Apuntes sobre la autoridad. Silvia Di Segni
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En el trasfondo del cambio que se opera en la técnica de la mesa desde la Edad Media a la Moderna aparece la misma manifestación que también apareció en las otras materializaciones de este tipo: un cambio en la regulación de los impulsos y de las emociones. (Elias, 1989, p. 168).
A través del control de los impulsos, los violentos guerreros, siempre en guerra, se irían convirtiendo en cortesanos domesticados.
Lo que resulta claro es que la “buena” educación no era, ni es, un tema menor. Y no solo porque alguien de la talla de Erasmo se ocupara de él, sino porque resulta claro que demarca sectores sociales, géneros, edades y diversas etnias, todos aquellos sectores desautorizados por el Varón Guerrero fundando la suya. Será una forma clara, fácilmente perceptible de modo masivo, de diferenciar autorizadxs y desautorizadxs.
Tal como lo ha desarrollado Goffman, para poder ser realizada, toda discriminación requiere de estigmas, de rasgos a identificar. Cuanto más fáciles de detectar sean los estigmas, más eficaz será el proceso discriminatorio. Los más eficaces serán los fácilmente visibles: sexo; género; color de la piel; discapacidades físicas o mentales; formas de hablar, de gesticular, de comer, de vestirse. Los modales, las costumbres, podrán también ser usados con éxito para discriminar.
Hay que señalar que aparece alguna mención a la “buena” educación de las mujeres en el texto de Erasmo, muy en segundo plano, del mismo modo que la de los niños pequeños, valiosos solamente como proyectos de futuro Varón. Todo el texto se centra en el Príncipe y en quienes quieran emularlo para pertenecer a su corte o a las cortes. Las buenas costumbres varoniles se denominaron “caballerosidad”, siendo los caballeros quienes podían acceder a la corte. ¿Cuánto de esto sobrevive? Todavía hoy se encuentran varones adolescentes educados en la idea de que deben ser “caballeros”, es decir, personas que compensen la “debilidad” femenina con su supuesta fortaleza. Lo que resulta dramático es que, no pocas veces, detrás de algunos supuestos “caballeros” aparecen varones incapaces de dominar sus impulsos agresivos que terminan con la vida o la salud de sus parejas. La caballerosidad barniza, pero no cambia. Un varón violento puede seguir abriendo la puerta o dejar el lado de la calle para la mujer que lo acompañe sin que eso lo inhiba de abusarla y, aún más, la confunda con gestos considerados propios de alguien controlado.
1. RAE, http://dle.rae.es/?id=3XgqUmc, consultado el 30/10/2017.
2. RAE, http://dle.rae.es/?id=b8Dlz29, consultado el 30/10/2017.
3. RAE, http://dle.rae.es/?id=bpKcL8X, consultado el 10/03/2015.
4. Este tema lo he desarrollado en Di Segni, S. (2006). Adultos en crisis / jóvenes a la deriva. Buenos Aires: Noveduc.
Capítulo 2
Auctoritas, auctoritatis
Escena II En Ercolano, un adolescente y sus amigxs se ganan unos euros mostrando a lxs turistas una casa romana. El joven se detiene en la zona donde el Patrón romano recibía a sus clientes, cada mañana. Cuenta que el día comenzaba con la visita y la muestra de respeto al hombre cuya protección buscaban otros varones libres y quizás más ricos que él para conseguir alguna ventaja personal o política. Antonio, así se llama el joven y entusiasta guía, vive en Nápoles y seguramente sabe que la mafia sigue manejándose con normas semejantes, que esas muestras de respeto a la autoridad de algunos no han desaparecido. |
Apelemos a la autoridad de los diccionarios. El Diccionario etimológico de Corominas define “autoridad” como forma derivada del término “autor”:
Autor, 1155, tomado del latín auctor, -oris, creador, autor, fuente histórica, instigador, promotor, deriv. de augere, aumentar, hacer progresar. Deriv. Autoridad, 1ª mitad del siglo XIII, lat, auctoritas,-atis, autoritario, autoritarismo, autorizar, princ. S. XV, autorización, 1703 (Corominas, 1967, p. 73).
En España, el término “autoridad” aparecería escrito a mediados del siglo XIII, mientras que “autor” habría aparecido un siglo antes. Un aspecto central es que ambos términos derivan de augere, que en latín significa “aumentar, hacer progresar”. Pensándolo hoy, ¿qué tienen que ver estas acciones con la autoridad? Según Hellegouarc´h, que se ha ocupado del nacimiento de esta noción en el vocabulario político de la República romana, la relación era la siguiente: la autoridad era reconocida en quienes tenían el poder, la clase patricia, todos ellos varones. Las mujeres, lxs niñxs y adolescentes, los clientes, los soldados, los ciudadanos de menor estatus, toda persona con alguna incapacidad física o mental, todxs ellxs necesitaban de alguien que compensara sus incapacidades, alguien que aumentara sus posibilidades, que les permitiera progresar. Esas personas capaces de compensar las falencias de lxs otrxs serían consideradas autoridades. Y esa autoridad sería exclusiva de varones adultos de origen patricio en sus roles de Padres, Patrones y/o Políticos.
En el capítulo anterior mencioné la “caballerosidad” todavía imperante en la educación de los varones, una forma de que ellos compensen la supuesta debilidad de las mujeres que acompañan, estableciendo así una jerarquía en la que la autoridad les pertenece.
Antes de la República, el término “autoridad” no existía, no aparece en la cultura griega. Augere había dado origen a otro término, augur, que designaba a quienes tenían la capacidad de augurar, de predecir el futuro y de ese modo complementaban la incapacidad de quienes no podían hacerlo y eran autorizados por estxs para hacer sus predicciones. Los augures concentraban una autoridad ligada a lo sagrado; no gobernaban, no controlaban el poder de manera directa pero sí tenían influencia sobre los gobernantes. Esta concepción mágico-religiosa de la autoridad fue perdiendo peso, pero estuvo presente siempre, en algún grado, tanto para augures y pontífices (sacerdotes patricios) como para los políticos, durante toda la historia de Roma.
Al definirla como concepto político, la autoridad se desplazó desde quienes transmitían la palabra de los dioses y auguraban el futuro a quienes prometían y, eventualmente, podían construir un futuro a través de su visión y proyecto políticos. Serían los miembros del Senado, los viejos que lo conformaban, quienes fueran reconocidos como principales autoridades. Si los augures se autorizaban por su capacidad de comunicación con lxs dioses, los senadores lo harían por su mayor cercanía a quienes fundaron Roma, dada su edad. La autoridad de los varones se fundaba en su proximidad con quienes habían dado origen, lxs dioses o los fundadores, y se transmitían a quienes se relacionaban con ellxs. Llamativamente, las mujeres capaces de parir no estaban igualmente autorizadas, aunque hay que decir que en Roma lograron muchos más derechos que en Grecia e incluso que muchas otras culturas de la actualidad.
Con el tiempo, en el siglo V de nuestra era, la Iglesia católica haría su propio movimiento:
La institución eclesiástica se apropia del papel “rector” del Senado y confía el cuidado de este mundo al poder temporal. (…) La Iglesia, desde el momento en que se atribuye una función política, toma para sí la prerrogativa del Senado romano: aquella por la