Apuntes sobre la autoridad. Silvia Di Segni

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Apuntes sobre la autoridad - Silvia Di Segni Conjunciones

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Iglesia se autorizaba con ese gesto y mostraba que, si bien esa autorización se asentaba en el pasado, apuntaba al futuro, a renovar lo recibido. Es decir que incluso una institución como la Iglesia, que parece haber mantenido una concepción inmutable de la autoridad, por entonces generaba un gesto instituyente, novedoso, tomando algo del pasado y apuntando al futuro.

      Pero volvamos a Roma. ¿Cómo expresaban los senadores romanos su autoridad? No debían imponer su opinión haciendo uso de su poder sino, solamente, dar consejos. Será un modo nuevo, diferente, de actuar. Mommsen dirá que “La autoridad es menos que una orden y más que un consejo (íbid., p. 43).

      Y, en términos políticos, poder y autoridad estarían claramente diferenciados. Para Cicerón, “En la república ideal, el poder está en el pueblo, la autoridad reside en el senado” (íbid., p. 28). Y añadía, hablando del cónsul Quinto Metelo: “Lo que ya no podía realizar por el poder, lo obtenía por la autoridad” (íbid., p. 28). Esto dejaría en claro que, en Roma, la autoridad era concebida como diferente del poder y, también, que podía sobrevivir a él.

      Hasta aquí un concepto abstracto, del orden de lo político. Sin embargo, la concepción romana de autoridad estaba personificada, ligada a la imagen que la persona transmitía, a diversas y muy importantes cualidades que debía manifestar. Se construía –como el retrato de Erasmo realizado por Hans Holbein, como las estatuas y bajorrelieves de las monedas romanas con la efigie del emperador Augusto señalando el futuro–; incluía cualidades físicas, intelectuales y morales.

      (…) la gravitas (gravedad) no es, finalmente, más que un aspecto de la auctoritas. Ya que la gravitas se basa en el ascendiente físico: seriedad y dignidad en el comportamiento exterior, cualidades intelectuales: consilium (consejo) y prudentia (prudencia), y morales: integritas (integridad), constantia (consistencia), probitas (honestidad) de valor esencialmente personal; es propia del patronus pero del patronus en tanto que individuo provisto de estas cualidades (Hellegouarc’h, 1972, p. 300).

      La representación que podríamos reconstruir hoy, a partir de la definición de gravitas de la Roma republicana, sería la de un varón de buen desarrollo físico, que hablaba poco, que cuando lo hacía usaba un tono de voz pausado y grave transmitiendo la sensación de que aquello que decía era importante porque había sido pensado y analizado en profundidad. La edad, la postura del cuerpo, el tono de voz, su ritmo, todo tendría que ponerse en juego para construir aquello que, creo, sería la “gravedad”. Y con ella se darían los consejos. Quien solo tenía poder, daba órdenes; quien tenía autoridad, aconsejaba. Ambas personas lograban modificar conductas en otros apelando a diferentes mecanismos. ¿Será realmente así, operarán aisladamente? Cuando una persona adulta que cría a sus hijxs aconseja, ¿no pone en juego su poder? El poder de enojarse si no toman nota de lo aconsejado, el poder de dejar de amar, de dejar de sostenerlxs económicamente, de echarlxs de la casa… Desde este punto de vista, la autoridad no sería más que un barniz que oculta, parcialmente, el poder subyacente. Pero también es necesario considerar que dar consejos supone algo más que poner en juego poder. Los consejos deben tener sustento, deben basarse en saberes o experiencias, en haber sido de utilidad en ocasiones anteriores y deben demostrar capacidad de empatizar con quien los espera, algo que la orden emanada del poder podría obviar.

      El tono de voz será diferente entre una orden y un consejo. Las órdenes, breves, claras, suelen darse a los gritos, generando inmediatez en la respuesta; no admiten discusión ni aclaración. Se suele creer que, en situaciones de urgencia como las que pueden requerir tanto las fuerzas armadas como médicxs especializadxs en urgencias, la mejor respuesta será la mecánica, sin pensar y sin chistar. La orden emanará de quien tenga poder, la persona de mayor rango militar o quien dirija la guardia o la intervención quirúrgica. Esa será la manera tradicional de respuesta, pero no necesariamente la única y, ni siquiera, la mejor. Puede haber una respuesta grupal, horizontal, donde cada persona haya podido estudiar, comprender, discutir su función previamente y practicar la respuesta lo suficiente como para no necesitar órdenes ni suspender su capacidad de pensar sino, por el contrario, contribuir a mejorar el resultado grupal. Esto supone que a cada persona del equipo en cuestión se le reconozca autoridad en su área de conocimiento y/o habilidad y que el liderazgo cambie de una a otra según la necesidad. Sabemos que funciona muy bien, que las personas se sienten mejor en ese tipo de dispositivos, sin embargo, es muy difícil erradicar las organizaciones basadas en un liderazgo único, no pocas veces masculino, perdiendo la posibilidad de enriquecerse con la experiencia de todxs lxs demás.

      La autoridad, entonces, se manifestaría con un tono de voz diferente del de la orden, que expresara seguridad, conocimiento y cierta seducción. Por eso, la elocuencia adquiría un valor muy grande en Roma y, correlativamente, quien tartamudeara o no tuviera una voz interesante quedaba desautorizado a los fines políticos. La oratoria se consideraba una habilidad fundamental para toda carrera política. Está claro que la capacidad de hablar de manera brillante podía ocultar la falta de otras virtudes, encantando a las masas. Pero si la persona tenía las virtudes necesarias,

      La acción propia de quien está provisto de auctoritas era, por lo tanto, la de persuadir y convencer a su auditorio, crear en ellos un sentimiento de confianza y realizar un acto de autoridad (Hellegouarc’h, 1972, p. 302).

      La mayor autoridad la tenían los ancianos del Senado, pero los jóvenes patricios la adquirirían a través del respeto y el sostenimiento de las costumbres recibidas (mos maiorum) con lo que se establecía una cadena varonil que se sostenía en el pasado y apuntaba, como la estatua de Augusto, hacia el futuro. A diferencia de los griegos cuya democracia se organizaba a través de un factor espacial, los límites de la polis, los romanos basaban la suya en un factor temporal, la autoridad que remitía a los antepasados, dado que la fundación de Roma era considerada sagrada. “Auctores habere, decían también los romanos: tener predecesores que son ejemplos” (Revault d’Allonnes, 2006, p. 65).

      Sobre el mismo modelo se fundarán en la modernidad los Estados nacionales con la construcción de próceres que serán presentados de manera impecable, por lo menos en las virtudes esenciales; serán considerados Padres de la Patria y habilitarán la autorización de quienes sigan su ejemplo.

      Un aspecto esencial ligado a la auctoritas era su falta de estabilidad. Es interesante notar cómo desde la actualidad se suele pensar en la Antigüedad como en una época en que la vida era estable, mientras ahora no lo es. Sin embargo, los romanos tenían claro que la autoridad debía ganarse, sostenerse y que podía perderse de diferentes modos. Quien naciera varón y patricio tendría lo fundamental para acceder a ella, siempre que su familia no perdiera su buen nombre pero, a lo largo de su vida, debía dar muestras de merecerla y sostenerla. ¿Ante quienes? Ante sus mayores, antes sus pares y, también, ante sus clientes en el caso de los patrones, o ante sus soldados, en el de los militares. Un militar vencido perdía su autoridad; un patrón

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