El sueño del aprendiz. Carlos Barros

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El sueño del aprendiz - Carlos Barros

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sentido una especie de punzada extraña.

      —¿Algo más que deba saber?

      —Está ambientada aquí en Valencia, a finales del diecinueve.

      —Vaya, ¿por algo en especial? —preguntó Juanjo, algo sorprendido al conocer ese dato.

      —¿Te suena de algo el sexenio democrático? ¿La primera república?

      Juanjo puso cara de póquer.

      —No importa, ese es solo el decorado. Siempre me atrajo porque es un periodo bastante desconocido, pero creo que te sorprenderá lo mucho que se parece la época actual en muchos aspectos —afirmó.

      —Tiene un mérito increíble, desde luego —respondió sin entrar a valorar lo acertado o no de dicha consideración sobre el periodo elegido—. La verdad es que es toda una sorpresa —le dijo con un entusiasmo que quizás sonó algo comedido.

      Juanjo apagó la colilla del cigarro en el cenicero y se dispuso a dar el último trago al café, pensando en qué demonios se le pasaba a su amigo por la cabeza y por qué era tan importante que precisamente él leyera su historia.

      —Hay otra cosa —le dijo Mario después.

      —¿Qué cosa? —preguntó Juanjo inclinando las cejas, preparándose para asimilar nuevas sorpresas.

      —Celia ha vuelto —dijo con intencionado tono neutro.

      —¿Qué? —se sobresaltó, incorporándose un poco en la silla— ¿Qué quiere decir que ha vuelto?

      —Está aquí, en Valencia.

      —¿De visita?

      —Más que eso. Puede que la vuelta sea definitiva.

      —¿Y tú cómo lo sabes? —soltó Juanjo con creciente mosqueo.

      —Estuve con ella el viernes. Vino a verme, a casa —prosiguió Mario con la misma tranquilidad.

      —¿Seguías en contacto con ella? —preguntó con suspicacia.

      —Solo lo justo. Al principio sobre todo, pero no la veía desde hace diez años, desde que se fue.

      —¿Y entonces? ¿Ella vino a verte así, sin más? —dijo Juanjo, tratando de entender.

      —La llamé yo —respondió mientras captaba al instante la sorpresa y el enfado en la reacción de Juanjo, como si hubiera traicionado un secreto pacto entre ellos—. Fue casualidad, le había mandado un mensaje porque quería que también supiera lo del manuscrito y de rebote me enteré de que estaba aquí —añadió, a modo de aclaración.

      —¿Y lo de volver ahora de repente?

      —Pues… bueno, por lo visto se acaba de separar —aclaró, sin saber muy bien si debía revelar ese dato.

      —¡Ah! Claro, eso lo explica todo.

      —No seas tan duro, lo está pasando mal.

      —Es muy típico de ella, acordarse de la gente solo cuando le viene bien, ¿no crees?

      —No es verdad, ya te he dicho que la llamé yo —replicó Mario—. Tampoco creo que para ella sea fácil, y lo sabes.

      —Ella, siempre ella. Y los demás, ¿qué? —dijo Juanjo sin ocultar su rencor.

      —A ver, Juanjo. No la sigas juzgando de esa manera, ha pasado ya demasiado tiempo. Lo importante es que ahora está aquí y que, afortunadamente, hemos madurado un poco —dijo Mario apaciguándole y tratando de aportar sensatez—. Ya somos mayorcitos y, te guste o no, a mí me encantaría poder recuperarla como amiga.

      —Mario, por favor, ¿después de cómo se portó? ¿Largándose así sin más, sin querer siquiera despedirse?

      —Pasa página, de verdad. Éramos unos críos, ya lo hemos hablado muchas veces. No vale la pena volver a eso ahora. Y, además, yo prefiero quedarme con los buenos momentos.

      —Ya sabes mi opinión. No entiendo por qué me cuentas ahora todo esto.

      —Pensé que te gustaría saberlo.

      —Haz lo que quieras, pero a mí déjame al margen. ¿Vale?

      —¿Todavía le guardas rencor?

      —Vamos a ver, Mario. ¿De verdad quieres que te lo explique? —respondió con un deje de cansancio en la voz.

      Mario inspiró hondo y miró para otro lado mientras soltaba el aire despacio. Sabía que no iba a ser fácil. Después, giró la cabeza y le miró fijamente de nuevo al ver que dejaba un billete para pagar la cuenta y, contrariado, se levantaba de la silla y se preparaba para irse.

      —Espero que no te tomes a mal lo que voy a decirte, pero yo creo que deberías verla —le dijo cuando aún podía escucharle.

      — 3 —

      Celia apenas se atrevía a tocarlo. Contemplaba el manuscrito de Mario, depositado sobre la sencilla mesa de su escritorio, como si estuviera poseída por un extraño pavor. Llevaba toda la tarde intentando armarse de valor, superar el bloqueo que le impedía abrir la primera página, pero era incapaz de conseguirlo. Una misteriosa fuerza la frenaba. Las imágenes de aquel inesperado reencuentro con Mario le golpeaban una y otra vez, hasta dejarla totalmente conmocionada.

      «¿Por qué ahora?», se preguntaba. Como si no tuviera bastante con superar el amargo trago de su reciente ruptura, sin apenas tiempo para hacerse a la idea de lo que suponía volver a casa de su madre con un fracaso a sus espaldas, había tenido que enfrentarse al regreso de Mario. Con su aura tranquila y pacífica, con sus dulces palabras y aparente inocencia, aparecía de pronto en su vida para trastocarlo todo de nuevo.

      Ni siquiera sabía cómo se había enterado de su regreso. No creía haberlo comentado a nadie cercano a su círculo… ¿Acaso habría sido su madre? Podría ser, Mario y ella tenían buena relación y quizás, pese a sus advertencias, había caído en la tentación de contárselo. Pero daba igual cómo lo hubiera hecho, el caso es que siempre se las arreglaba para enterarse de todo, su astucia estaba a prueba de dificultades. Por eso no le había sorprendido tanto encontrarse su mensaje aquel día, sin previo aviso, preguntando si podían verse.

      En un principio, incluso emocionada por aquella posibilidad, enseguida estuvo tentada de aceptar. «¡Qué ingenua!», pensaba ahora. ¿Cómo no se dio cuenta de que aquello no podía ser del todo casual? Claro que tenía ganas de verlo, muchísimas, pero tal vez no estaba preparada todavía para las emociones fuertes, quizás lo prudente hubiera sido esperar un poco. Y ahí estaban las consecuencias, delante de ella, esperando pacientemente encima de la mesa a que se decidiera a activar aquella bomba de relojería. Porque sabía que, de alguna manera, aquel manuscrito encerraba una trampa fatal.

      Al principio todo fue bien. Bueno, todo lo bien o mal que podía esperarse. En cuanto Mario le abrió la puerta de su casa su cuerpo se estremeció. Aquellos ojos negros tan sinceros, directos, entregados, la miraban con la misma intensidad de años atrás. Por un instante ambos quedaron como paralizados, hechizados por la magia de aquel momento, el de un reencuentro secretamente

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