Francisco de Asís. Carlos Amigo Vallejo

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Francisco de Asís - Carlos Amigo Vallejo Bolsillo

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es la totalidad de todo. Todo en alabanza del Dios altísimo.

      Si el Padre le ha reconciliado con Cristo, el hermano tiene que ser instrumento de reconciliación consigo mismo, con la fraternidad y con todos los hombres, pues es embajador que ofrece la misericordia de Cristo. La conversión a Dios, en lenguaje franciscano, es inseparable del reconocimiento más amplio y generoso de Dios como el único y sumo bien. La experiencia de Dios es experiencia del bien. Si la creación entera es significación de Dios, todo debe ser reconciliado en tal manera que la unidad se convierta en alabanza y gratitud. La experiencia espiritual de Francisco de Asís «se caracteriza por una relación de familiaridad con la Trinidad. Algo que salta inmediatamente a la vista es que su fe tiene una dimensión eclesial, superando así una visión meramente individualista» (Carta pascual del ministro general OFM, 2013).

      No es, pues, de extrañar que en el Testamento de santa Clara estas fueran las primeras palabras:

      Del Padre de las misericordias, del que lo otorga todo abundantemente, recibimos y estamos recibiendo a diario beneficios por los cuales estamos más obligadas a rendir gracias al mismo glorioso Padre. Entre ellos se encuentra el de nuestra vocación; cuanto más perfecta y mayor es esta, tanto es más lo que a Él le debemos. Por eso dice el Apóstol: Conoce tu vocación. El Hijo de Dios se ha hecho para nosotras camino, y nuestro bienaventurado padre Francisco, verdadero enamorado e imitador suyo, nos lo ha mostrado y enseñado de palabra y con el ejemplo (TestCl 2).

      Desde esta visión seráfica de la infinita grandeza de Dios, el gran pecado sería el de la idolatría. Dar más valor a cualquier cosa que a Dios. En ese sentido, pensar solamente en uno mismo y poner los pensamientos y necesidades de cada uno como prioridad; si se piensa más en el pasado del dolor sufrido, más que la misericordia y el perdón, si se critica del otro destruyendo su reputación y su dignidad, si se antepone la vida personal a la responsabilidad con la fraternidad, si se pretende construir el futuro de otra manera que no sea el del perdón, la misericordia, la reconciliación, el respeto recíproco, la paz y la alegría, todo eso es idolatría (ministro general OFM, Foggia, 4 de mayo de 2015).

       El Señor tuvo conmigo misericordia

      San Francisco repetirá, a lo largo de su vida, la razón de su conversión y ministerio: porque el Señor tuvo misericordia conmigo. La misericordia produce el despojamiento de uno mismo y la entrega incondicional a Dios.

      El Señor habla en el camino. Es decir, partiendo de la vida, pues solamente así se puede comprender la propia vocación. Es lo que le ocurriera a Francisco después de escuchar el Evangelio. Lo que ha oído tiene que llevarlo a la práctica, hacer la experiencia del vivir en fidelidad a lo que el Señor ha querido manifestarle. Se acercaría a la realidad de cada momento y trataría de discernirlo todo a través de la fe (cf Documento final del capítulo general OFM de Asís-Alverna de 2006, 11). En la vocación de Francisco se registran unos hechos y se aprecian unas actitudes. Aquellos darán el valor histórico de la presencia; las actitudes garantizan la razón de lo intemporal. «¡Esto es lo que quiero, esto es lo que busco!» (1C 22). Francisco ha leído el evangelio (Mt 10,7-10), y lo acepta. Lo mete en su vida. Porque el Altísimo le ha revelado que debe vivir según esta regla: la del santo Evangelio (Test 14). Acude a la Iglesia (LM 3,8-9). Y la Iglesia no puede negarle un derecho tan fundamental para el cristiano: vivir el Evangelio. Francisco, al pedir, no arranca un privilegio, sino que construye la fidelidad eclesial de la orden: siempre súbditos y sujetos a los pies de la Iglesia (2R 12,4).

      El Señor le ha llevado entre los leprosos. Y la vida de Francisco ha cambiado (Test 1). De ahora en adelante los hermanos han de sentirse dichosos entre los pobres, los leprosos, los débiles... (1R 9,2). El burgués y rico Francisco se desnuda para vestir al pobre (2C 5). Y se dispone, en pobreza, para obedecer y someterse a todos (Test 19). Excelente es el oficio y ministerio al que Dios llama. Y no pocas las limitaciones de quien lo escucha. Por eso aparecen el miedo a un compromiso incondicional y para siempre, recelos sobre la perseverancia, la minusvaloración personal acerca de unas cualidades humanas que se cree que tienen que ser del todo extraordinarias, las dudas sobre lo que realmente se desea...

      Dios cuida de su Iglesia. Escucha las oraciones de su pueblo y hace surgir en el corazón el deseo de estar cerca de Jesucristo y sirviendo a todos, particularmente a los más débiles y abandonados. Cristo llamaba a unos y a otros. Algunos respondían y lo siguieron. Otros, no. ¿Por qué? Les parecía muy exigente el camino que había que emprender. Creían que todo iba a depender solo de sus limitadas fuerzas. Se siente el deseo íntimo de hacer algo grande en su vida. Pero surge el temor ante lo desconocido. No valen los conformismos, ni las máscaras, ni la mediocridad, ni ofrecimientos de mesianismos vacíos de Dios, ni unas realizaciones simplemente materiales. Seguir a Cristo es entrar en el Espíritu de su reino de amor, de justicia, de paz. Es incondicionalidad a la voluntad de Dios y sacrificada entrega de la vida en favor de los demás. Entonces es cuando se encuentra un verdadero sentido a la misma vida.

      No hay más respuesta que la lógica de la cruz. El que quiera venir conmigo, que tome su cruz y me siga (Mt 16,24). Pero el yugo es llevadero y suave la carga (Mt 11,30). Pues en la cruz está el amor redentor de Cristo. Este acontecimiento vence todas las dudas y hace posible una generosa disponibilidad. Es evidente que si Dios no hubiera puesto ese deseo en el corazón de Francisco, nunca habría encontrado en la vida lo que estaba buscando: vivir en la voluntad de Dios. Un Señor querido por Él mismo. No es un ser útil que ante los problemas humanos responde y resuelve. Dios es la causa de todas las bendiciones. Alabar y bendecir su nombre santísimo es el mejor y más importante de los trabajos. Es el Espíritu del Señor el que da fundamento a las acciones del hombre y el que garantiza la unidad entre todas ellas. En ese amor está el alfa y la razón de la existencia, de la misma vida del hombre. Todo es inspiración y gracia, moción del Espíritu que conduce siempre hacia la fuente del bien.

      Hacer penitencia y seguir las huellas de Cristo, así se resume la teología franciscana del encuentro con Dios. No es tanto mortificación personal cuanto desnudamiento interior. Es gracia que viene de lo alto y que seduce en tal modo que ya solamente se puede vivir entregado total e incondicionalmente a aquel que se ha conocido como el bien supremo. No es voluntarismo, sino aceptación del amor que viene ofrecido. No es tanto dejar cuanto amarlo todo en una completa desposesión. Es la profunda experiencia de Dios como el Absoluto. Todo puede ser amado en aquello que de Él lleva significación. El apropiarse de algo, en cambio, es un robo al amor que solamente a Dios pertenece.

      En esa experiencia de Dios se entra por la puerta real de la desposesión de uno mismo. Él es el Señor. Nadie más. Querer lo que quiera Dios. Una conversión evangélica al reino de Dios vivido de una manera completamente entregada, libre, pobre, alegre. Se ha encontrado el verdadero tesoro evangélico. Es la perfección de la pobreza: dejarlo todo, porque nada es comparable a la inestimable riqueza de quedar poseído por Dios. Un sentido profundo de humildad, no como aceptación del desprecio exterior, sino el reconocimiento sincero de lo que cada uno es en el amor de Dios Padre. Esta vida en humildad es el primer paso a dar en el itinerario de la conversión, porque ese es el camino de la vida evangélica.

      Si el hacer penitencia y vivir en humildad eran desnudamiento y vacío para llenarlo todo de Dios, la caridad y la misericordia son donación de la riqueza del amor de Dios que se ha recibido. Es tal la abundancia de la que rebosa el corazón de Francisco, el fuego del amor que le quema interiormente, que solo amando a Dios y a las criaturas por Dios puede saciar esas ansias de la caridad misericordiosa que abrasa su alma. La creación entera será objeto de su amor. El manantial de donde proviene ese amor es tan grande y generoso, que cuanto más se ama y se da, mayor es la abundancia que se recibe y el deseo ardiente de corresponder al amor. Ese hacer penitencia franciscano proporciona un claro y entusiasmante sentido a la vida: la posibilidad de revestirse y amar con el don que de Dios se recibe. Esta sabiduría solamente se comprende permaneciendo continuamente ante Dios y caminando en su presencia.

      Nada más

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