Baila hermosa soledad. Jaime Hales

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po­líticamente, para que los agentes en­­traran rom­­pien­do puertas, golpeando, ame­nazando a los moradores, pa­tean­do los mue­bles y luego detener al de­nun­ciado y arras­trar­lo hasta la calle en las con­di­cio­nes en que estuviera y ha­­cien­do lo mismo con los otros hombres de la casa. Esas casas y al­gu­nas otras ele­­gidas al azar eran revisadas con mayor mi­nu­cio­si­dad, dando vuelta ca­mas y col­chones, rajando sillones, rom­­pien­do a golpes los ta­biques, abrien­do los entretechos si es que ha­bía, maniobras des­ti­na­das no só­lo a amedrentar a los ha­bi­tan­tes, sino también a encontrar panfletos, re­vis­tas, fo­­lle­tos u otras cosas que a sus ojos pudieran parecer subversivas o sos­pe­cho­sas de actividad po­lí­tica. Cuando todos los hombres ya es­ta­ban en la calle, los mi­li­ta­res los obligaban a formarse y mar­char hacia al­gún sitio eriazo o la cancha de fút­bol, donde los des­nudaban, sepa­rán­do­los por grupos, unos forzados a man­te­ner­­­se de pie y otros a estar sen­ta­dos. Lentamente, con más de­mo­ra incluso que la ne­cesaria, los mili­ta­res iban tomando a los gru­pos y se interrogaba a ca­da uno de los po­bla­do­res. Primero era un interrogatorio rutinario y se fichaba al su­jeto, pero si aca­so al agen­te interrogador le parecía necesario o había una de­­­nun­­cia específica de algunos de los sa­pos locales, el detenido de turno po­día ser pr­e­guntado más duramente sobre cualquier co­sa, has­ta exas­perarlo. Pobre de aquél al que se le conocieran an­te­cedentes po­lí­ti­cos, an­­teriores de­­ten­cio­nes o re­legaciones, pues entonces el trato resultaba mu­cho más du­ro y se le des­ti­na­­ba a una sección especial. Miles de hom­bres sometidos a ese ve­­­ja­men du­rante todo el día, has­ta que al final de la jornada se les permitía ves­tirse y algunos de ellos era subidos a bu­ses o ca­miones militares y el resto quedaba en libertad, con se­veras ad­­­ver­tencias respecto de la ne­ce­si­dad de mantener patriótico si­len­cio y mu­cho cui­dado con recurrir a la Vi­ca­ría o a los cu­ras, que ésos son to­dos comunistas y a no ol­vi­dar­se de in­­for­mar a la autoridad sobre los de­lin­cuen­tes o extremistas que pu­die­ran lle­gar a la po­blación.

      Mientras duraba el ope­ra­ti­vo, debidamente ad­ver­ti­dos por al­gún lla­mado anónimo, llegaban hasta los cordones mi­litares o po­li­cia­les, nubes de pe­riodistas extran­jeros que pre­senciaban todo esto desde lejos y un poco más cer­ca veían a las mujeres de los detenidos discutir con los oficiales de ca­ra­bi­ne­ros que ayudaban a los mi­litares en el operativo. En una po­bla­­ción de­tuvieron por varias horas a los sacerdotes y les die­ron el mismo tra­ta­mien­to. En otra de­tu­vieron al presidente del Co­legio de Pe­rio­distas y a di­­ri­gen­tes del Colegio Mé­di­co que lle­ga­ron hasta el sector para constatar lo que estaba su­ce­dien­do.

      − El hecho mismo no puede ocultarse, agregó Ramón, pero la in­­formación se en­tre­­ga en forma com­pletamente distinta, es­pe­cial­men­te por la censura de pren­­sa. No falta la declaración, y us­te­des deben haberla leído, que explica que el alla­­namiento fue pedido por los pobladores pa­ra ser liberados de los de­­lin­cuen­­­tes o que proclama que grupos de mujeres aplaudían a los mi­­­­li­ta­res cuan­do pasaban y les agradecían a gritos su acción. La verdad es que los grupos de mu­­­­jeres estaban, pero hacían exac­tamente lo contrario.

      Hizo una pausa antes de continuar con el relato. Les habló de los alla­­na­mien­t­os a las oficinas de los dirigentes po­líticos, la vigi­lan­cia sobre sus ca­s­as, las amenazas por te­lé­fo­no o por papeles que lle­ga­ban de las más dis­tin­tas maneras, las gol­pizas que daban a otros, las de­ten­ciones de los di­ri­gen­tes de ba­se, de dirigentes sindicales, todos por el so­lo hecho de ser di­­si­­den­tes. Les re­cordó los asesinatos de Parada, Guerrero y Na­tti­no (y Javier no pudo evitar pen­sar que había conocido a Pa­rada y a Guerrero, que ambos eran simpáticos e in­teligentes, se acordó de la mujer de Parada, ¿Estela?, tan bonita y que le cau­­só tanta pena verla de ne­gro y con los ojos hundidos por el do­lor), el se­cues­tro de la sicóloga, que Javier se calló re­cor­dar que era la hermana de Jai­me, el del Colegio, el mismo de los poe­mas y de la barra en los cam­peonatos in­te­rescolares, para evi­tar que lo miraran con reproche. Así fue avan­zan­do en tiem­­po, recordando cada paso de los muchos que se ha­bía dado has­­ta la for­ma­ción de la Asam­blea de la Civilidad, esa enorme con­­cer­ta­ción de gremios y de po­líticos, del paro de dos días, les re­cordó de la Car­men Gloria y de Rodrigo, a quie­nes los quemó una patrulla militar. Con mucha claridad les fue mostrando los dis­­­­tin­tos aspectos de la realidad que revelaban con precisión sin­gular el cli­­ma que se vivía en el país y les habló de la rea­li­dad eco­nó­mica, que ellos la sa­bían, pero los buenos sueldos y las ma­­ravillas de los su­per­mer­cados fa­ci­li­taban el olvido, de las dificultades de los más pobres, de la crisis de los no tanto, de la fal­ta de expectativas de los sectores me­dios, de las de­ses­pe­ran­­­­zas de los jó­ve­nes, de esas medidas erráticas que no estaban sien­do su­fi­cien­tes para que se cum­pliera el repunte de que tan­to se ha­bla­ba.

      El cuadro de agitación había sido creciente, con la su­ma de más y más sec­to­res so­­­ciales. La presión internacional es­taba en au­men­to y hasta los ame­­ri­ca­nos optaron por pre­sio­­nar para una salida pac­ta­da, enviando casi se­ma­­nal­mente a pe­riodistas importantes, par­la­men­­­tarios republicanos o de­mó­cra­­tas y hasta importantes funcionarios del Depar­ta­men­to de Es­­­tado y del Pen­tágono. El embajador americano, dijo Ra­món, ha­bía afirmado ante varios tes­ti­gos que la historia de la dic­ta­du­­ra podía dividirse entre antes y después del paro de dos días. La salida pactada les era urgente para dar una apa­riencia de­mo­crática que ga­ran­ti­­zara la mantención del esquema y la per­­manencia del General al­gunos años más. El pacto de­­bía con­siderar el ais­la­miento de los co­mu­nis­tas y su margi­na­ción de la vida política, crean­do un mar­co de to­le­ran­cia hasta sec­to­res de centro izquierda, moderados, según su con­cep­to de mo­de­ra­dos. Pero el General, cada vez más convencido que él es el sal­­vador del país y un ver­dadero faro para el mundo occi­den­tal, no acep­­tó la solución así sugerida, de­safió a todo el mundo, lla­mó a sus ge­ne­rales que debieron ir un día muy temprano has­ta la Escuela Militar, pa­ra jurarle leal­tad a toda costa, or­ga­ni­zó actos cívicos, retó pública y pri­vadamente a los di­ri­gentes de­rechistas que es­ta­ban dispuestos a en­tre­garlo a cambio del re­­conocimiento de la Constitución, su propia Cons­titución, por par­te de al­gu­nos opositores y, convencido que tenía que agu­di­zar la re­pre­sión, lo hizo.

      − Y así se ha movido la cosa, les dijo Ramón, durante los últimos me­­ses, con el Ge­­ne­ral re­pri­miendo, los pobladores protestando y los po­líti­cos activando sus cua­dros y sus orga­ni­za­cio­nes para ha­cer más efi­cien­te la lucha. Ustedes han es­cu­chado que se ha­bla de algunos aten­ta­dos contra carabineros, pero en ver­dad hay muchas más bombas por todas partes, asaltos y otros, pe­ro la pren­sa se silencia. Los folletos de los partidos o de otros gru­pos están rom­pien­do el cerco que esa censura y la au­to­cen­su­ra han levantado y cir­cu­lan cada vez con mayor pro­fusión; cuan­do allanan un lugar e in­cau­tan una imprentita, el folleto si­gue sa­liendo en otra parte.

      El Negro se acor­dó, sorprendido, de ese mi­meó­gra­fo ma­nual que una vez regaló a unos amigos estudiantes uni­ver­sitarios e ima­­­ginó el uso que se le estaría dando.

      El pueblo estaba deso­be­de­ciendo a la au­to­ri­dad, que res­pon­día in­cre­men­tando la violencia.

      − Ustedes saben, dijo Ramón a sus amigos que lo escuchaban ex­tasiados, que en es­tos días hu­bo varios paros y ahora estaba en preparación el paro na­cio­nal. Ahora sí que debía venir.

      Estaban

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