Baila hermosa soledad. Jaime Hales
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Mientras duraba el operativo, debidamente advertidos por algún llamado anónimo, llegaban hasta los cordones militares o policiales, nubes de periodistas extranjeros que presenciaban todo esto desde lejos y un poco más cerca veían a las mujeres de los detenidos discutir con los oficiales de carabineros que ayudaban a los militares en el operativo. En una población detuvieron por varias horas a los sacerdotes y les dieron el mismo tratamiento. En otra detuvieron al presidente del Colegio de Periodistas y a dirigentes del Colegio Médico que llegaron hasta el sector para constatar lo que estaba sucediendo.
− El hecho mismo no puede ocultarse, agregó Ramón, pero la información se entrega en forma completamente distinta, especialmente por la censura de prensa. No falta la declaración, y ustedes deben haberla leído, que explica que el allanamiento fue pedido por los pobladores para ser liberados de los delincuentes o que proclama que grupos de mujeres aplaudían a los militares cuando pasaban y les agradecían a gritos su acción. La verdad es que los grupos de mujeres estaban, pero hacían exactamente lo contrario.
Hizo una pausa antes de continuar con el relato. Les habló de los allanamientos a las oficinas de los dirigentes políticos, la vigilancia sobre sus casas, las amenazas por teléfono o por papeles que llegaban de las más distintas maneras, las golpizas que daban a otros, las detenciones de los dirigentes de base, de dirigentes sindicales, todos por el solo hecho de ser disidentes. Les recordó los asesinatos de Parada, Guerrero y Nattino (y Javier no pudo evitar pensar que había conocido a Parada y a Guerrero, que ambos eran simpáticos e inteligentes, se acordó de la mujer de Parada, ¿Estela?, tan bonita y que le causó tanta pena verla de negro y con los ojos hundidos por el dolor), el secuestro de la sicóloga, que Javier se calló recordar que era la hermana de Jaime, el del Colegio, el mismo de los poemas y de la barra en los campeonatos interescolares, para evitar que lo miraran con reproche. Así fue avanzando en tiempo, recordando cada paso de los muchos que se había dado hasta la formación de la Asamblea de la Civilidad, esa enorme concertación de gremios y de políticos, del paro de dos días, les recordó de la Carmen Gloria y de Rodrigo, a quienes los quemó una patrulla militar. Con mucha claridad les fue mostrando los distintos aspectos de la realidad que revelaban con precisión singular el clima que se vivía en el país y les habló de la realidad económica, que ellos la sabían, pero los buenos sueldos y las maravillas de los supermercados facilitaban el olvido, de las dificultades de los más pobres, de la crisis de los no tanto, de la falta de expectativas de los sectores medios, de las desesperanzas de los jóvenes, de esas medidas erráticas que no estaban siendo suficientes para que se cumpliera el repunte de que tanto se hablaba.
El cuadro de agitación había sido creciente, con la suma de más y más sectores sociales. La presión internacional estaba en aumento y hasta los americanos optaron por presionar para una salida pactada, enviando casi semanalmente a periodistas importantes, parlamentarios republicanos o demócratas y hasta importantes funcionarios del Departamento de Estado y del Pentágono. El embajador americano, dijo Ramón, había afirmado ante varios testigos que la historia de la dictadura podía dividirse entre antes y después del paro de dos días. La salida pactada les era urgente para dar una apariencia democrática que garantizara la mantención del esquema y la permanencia del General algunos años más. El pacto debía considerar el aislamiento de los comunistas y su marginación de la vida política, creando un marco de tolerancia hasta sectores de centro izquierda, moderados, según su concepto de moderados. Pero el General, cada vez más convencido que él es el salvador del país y un verdadero faro para el mundo occidental, no aceptó la solución así sugerida, desafió a todo el mundo, llamó a sus generales que debieron ir un día muy temprano hasta la Escuela Militar, para jurarle lealtad a toda costa, organizó actos cívicos, retó pública y privadamente a los dirigentes derechistas que estaban dispuestos a entregarlo a cambio del reconocimiento de la Constitución, su propia Constitución, por parte de algunos opositores y, convencido que tenía que agudizar la represión, lo hizo.
− Y así se ha movido la cosa, les dijo Ramón, durante los últimos meses, con el General reprimiendo, los pobladores protestando y los políticos activando sus cuadros y sus organizaciones para hacer más eficiente la lucha. Ustedes han escuchado que se habla de algunos atentados contra carabineros, pero en verdad hay muchas más bombas por todas partes, asaltos y otros, pero la prensa se silencia. Los folletos de los partidos o de otros grupos están rompiendo el cerco que esa censura y la autocensura han levantado y circulan cada vez con mayor profusión; cuando allanan un lugar e incautan una imprentita, el folleto sigue saliendo en otra parte.
El Negro se acordó, sorprendido, de ese mimeógrafo manual que una vez regaló a unos amigos estudiantes universitarios e imaginó el uso que se le estaría dando.
El pueblo estaba desobedeciendo a la autoridad, que respondía incrementando la violencia.
− Ustedes saben, dijo Ramón a sus amigos que lo escuchaban extasiados, que en estos días hubo varios paros y ahora estaba en preparación el paro nacional. Ahora sí que debía venir.
Estaban