III Diálogo entre las ciencias, la filosofía y la teología. Volumen II. María Lacalle

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу III Diálogo entre las ciencias, la filosofía y la teología. Volumen II - María Lacalle страница 10

III Diálogo entre las ciencias, la filosofía y la teología. Volumen II - María Lacalle Razón Abierta

Скачать книгу

templo es a su vez dos cosas: un edificio prostituido en su uso original, que fue tres veces reconstruido sobre el mismo lugar y necesitó cuarenta y seis años de trabajo comunitario para levantarlo de sus ruinas la última vez; pero también es su cuerpo, templo del alma que resucitará al tercer día de entre los muertos. El edificio nunca volvió a ponerse en pie tras su última destrucción.

      El templo-cuerpo de Jesús nunca dejó de existir tras su muerte, solo cambió de aspecto. Ambos templos tienen como fin último dar gloria a Dios con su existencia y facilitar al hombre un acercamiento a la verdad divina.

      En qué creían los que pusieron en piel el primer tabernáculo, o el templo de Salomón, y cuál fue el aspecto de cada una de sus reconstrucciones no importa tanto. Lo que de verdad importa es que ese templo permitía dar culto a Dios y hacerlo más presente en las vidas de cuantos se acercaban a él. Hoy que ni siquiera hay templo y los judíos siguen llegando a las ruinas de su base para adorar a Dios y sentirse más conectados con él. Porque la arquitectura religiosa no es más que una limitada ventana para asomarse al misterio de nuestra existencia y poder, a través de ella, individual y comunitariamente, dar gracias y alabar al Creador. Su única misión es facilitar esa conexión a cuanta más gente a lo largo de la historia.

      Dios invita a todos a su casa, creyentes y gentiles, santos y pecadores, sacerdotes y mercaderes, artistas y espectadores, cultos e ignorantes, devotos y turistas. El desafío de la arquitectura y del arte es hacer expresa la invitación de El Creador. Hacer acogedora su casa con cuantas más ventanas con vistas a Él como sea posible, sabedores de que no todo el mundo se asoma del mismo modo, ni ve las mismas cosas, ni escucha la llamada al mismo tiempo. Ese es el sentido último de cada templo.

      ¿Estamos obligados a ceñirnos al contexto histórico medieval, momento en que la catedral fue concebida, y mimetizarnos con él? ¿O es nuestra obligación atender con esta construcción al signo de los tiempos? La propuesta no ha de quedarse en la superficialidad de una intervención arquitectónica y artística de vacuo y caduco impacto formal, sino que ha de buscar conectar de tal modo con el sentido que la alumbra que mantenga vivo el mensaje a través de los siglos. ¿Qué es hoy una catedral como Notre Dame? ¿Qué queremos que sea en el futuro? ¿Puede transformarse drásticamente, incluso demolerse este templo? «Cualquier edificio puede demolerse si uno garantiza que lo que lo va a reemplazar es mejor» solía defender el arquitecto Fco. Javier Sáenz de Oiza. De hecho, la Notre Dame que hoy conocemos es el resultado de la transformación de Viollet-Le-Duc del siglo XIX sobre la catedral gótica empezada en el siglo XII, construida sobre la demolición de la basílica previa de Saint-Etienne del siglo VI, que a su vez reemplazó al templo romano a Júpiter del siglo I a. C., que se construyó sobre el lugar de culto de los celtas parisios, que se instalaron en la isla de la Cité al inicio de su historia. Cada una de esas edificaciones tenía su valor artístico e histórico que merecía ser conservado. Cada uno de esos templos se levantó con los medios constructivos de su tiempo, y afortunadamente cada uno mejoró al anterior, del que hoy solo tenemos la última versión. La evolución no ha de escandalizar si garantizamos que se mejora lo recibido. La aguja, cuya pérdida hoy tanto lamentamos, fue motivo de escándalo en su época por sus materiales y sistema constructivo novedoso.

Image

      Notre Dame de L’Epine.

Image

      Notre Dame de París, proyecto.

Image

      Notre Dame de París, construcción.

      El aspecto tan singular de la catedral que hoy plantearán muchos mantener a toda costa es solo el fruto de un proyecto inacabado que tenía previstas dos enormes agujas góticas en su fachada principal que nunca llegaron a construirse y que nos podemos imaginar contemplando Notre Dame de L’Épine (1405-1527). De acuerdo con la estética de la Edad Media, todo el mundo entendería que esa catedral estaba «a medio construir». Pensar que ese sería su aspecto final habría sido inaceptable en la época. También la Torre Eiffel fue un escándalo por disonante en su día, y hoy nadie se imagina París sin ella. Ambas prueban que el afecto a la arquitectura no es siempre fruto de un buen cumplimiento de su función ni tampoco de un amor a primera vista, y necesita del paso del tiempo para decantarse. El ser humano es un animal de costumbres que gusta de valores inmutables, aunque tarde tiempo en asimilarlos. La polémica está garantizada, se haga lo que se haga. El gran desafío es encontrar aquel proyecto, con criterio, que sepa entender el legado recibido y proyectarlo desde su presente hacia su futuro. No en vano el término proyectar viene del latín proiectāre, compuesto de prō (‘hacia adelante’) y el verbo iaciō, iacere (‘lanzar’). Proyectar, por tanto, es lanzar una idea hacia el futuro.

Скачать книгу