Apuntes sobre la autoridad. Silvia Di Segni

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Apuntes sobre la autoridad - Silvia Di Segni Conjunciones

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perdido en la política actual. Es claro que también el poder es inestable; se pierde fuerza física, riqueza, armas, pero aquello que otorga poder es una posesión de la sola persona. En cambio, lo que hace a la mayor inestabilidad de la auctoritas es que se construye y se sostiene entre dos partes: la autorizada y la autorizante. Ambas serán imprescindibles para el proceso, pero no serán iguales, sino que construirán una “diferencia desigualada”, en términos de Ana Fernández, dado que “en el mismo movimiento en que se distingue la diferencia, se instituye la desigualdad” (Fernández, 2008, p. 257).

      El concepto de “diferencia desigualada” deja en claro que la desigualdad no se produce después de generada la diferencia, sino que la diferencia nace desigualada. En la auctoritas romana, la persona autorizada, aquella a quien se le reconocía complementar lo que a otra le faltaba, se ubicaba desde el comienzo del vínculo en un lugar superior; era una relación, naturalmente, desigualada. Si la persona ubicada en el lugar autorizado sabía sostener y acrecentar su autoridad, esta duraba toda su vida y mejoraba el nombre de su familia, aumentando su prestigio.

      La jerarquía de los varones patricios era gobernada por los padres; no importaba el cargo político o militar al que hubiera llegado un patricio, mientras viviera su padre debía recurrir a él en busca de consejo para toda decisión de importancia. El Pater romano tenía el poder de un dios en la familia, de hecho, podía exponer (dejar a la intemperie) a los hijos que no quería reconocer o a las hijas que no le interesaran. El apellido Expósito llega hasta nuestros días denunciando el abandono de un recién nacido en el origen de esa familia.

      Y los varones que, además de Padre, tenían patronus, cada mañana pasaban por su casa a rendirle homenaje, antes de comenzar sus tareas; la corte de clientes hacía fila ante la puerta de su hogar a la hora del canto de los gallos. Podían ser decenas o cientos, vestidos de ceremonia, esperando para entrar al tablinum, donde eran recibidos en prolijo orden jerárquico, de acuerdo a sus cargos y riquezas. Sobre esta clientela el patrón tenía autoridad, porque se suponía que podía promover un futuro mejor a sus clientes. Horacio lo describía así: “Un rico patrono os rige como lo haría una madre excelente y exige de vosotros más sensatez y más virtud que las que él mismo posee” (Hellegouarc’h, 1972, p. 100).

      Es notable que el poeta latino tomara la imagen de la madre para un lugar que solamente podían ocupar varones. La población de clientes se encontraría con patrones que los buscaran para hacer carrera política, dado que a mayor clientela más peso político, o con patrones ricos que quisieran sumar sus influencias para hacer negocios. Los patrones se encontrarían, también, con pobres diablos (es decir, poetas, filósofos) que vivieran de su dinero y con ricos que esperaran participar del testamento del patrón agradecido por haberlo homenajeado en vida.

      La autoridad no era estable, podía desaparecer en el mundo romano.

      Al caer la República a manos de un dictador, Julio César, se disolverá el Senado, aquella institución autorizada para legitimar las decisiones del pueblo. La esencia del sistema republicano residía en el debate libre del Senado, con los ancianos tomando el liderazgo, sobre los problemas del día. Esto fue abolido por César. El mundo del dictador era uno en el que no había lugar para consilium y auctoritas (Hellegouarc’h, 1972, p. 44).

      El propio funcionamiento del Senado se fundaba en la autoridad de sus miembros. Se consideraba que quien hablaba en primer lugar tenía más autoridad, ya que podía, por ese mismo motivo, influir sobre todo el desarrollo del debate. La caída de su autoridad no fue totalmente atribuible a César sino, en parte, a la propia institución, dado que los senadores a menudo no estaban bien preparados para su responsabilidad o, también, porque eran fáciles de presionar para dejarla de lado. Algo que no parece haber desaparecido en el mundo actual.

      El concepto de autoridad que nació en el Senado romano y se extendió a padres y patrones más tarde llegó a otros varones como médicos, filósofos, sabios, jurisconsultos: todos aquellos que pudieran complementar lo que a otros les hiciera falta y se hicieran responsables de sus saberes.

      ¿Qué podía minar la auctoritas? Cometer actos considerados indignos y, también, atentar contra la confianza, la fe y la lealtad (fides) depositada en la persona autorizada. Si la clientela –que conocía de cerca al patricio– confiaba en él, también podría hacerlo el pueblo romano. Romper esa confianza haría perder valor a su nombre –no solo a él, sino también a toda su familia– y suponía caer en desgracia. El buen nombre era un valor que aún se sostiene hoy y cuya pérdida se derrama sobre la familia. De hecho, hay quienes logran cambiar su apellido cuando un familiar comete crímenes.

      A lo largo de este análisis del concepto de auctoritas he recurrido a una autoridad, la de los diccionarios. Me parece interesante considerar si esta se mantiene o no.

      1. RAE, http://dle.rae.es/srv/search?m=30&w=gravedad, consultado el 08/03/2016.

      Sobre la autoridad de los diccionarios

Escena IIIRecuerdo la dificultad que me producía consultar un diccionario, con manos pequeñas, cuando en la escuela nos pedían que investigáramos el significado de algunas palabras. Eran libros grandes, de muchas páginas, que estaban en todas las casas, incluso en aquellas que no tenían bibliotecas. Y, en aquellas en que sus ocupantes no eran creyentes, ocupaban el lugar de la Biblia. No solo eran libros voluminosos, eran muy respetados y consultados en todo tipo de debates; también ayudaban a encontrar la palabra esquiva para resolver crucigramas y resolvían discusiones jugando al Scrabble.

      Los diccionarios, las enciclopedias y los diccionarios enciclopédicos tuvieron una larga época dorada en la que gozaron de una indiscutible autoridad. María Elena Walsh escribió en su Vals del diccionario que agradecía la ayuda recibida para “hacer versos por casualidad” y reconocía el asombro que le generaba con la “fábula de la verdad”. No se trataba de cualquier diccionario, sino de uno muy popular, el Pequeño Larousse Ilustrado.

      autoritario, ria

      1. adj. Que se funda en el principio de autoridad.

      2. adj. Que tiende a actuar con autoritarismo. Apl. a pers., u. t. c. s.

      3. adj. Partidario del autoritarismo político. Apl. a pers., u. t. c. s.

      4. adj. Propio de la persona autoritaria.

      5. adj. Dicho de un régimen o de una organización política: que ejerce el poder sin limitaciones.

      Definiciones que, a mi criterio, no aclaran nada a quien no tenga alguna idea previa… o siga buscando.

      Hoy, ha pasado el tiempo sobre diccionarios y enciclopedias en papel; asistimos a su pasaje al CD, al DVD y también fuimos testigos de su liberación en la web. Durante ese proceso, ¿se autorizaron o se desautorizaron? ¿O bien algunos se desautorizaron y otros se autorizaron? ¿Cuáles? Con la ayuda de un experto, demos un rodeo por la historia de los diccionarios.

      En su origen, ellos surgieron con el propósito de explicar las palabras para que las personas pudieran encontrar los significados de aquellas que no conocían o de las que no tenían certeza. Se estaban instituyendo las lenguas y esos textos tenían la misión de enseñarlas y corregir su uso. Los primeros textos fueron glosarios en los que, como señala López Facal (2010), no faltaban los atravesamientos de género. Es el caso del de un contemporáneo de Shakespeare, Robert Cawdrey, que explicaba términos latinos incorporados al inglés

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