Las imprentas nómadas. Alessandro Corubolo
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Las imprentas nómadas - Alessandro Corubolo страница 11
Federico Barbet di Villanova, Istruzioni sui tre principali metodi dell’arte litografica, frontispicio, 1830, Nápoles, Reale Tipografia della Guerra.
POLÍGRAFOS
El color azul morado, las imprecisiones de entintado repasadas con la tinta para escribir, la intensidad poética, la fantasía incluso gráfica de su autor, nos dan la pauta de lo que fue el más singular y precioso producto de un “polígrafo”. En junio de 1915, en el frente de Champagne, “frente al enemigo”, Guillaume Apollinaire imprimió 25 copias, utilizando el duplicador del diario de trinchera del 38.vo regimiento de artillería de campaña, de Case d’Armons, un frágil librito que contenía 21 de sus más recientes poesías, las que más tarde integrarían la antología de los Caligramas. (54)
Esta referencia poética nos induce a detenernos en el tema de los “polígrafos”, término con el que pretendemos identificar a los aparatos para copias cuya difusión, sin embargo, se remonta a varios decenios antes:
Los pequeños medios de reproducción, que ya se veían de manera abundante en la Exposición Universal de 1878, continuaron multiplicándose durante el transcurso de 1879, aunque con la aparición de la pluma eléctrica de Edison, se decía que el público no habría sabido qué hacer con ellos. Los polígrafos –que se llaman con nombres diversos, según el capricho de los respectivos productores– ya habían penetrado en todas las oficinas o bancos de alguna importancia […]. Autopolígrafo, velocígrafo, hectógrafo, etcétera, son casi la misma cosa. Cartitas, breves circulares, direcciones, pequeñas facturas y otros diminutos papeles del mismo estilo, escritos una sola vez, se pueden reproducir en unos 50 ejemplares. (Bobbio, 1880: 29-30)
Detalle de la página de un opúsculo publicitario del velocígrafo Anghinelli, Florencia, Civelli, s/f (ca. 1880).
Así se expresaba Giacomo Bobbio (1848-1924), por entonces director de la Tipografía del Senado, en sus Osservazioni publicadas luego de la exposición milanesa de los productos de la tipografía y de las industrias afines de 1879.
Polígrafo, autopolígrafo, hectógrafo, velocígrafo, mimeógrafo, duplicador, lineógrafo, opalógrafo, ciclostil, etc., y sus correspondientes nombres en las distintas lenguas; aun hoy, tanto a partir de las descripciones como del examen visual de originales y reproducciones, no es fácil distinguir las características peculiares de los productos obtenidos con estos pequeños aparatos, normalmente destinados a ser utilizados para realizar un modesto número de copias, dibujos y textos manuscritos o escritos con la máquina de escribir. Sin embargo, todos los modelos permitían evitar la composición en caracteres móviles y podían reproducir de forma directa, en un mayor número de copias de manera fácil y poco costosa, textos manuscritos o dibujos.
Estos “pequeños medios de reproducción” utilizaron soluciones técnicas diferentes, ofrecieron diversas calidades de impresión y se perfeccionaron hasta llegar al ciclostil propiamente dicho, máquina muy difundida en Italia ya en tiempos de la Resistencia, cuyos modelos, perfeccionados durante la posguerra, producían impresos de color negro. Cada parroquia, sección de partido, grupo cultural, poseía uno de estos, para imprimir en gran cantidad boletines, pequeños manifiestos y materiales de propaganda. Autores prohibidos por las autoridades políticas o por las estructuras editoriales los usaron para publicarse a sí mismos. (55) El fenómeno samizdat (‘imprenta personal’), expresión rusa que seguiremos mencionando, también es usada, por extensión, para todas las publicaciones no oficiales o clandestinas. Esta se basó, además de en los procedimientos manuscritos, en cierta medida también en el ciclostil, hasta cuando tal práctica de reproducción fue reemplazada por las fotocopiadoras.
Jean de Paleologue, Imprimez vou mème…, cromolitografía, 1899, Library of Congress, Washington D. C. Anuncio publicitario de un polígrafo Eyquem.
En relación con nuestro estudio, desde los diarios de trinchera del período 1914-1918 (56) hasta la Resistencia –o para decir mejor, hasta las Resistencias–, los varios tipos de polígrafos fueron los instrumentos más utilizados durante los desplazamientos y en la clandestinidad (ambas cosas fueron generalmente coincidentes).
Sin entrar en detalle de las particularidades de los diversos modelos (57) y considerando también cuán imprecisa o ambigua puede ser la descripción de la técnica usada, y cuán compleja e insegura es la identificación de los impresos, podemos reagruparlos en dos grandes categorías.
La primera comprende las soluciones caracterizadas por el uso de material gelatinoso y de tintas especiales con colorantes a la anilina. Una hoja escrita o dibujada con la tinta específica era presionada sobre una película de gelatina rígida. La gelatina absorbía la tinta en pocos minutos, y el original se removía. Con la presión sucesiva de las hojas blancas (a mano, con una prensa o por medio de un rodillo), la gelatina dejaba un poco de tinta y producía una copia positiva, normalmente de color morado. La operación podía ser repetida entre cincuenta y cien veces. Encontramos estos aparatos citados con los nombres y las marcas de los productores: en Italia, el más vendido, gracias a su precio bastante módico, fue el velocígrafo Anghinelli, patentado el 18 de junio de 1879, medalla de oro de 1887. Los duplicadores a alcohol, difundidos a partir de la segunda década del siglo XX, mucho más fáciles de usar, permitieron el desarrollo sucesivo.
Es a partir de los años setenta del siglo XIX cuando aparecen los primeros duplicadores con matriz (stencil), llamados “mimeógrafos”, que evolucionaron posteriormente hacia los “ciclostiles”. En ellos se usaban técnicas diferentes para perforar el papel de calco encerado y se creaban de este modo matrices por medio de las cuales habría podido pasar la tinta. La primera patente fue obtenida en 1874 por el italiano (establecido en Londres) Eugenio de Zuccato, con el nombre de Papyrograph. Al año siguiente, Thomas A. Edison inventó la Electric Pen, que usaba la corriente eléctrica para hacer vibrar la punta de una lapicera, de manera que crease minúsculos agujeros en el esténcil para formar la imagen. Las numerosas y significativas evoluciones llevaron a lo que conocemos hoy con el nombre de ciclostil, de varios modelos y productores. Durante decenios habrían de coexistir velocígrafos, duplicadores a alcohol y ciclostiles, y cada uno de ellos desarrolló la misma función, aunque con técnicas diversas.
Llegados a este punto, creemos que nuestra historia ligada a las máquinas portátiles e itinerantes debe concluir. En efecto, parecería que tales máquinas, muy relacionadas con particulares tipologías de imprenta, deben considerarse objetos pasados de moda que, en muchos casos, son rescatados casi exclusivamente porque nos place verlos, en los lugares que aún hoy los albergan –en especial los museos de la imprenta– para poder comprender su configuración y sus principales usos, aún más que en las representaciones en álbumes y volúmenes.
En verdad y como ya se dijo, los ciclostiles fueron, a partir de los años sesenta del siglo XX, reemplazados de manera progresiva por las copiadoras Xerox. En las décadas sucesivas, por las computadoras personales e impresoras inkjet o láser, difundidas universalmente, lo que permitió que se incrementara en cien o mil veces la posibilidad de imprimir en casa o fuera de ella.
Sin embargo, en esta época de innovaciones constantes, pero sobre todo en un período que sepulta al pasado de forma inexorable, existe en cambio una especie de invitación a él que no es de ninguna manera nostálgica: sin dudas, la muy reciente impresora 3D permite reproducir ya no textos, sino objetos en tres dimensiones y, por lo tanto, en nuestro caso, esos caracteres o páginas para la imprenta tipográfica