Comprendiendo las parábolas de Jesús. Klyne Snodgrass
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Las analogías tienen concordancias por necesidad. La comprensión de las parábolas resulta usualmente de condiciones obvias en la analogía o por captar una revelación de una afirmación (como la de Natán: “¡Tú eres aquel hombre!”), y no por deducir las concordancias. Cuanto más procure deducir las concordancias, más probable es que no capte la fuerza de la parábola. El poder de una parábola está en el momento que las situaciones obvias de la analogía o la comprensión de ella produce una transferencia. Es en ese momento que las concordancias son obvias. David no dedujo las coincidencias con la parábola de Natán sino hasta que éste forzó la comprensión. Lo mismo sucede aun con parábolas que no son jurídicas o las que no tienen explicaciones explícitas.
Las parábolas tienen correspondencias, pero igualmente tienen muchas otras cosas. De igual forma tienen características con significados, aunque no “representen algo en particular”. Los cerdos en la parábola del hijo pródigo no indican un “asunto” en la vida, pero se los menciona para expresar la baja condición del pródigo. Algunas características de una parábola, debido a las asociaciones metafóricas comunes, activan efectos que pueden clarificar o encubrir, según el propósito de la narrativa. Las parábolas sobre viñedos aumenta la expectativa de que el tema es Dios y su pueblo, pero el resultado con frecuencia es diferente de lo que se espera.
John Sider acertadamente afirma que la habilidad para determinar un significado simbólico en las parábolas es la perspicacia que va más allá de las reglas, pero también ofrece criterios para tomar decisiones respecto del significado de las características en las parábolas. Sin embargo, una discusión de tales criterios se aplica en la mayoría de los casos solamente a las parábolas de narrativa de doble directa, y no a las similitudes, parábolas interrogativas y parábolas indirectas simples. Los criterios de Sider son:126
El criterio de la proporción: Por lo general, cuanto más central es una característica, más probable es que sea simbólica; mientras más marginal, menos probable es que sea simbólica.
El criterio de la similitud: Si el criterio de la disparidad busca lo que es único de Jesús, el criterio de la similitud centra en las posibilidades simbólicas que no se pueden negar fácilmente que pertenecen a Jesús porque son muy características de su mensaje.
El criterio de la indispensabilidad: ¿Se requiere tal elemento para que la narrativa funcione, o es simplemente “parte de la maquinaria” de la historia? ¿Es el elemento muy central o inusual que debe tener significado simbólico?
El criterio de la analogía: El conocimiento de un detalle de la analogía ayuda a la comprensión de otros elementos de la analogía. Si la Última Cena es escatológica, la coherencia de la imagen da noción sobre la identidad de los personajes de la historia.
Solamente advierto que se puede abusar de estos criterios fácilmente. Para determinar cómo funciona una analogía no es cuestión de seguir algunas fórmulas o una lista de reglas. Requiere entendimiento e intuición para discernir cómo funciona el lenguaje en un contexto determinado, o sea, cómo las parábolas transmiten el significado al conjunto de relaciones que se describen. No creo que podamos afirmar, como C. Blomberg, que una parábola tiene un asunto por cada personaje.127 Más bien, se debe permitir que cada parábola funcione a voluntad y que exponga muchos puntos según se desee en su propio contexto.
Constantemente encontraremos la interrogante de cuántos detalles de una parábola tiene significado metafórico. La clave es saber cuándo dejar de interpretar. Con la metáfora, la interpretación de la parábola es entender los límites y el significado de la analogía. Wendell Berry comenta respecto de la metáfora: “Pero la legitimidad de una metáfora depende de nuestro entendimiento de sus límites…. Cuando se construye una metáfora como una ecuación, está fuera de control; cuando se construye como una identidad, es absurda.”128 Este es precisamente el caso con las parábolas, pero los intérpretes quieren que sean semejanzas teológicas; imágenes teológicas completas. Vez tras vez se ha forzado a las parábolas a tratar ideas que nos les competen, o se las critica porque no las tratan. Ninguna parábola trata todo, ni siquiera completamente un tema específico. Esta indiferencia por los límites de la analogía, irreversiblemente conduce al fracaso del entendimiento. Las parábolas no tienen signos de equidad que las hacen idénticas a la realidad que reflejan. Las parábolas solo parcialmente tienen puntos en común con las realidades que pretenden revelar.
Debemos hacer justicia a las fortalezas y a las limitaciones de las metáforas y las parábolas.129 Las metáforas transmiten imágenes que el leguaje abstracto no puede igualar. Por su fuerza, con frecuencia se las usa para hipérbole. No son invitaciones para que pensemos todos los significados posibles que se pueden aplicar (como es el caso con la frase “Vosotros sois la sal de la tierra”). Son invitaciones para entenderlas dentro de su conjunto de relaciones. Algunas ideas metafóricas están en el centro mismo de las parábolas (como la relación entre el señor y el siervo); otras son periféricas y se las emplea como efecto en vez de transmitir información teológica específica. Por ejemplo, no debemos pensar que, en el Reino, los cristianos literalmente recibirán un lugar de autoridad sobre ciudades (Lc 19.17 y 19) o que Dios divide en grupos las personas (Mt 24.51/ Lc 12.46).
Determinar la función de las parábolas también implica percibir que las introducciones como “El Reino es como un hombre” (o una mujer o un grano, y otros) en realidad no compara el Reino con los personajes u objetos, sino con todo el proceso de la narrativa. De modo que el Reino no se compara con el grano de mostaza sino con todo el proceso de esta “semilla más pequeña” que, sembrada, crece, y se hace la mayor de las hortalizas. Veremos una y otra vez que la observación está en todo el proceso de la narrativa, y no solamente en el primer asunto que se menciona.130
En resumen, algunas parábolas resaltan un punto y otras parábolas varios puntos. Un método formulista para la interpretación de parábolas, así como para todos los estudios bíblicos, simplemente no funciona. Uno debe discernir del contexto mismo la intención de la analogía.
Interprete lo que se da, no lo que se omite. Cualquier intento de interpretar una parábola con base en lo que se omite es incorrecto. Todas las parábolas, como todo material escrito, tienen discontinuidades; también hay omisiones que el autor decide hacer sin que se pierda el entendimiento de la narrativa. Cuanto más se considere lo que se omite en la parábola, mayor será la equivocación, a menos que haya evidencia de que es propósito del autor sacar una conclusión del material ausente. Nótese la omisión entre Lucas 15.21 y 22. El padre corrió a encontrarse con el hijo y, luego del reconocimiento del hijo, dio orden a los siervos. ¿Corrieron los siervos con el padre, o fue la orden del padre antes de que regresara con su hijo a la casa? Desde la perspectiva del relator, este detalle no tiene importancia; atender este tipo de detalle sería vano y disminuiría el drama. Lo importante es el encuentro y la orden del padre de empezar la celebración.
No imponga tiempo real en el tiempo de la parábola. El tiempo en la narrativa de las parábolas no es una cronología real, y esforzarse porque así sea resultará en una distorsión. Note la parábola de la fiesta de bodas en Mateo 22.1-14 o de la gran cena en Lucas 14.15-24. La primera tiene una extensa cronología que permite una guerra durante la fiesta, aparentemente sin que la comida se enfríe, mientras que la segunda tiene una cronología que se omite, en la que se supone que el siervo sale, cumple la orden y regresa. El intento de poner una cronología real en Jesús o la misión de la iglesia en cualquiera de estas parábolas crea grandes problemas, por ejemplo cuando se sugiere que la invitación a los marginados sólo ocurre después que los pudientes rechazaran la invitación.131