El sueño del aprendiz. Carlos Barros

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El sueño del aprendiz - Carlos Barros страница 6

Автор:
Серия:
Издательство:
El sueño del aprendiz - Carlos Barros

Скачать книгу

entonces cuando, movida por un irrefrenable impulso de ilusión recobrada, esbozó una sonrisa que era capaz de resumirlo todo. Era un simple guiño de complicidad, un «sí, soy yo, la misma Celia de siempre»; una invitación inequívoca, que propició que se acercaran lo suficiente como para fundirse en un cálido abrazo sin dar lugar a un ápice de duda o reserva. Sus cuerpos, que parecían tan distantes, ligeros y frágiles, lentamente se tocaron, casi flotando, y la emoción contenida fluyó como un torrente descontrolado.

      —¿Qué tal? ¡Cuánto tiempo! ¿No? —se había atrevido a decir Mario, aún sin poder creérselo.

      A Celia le sorprendió lo poco que había cambiado. Quizá algo más delgado, el rostro más perfilado, los gestos más firmes. Pero todo encajaba en la vívida imagen que durante tantos años había permanecido almacenada en sus recuerdos. No hubo duda de que, pese a lo confuso que le resultara volver a reconocerlo ahora, había dejado en ella una profunda huella.

      —Sí. ¿Cuánto ha pasado? ¿Diez años? —observó como con una especie de pesar.

      —Mucho. Tanto que pensé que ya no volveríamos a vernos —aseveró él.

      Por supuesto ella también lo había pensado; apenas tuvieron contacto durante los últimos años y aquellos eran unos sentimientos que creía ya olvidados y superados por la distancia y el paso del tiempo. «Fue algo casi inevitable», pensaba. Un silencio impuesto por la cruda realidad de la distancia que ninguno de los dos podía reprochar al otro. Al principio lo intentaron, con moderado empeño, pero finalmente terminaron sucumbiendo al peso de la rutina y la ausencia prolongada. La intermitencia de algún mensaje aislado, cada vez más críptico y desapasionado, dio paso a la ausencia total de señales de vida en ambas direcciones.

      Sin embargo, aunque todo aquello parecía formar ya parte de una especie de sueño lejano, junto a todos esos recuerdos de una juventud efímera y alocada que había precedido al mundo de la madurez y las responsabilidades; a su mente regresaban con frecuencia fragmentos sueltos de aquel pasado, retazos de algo vivido con gran intensidad. Porque, por más que se empeñara en pensar de otra forma, sabía que jamás lo podría borrar.

      Pese a todo, el primer contacto fue frío. Se limitaron a observarse durante un largo rato con la sonrisa congelada; empleando un pequeño espacio de tiempo para reencontrar sensaciones, a reconocerse de nuevo. ¿Y qué esperabas?, pensó Celia. Quizás no era tan raro, después de tantos años. Sus miradas, por momentos inseguras y esquivas, delataban una extraña mezcla de vehemencia e inseguridad. Y es que, aunque intentaran disimularlo, ninguno de los dos estaba realmente preparado.

      Volvió a mirar la primera página de la encuadernación: un folio en blanco, la nada, totalmente aséptica. Y recordó cómo la velada se torció justo en aquel momento, en el que Mario le había hecho entrega del manuscrito. Ahora se daba cuenta de que apenas le había dado alguna vaga pista sobre su contenido.

      —La verdad es que no es fácil de resumir. Es una historia ambientada en el pasado pero que, de alguna manera, nos involucra —le había soltado él, siempre tan enigmático.

      —¿Cómo que nos involucra? ¿Qué quieres decir?

      —Es ficción —le había aclarado—, pero en ella hay parte de Juanjo, de ti, y de mí.

      —¿Cómo que una parte? ¿De nosotros? ¿Qué parte? —había preguntado ella confundida.

      —Pues, la verdad, creo que es mejor no adelantarte nada y que lo descubras tú misma.

      En aquel primer momento, la curiosidad y una gran impresión habían crecido parejas en su interior. Al recogerlo, se había limitado a sostenerlo aún confundida, como si Mario acabara de hacerle entrega de una parte muy íntima de su ser. Encuadernado como un sencillo trabajo universitario, entre sus manos lo sentía tan pesado como si se tratara de uno de los tomos de El Quijote.

      —Bueno, en realidad era el motivo por el que necesitaba verte —recordó que le había dicho mientras ella lo miraba con una mezcla de expectación y asombro—. Pensé que iba a ser más difícil.

      —¿Puedo? —había preguntado ella, haciendo ademán de abrirlo.

      —Por supuesto. De hecho, te lo estoy dando porque me gustaría que lo leyeras.

      —¿De verdad? —le había preguntado con acrecentada turbación.

      —Confieso que me da un poco de pudor y que no estoy muy seguro del resultado, pero necesito que me des tu opinión —había dicho Mario soltando un suspiro—. Y, además, he llegado a un punto en el que estoy un poco atascado. Me encantaría que me ayudaras a escribir el final.

      —¿Yo? —le había respondido ella aún aturdida—. Pues, la verdad, no sé qué decir.

      —¿Me harías ese favor? —le había pedido Mario, quien durante unos instantes se había quedado mirándola como si no hubiera otra cosa más importante que resolver en aquel preciso momento.

      Asimilando aquella inesperada petición, apenas se había atrevido a abrir la cubierta y a hojear con cautela las primeras hojas, como quien tantea por primera vez un juguete extraño. Pero aquello era real, ahí estaba, delante de sus ojos.

      —¿Lo leerás entonces? —insistió Mario.

      Ella le prometió hacerlo: ¿cómo iba a negarse?

      Fue un instante casi hipnótico, efímero y a la vez subyugante, envuelto en un silencioso destello de emoción.

      Tal vez fue entonces cuando Celia, estando allí sentada en su sofá, tan cerca de él que podía rozarlo, y sentirlo, y sus ojos podían volver a traspasar con franqueza el umbral de los suyos, fue plenamente consciente de que esos sentimientos eran muy reales y habían regresado con la misma fuerza de antaño. «¿Era realmente eso posible?», se preguntó, aún apabullada por aquellas emociones. Sin duda la respuesta era que, de alguna manera, siempre habían estado ahí, ocultos, a la espera de aflorar y salir de nuevo a la luz en el momento apropiado.

      Poco antes apenas lo había sospechado. Una agradable sensación la había invadido por dentro al recorrer con mirada curiosa el encantador apartamento de soltero de Mario en el que nunca antes había estado. Incluso había sonreído para sus adentros con cierto deje de melancolía, pensando que le hubiera gustado formar parte de aquella vida de la que en realidad poco conocía. Su confortable salón de muebles de Ikea, las estanterías llenas de libros y revistas, la improvisada combinación de recuerdos y objetos de colección con modernas encuadernaciones y dispositivos electrónicos, la sobria decoración salpicada aquí y allá con estampas de viajes y alguna foto simpática con amigos y familia o la desordenada mesa de trabajo junto a la ventana. Envidiaba un poco esa vida sencilla y tranquila, de la que aparentemente él se había apartado muy poco.

      Había empezado a vencer su resistencia y a convencerse de que aquello era real. Una jugada magistral del destino que tal vez había llegado en el momento oportuno, justo cuando ella era más vulnerable. Casi sin darse cuenta recobraron la complicidad, y el indeleble recuerdo poco a poco se abrió paso entre el mar de confusión y de dudas. Después, ambos se avasallaron un poco, tratando de ponerse al día.

      —¿Sigues trabajando en el periódico? —le tanteó ella con curiosidad.

      —Pues sí, no me va mal —le había respondido Mario con un esforzado gesto enfático—. Sigo más o menos en el mismo sitio. Solo que, bueno, ahora ya no soy el becario —había rematado con aquella frase un balance del que parecía sentirse a medias satisfecho.

Скачать книгу