III Diálogo entre las ciencias, la filosofía y la teología. Volumen II. María Lacalle
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El islam tiene muy clara la orientación de sus templos y es principalmente teológica. Dar culto a Dios y educar en la fe. Arquitectónicamente, el muro de la quibla orienta a los fieles hacia un único punto en el globo. La Kaaba en Medina (Arabia Saudita) sin posibilidad de error, y ninguna decoración se encargará de captar su atención, solo la oración. En el mundo cristiano, aparentemente con los mismos fines, la orientación del templo es hacia la luz de Cristo, el Oriente, que es por donde nace el sol cada amanecer, la luz de quien da sentido a nuestra existencia, y todo tipo de decoraciones ayudarán a que el fiel conecte con lo divino. Pero ¿de verdad el culto a Dios y la enseñanza de la fe estuvo inamoviblemente en el origen de su construcción? ¿Qué era antes, la población y, cuando esta era suficientemente grande, se abordaba el gran lugar de culto? ¿O era el templo el que marcaba el estatus de la ciudad y, gracias a ella, crecía el comercio y la influencia en la zona? Se puede comprobar que, mientras muchas iglesias se amoldaron como pudieron a la ciudad preexistente donde se establecieron, las grandes catedrales góticas fueron fieles a su misión de magisterio y culto cristiano, y tuvieron la capacidad de reconfigurar la ciudad a su alrededor. Como señala Ruiz Hernando (1990), la ecuación ciudad-catedral suele ser determinante, al margen de otras consideraciones, en el urbanismo medieval.
Principales catedrales góticas europeas dispuestas según su orientación.
Principales catedrales góticas españolas dispuestas según su orientación.
Por otra parte, y vinculado a dicho elemento urbano, pueden señalarse también aspectos como la bonanza económica, la cual es origen y, en otros casos, consecuencia de la construcción del edificio: las nuevas técnicas y el aumento de roturación de tierras, los excedentes agrícolas llegados a las ciudades para alimentar a un número creciente de población, a la vez que eran fuente de ingresos para los campesinos y grandes señores, el desarrollo de la artesanía, minería o productos como paños y tejidos, etc., marcaron una plenitud que fue de la mano de un cristianismo triunfante (al que se hará referencia más adelante) y cuya mejor evidencia fue la carrera en la construcción de catedrales.6 Pero también la construcción de muchas de ellas fue causa de la llegada de riqueza: la posesión de reliquias y unas incipientes peregrinaciones resultaron un buen motivo para quienes, más allá del aspecto puramente religioso, vieron la posibilidad de una forma más de enriquecerse. Diego Gelmírez fue consciente de la fuerza que la construcción de la nueva catedral de Santiago suponía para una ciudad de la que el obispo quiso hacer la nueva capital de la España cristiana;7 y los frailes de un monasterio francés sufrieron el «robo» de las reliquias del santo por parte de un monasterio vecino, que vio una gran oportunidad económica en tener dichas reliquias ante la afluencia de peregrinos que, con ello, podrían conseguir.
Evolución de la población de París a partir de la construcción de Notre Dame.
Por último, las catedrales, tienen un indudable valor simbólico que se encuentra intrínsecamente vinculado a la estética de las mismas. Este aspecto viene de la mano del poder político y religioso, lo que no resulta extraño si tenemos en cuenta que, en la Edad Media, el proceso de desvinculación de ambos poderes fue lento y no siempre claro ni definitivo. El rey revestía su persona de ciertas referencias religiosas. Como señala Georges Duby (1993): «Los reyes también se asimilaban a Cristo. Al igual que los obispos […] aquellos eran elegidos por la mediación del Espíritu Santo y aclamados por multitud de clérigos y guerreros en una catedral» (Duby, 1993, p. 57). De hecho, este autor vincula el arte gótico —el estilo por excelencia de buena parte de las catedrales— al arte real en tanto en cuanto los reyes fueron artífices de muchas de las obras religiosas de la época gracias a su financiación, llegando a producir más obras religiosas que profanas. El poder real, al igual que el episcopal, vio en la construcción de las catedrales una forma de celebrar su poder. Si para el burgués la catedral era el triunfo de la ciudad, de la fortuna, del lugar donde se asociaban y desarrollaban gremios, para el monarca era la reafirmación de su poder temporal y su aura religiosa.
Sin embargo, una catedral hubiera sido inconcebible sin el factor religioso, tanto desde el punto de vista institucional como desde el más espiritual. Una catedral era la sede del obispo en una ciudad, la forma de celebrar su poder y de conseguir un reconocimiento, el camino para la búsqueda del prestigio individual. Pero no podemos olvidar que era, sobre todo —y Duby le pone fecha: hasta el año 1300— el símbolo de Cristo y de un cristianismo triunfante que se manifestaba como tal en las Cruzadas, en la victoria de la Iglesia en la querella de las investiduras o en el triunfo frente a la herejía albigense. El papado se imponía poco a poco en esta época al poder imperial y el cristianismo daba unidad espiritual a Europa definiendo su identidad, su cultura, sus creencias y su moral.8
Desde el punto de vista más espiritual, el factor religioso al que nos referimos fue clave a la hora de determinar no solo la aparición de la catedral, sino su propia estética. Si tomamos como referencia dos grandes catedrales francesas —S. Denis, considerada el origen del gótico y Notre Dame—, veremos que su razón de ser, estructura y estética responden a unos principios religiosos y espirituales. La catedral de S. Denis, del abad Suger, concebida como panteón real y gloria de los reyes de Francia, responde, en el desarrollo estético, al pensamiento de S. Dioniso el Areopagita.9 La luz —como manifestación de Dios, origen y principio de todo, no creada y creadora, de la que participan todas las criaturas y cada una de ellas va descubriéndola poco a poco— es la base de la que se considera la primera obra gótica: la construcción de Suger. Así se explican elementos estéticos y constructivos propios del gótico como el desarrollo en altura, la apertura de muros, la luz dirigida, las vidrieras y sus iconografías proyectadas en los suelos de los templos, la gradación lumínica que adquiría todo su poder en la cabecera de las catedrales, etc.
El abad, orgulloso de su obra, la describió en dos tratados que pueden dar luz sobre las intenciones para comprender que el monumento real se concibió como una síntesis de todas las innovaciones estéticas que había admirado poco tiempo antes, cuando visitó las nuevas construcciones monásticas en su viaje por la Galia. Suger concibió el monumento sobre todo como una obra teológica. Naturalmente esta teología se fundó en los escritos del patrono de la abadía, san Dionisio, es decir, Dionisio el Areopagita.
Bien superada la mitad del siglo XII, se inició la construcción de Notre Dame, una época de esplendor y plenitud espiritual, frente a la religión del temor de Dios, que apaciguaba su cólera y se procuraba su gracia a través de un arte denominado románico, que «[…] Estaba