa que Víctor Petibon había abierto en 1845 como sucursal de la Fonderie Propagande de París. (39) Ya en 1877, Zini ofrecía una prensa tipográfica “de muy bajo precio y fácil manejo”, a solo 125 liras, en planos sobrepuestos con una bisagra y palanca apta para empujar el molde contra el plano de 35 x 25 cm y, junto con otros productos, una “tipografía portátil” de cuatro renglones con 400 caracteres por 20 liras, contenida en una elegante caja de madera de cerezo de 30 x 16 cm. En las Exposiciones de Milán de 1881 y de Turín de 1884, obtuvo elogiosos comentarios: “casi todos los regimientos, las naves reales y muchísimos privados poseen hoy una máquina tipográfica provista por la Empresa C. M. Zini de Milán”. (40)
Detalle de un anuncio publicitario de las pequeñas prensas tipográficas de la fundición C. M. Zini de Milán (ca. 1880). En la hoja se lee: “En un solo día me transformé en tipógrafo e imprimo sin cansarme”.
La pequeñísima máquina que, como veremos, llevó consigo en 1915 a Adamello el tipógrafo alpinista Vittorio Bozzi era, justamente, una Zini con una luz de impresión de 15 x 10,5 cm. (41)
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