El Capitán Veneno. Pedro Antonio de Alarcón
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Aquí tuvo que callar el paciente, dominado por el terrible dolor que le causó el médico al juntarle el hueso partido.
– ¡Bah, bah! – continuó luego. – ¡Para que yo me quedase en esta casa!.. ¡Precisamente no hay nada que me subleve tanto como ver llorar a las mujeres!
El pobre Capitán se calló otra vez, y mordiose los labios algunos instantes, aunque sin lanzar ni un suspiro…
Era indudable que padecía mucho.
– Por lo demás, señora… – concluyó dirigiéndose a Dª Teresa, – ¡figúraseme que no hay motivo para que me eche usted esas miradas de odio, pues ya no puede tardar en venir mi primo Álvaro, y las librará a ustedes del Capitán Veneno…! Entonces verá este señor Doctor… (¡cáspita,128 hombre, no apriete usted tanto!), qué bonitamente, sin pararse en eso de la inmovilidad (¡caracoles, qué mano tan dura tiene usted!), me llevan cuatro soldados a mi casa en una camilla, y terminan todas estas escenas de convento de monjas! ¡Pues no faltaba más! ¡Calditos a mí! ¡A mí sustancia de pollo! ¡A mí enarenarme la calle! ¿Soy yo acaso algún militar de alfeñique, para que se me trate con tantos mimos y ridiculeces?
Iba a responder doña Teresa, apelando al ímpetu belicoso en que consistía su única debilidad (y sin hacerse cargo, por supuesto, de que el pobre D. Jorge estaba sufriendo horriblemente), cuando, por fortuna, llamaron a la puerta, y Rosa anunció al Marqués de los Tomillares.
– ¡Gracias a Dios! – exclamaron todos a un mismo tiempo, aunque con diverso tono y significado.
Y era que la llegada del Marqués había coincidido con la terminación de la cura.
Don Jorge sudaba de dolor.
Diole Angustias un poco de agua y vinagre, y el herido respiró alegremente, diciendo:
– Gracias, prenda.
En esto llegó el Marqués a la alcoba, conducido por la Generala.
II
IRIS DE PAZ
Era D. Álvaro de Córdoba y Álvarez de Toledo un hombre sumamente distinguido, todo afeitado, y afeitado ya a aquella hora; como de sesenta años de edad; de cara redonda, pacífica y amable, que dejaba traslucir el sosiego y benignidad de su alma, y tan pulcro, simétrico y atildado en el vestir, que parecía la estatua del método y del orden.
Y cuenta que129 iba muy conmovido y atropellado por la desgracia de su pariente; pero ni aun así se mostró descompuesto ni faltó en un ápice a la más escrupulosa cortesía. Saludó correctísimamente a Angustias, al Doctor y hasta un poco a la gallega, aunque ésta no le había sido presentada por la señora de Barbastro, y entonces, y sólo entonces, dirigió al Capitán una larga mirada de padre austero y cariñoso, como reconviniéndole y consolándole a la par, y aceptando, ya que no el origen, las consecuencias de aquella nueva calaverada.130
Entretanto Dª. Teresa, y sobre todo la locuacísima Rosa (que cuidó mucho de nombrar varias veces a su ama con los dos títulos en pleito), enteraron velis nolis131 al ceremonioso Marqués de todo lo acontecido en la casa y sus cercanías desde que la tarde anterior sonó el primer tiro hasta aquel mismísimo instante, sin omitir la repugnancia de D. Jorge a dejarse cuidar132 y compadecer por las personas que le habían salvado la vida.
Luego que dejaron de hablar la Generala y la gallega, interrogó el Marqués al doctor Sánchez, el cual le informó acerca de las heridas del Capitán en el sentido que ya conocemos, insistiendo en que no debía trasladársele a otro punto, so pena133 de comprometer su curación y hasta su vida.
Por último: el buen D. Álvaro se volvió hacia Angustias en ademán interrogante, o sea explorando si quería añadir alguna cosa a la relación de los demás; y, viendo que la joven se limitaba a hacer un leve saludo negativo, tomó su excelencia las precauciones nasales134 y laríngeas, así como la expedita y grave actitud de quien se dispusiese a hablar en un senado (era senador), y dijo entre serio y afable…
(Pero este discurso debe ir en pieza separada, por si alguna vez lo incluyen en las Obras completas del Marqués, quien también era literato… de los apellidados "de orden".)
III
PODER DE LA ELOCUENCIA
– Señores: en medio de la tribulación que nos aflige, y prescindiendo de consideraciones políticas acerca de los tristísimos acontecimientos de ayer, paréceme que en modo alguno135 podemos quejarnos…
– ¡No te quejes tú, si es que nada te duele!.. Pero ¿cuándo me toca a mí hablar? – interrumpió136 el Capitán Veneno.
– ¡A ti nunca, mi querido Jorge! – le respondió el Marqués suavemente. – Te conozco demasiado para necesitar que me expliques tus actos positivos o negativos. ¡Bástame con el relato de estos señores!137
El Capitán, en quien ya se había notado el profundo respeto… o desprecio con que sistemáticamente se abstenía de llevar la contraria a138 su ilustre primo, cruzó los brazos a lo filósofo, clavó la vista en el techo de la alcoba, y se puso a silbar el himno de Riego.139
– Decía… – prosiguió el Marqués – que de lo peor ha sucedido lo mejor. La nueva desgracia que se ha buscado mi incorregible y muy amado pariente don Jorge de Córdoba, a quien nadie mandaba echar su cuarto a espadas140 en el jaleo de ayer tarde (pues que está de reemplazo, según costumbre, y ya podía haber escarmentado141 de meterse en libros de caballerías), es cosa que tiene facilísimo remedio, o que lo tuvo, felizmente, en el momento oportuno, gracias al heroísmo de esta gallarda señorita, a los caritativos sentimientos de mi señora la generala de Barbastro, Condesa de Santurce, a la pericia del digno doctor en medicina y cirugía Sr. Sánchez, cuya fama érame conocida hace muchos años, y al celo de esta diligente servidora…
Aquí la gallega se echó a llorar.
– Pasemos a la parte dispositiva… – continuó el Marqués, en quien, por lo visto, predominaba el órgano de la clasificación y el deslinde, y que, de consiguiente, hubiera podido ser un gran perito agrónomo.142– Señoras y señores143: supuesto que, a juicio de la ciencia, de acuerdo con el sentido común, fuera muy peligroso mover de ese hospitalario lecho a nuestro interesante enfermo y primo hermano mío don Jorge de Córdoba, me resigno a que continúe perturbando esta sosegada vivienda hasta tanto que pueda ser trasladado a la mía o a la suya. Pero entiéndase que todo ello es partiendo de la base,144 ¡oh querido pariente!, de que tu generoso corazón y el ilustre
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tres Marías: reference to the three Marys at the crucifixion, Matthew 27:56. The phrase has become common with the legend that the three Marys came to Provence together.
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¡cáspita…! and (20) ¡caracoles…!: note the disguised [encubierto] oath, how it starts as though to say Cristo and switches off to ca-something, any word beginning with ca- (canastos, caminos, canales, calles, culebrines, etc.), or even ca alone, or que. The commonest is caramba. In the
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Y cuenta que = Tenga usted en cuenta que,
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calaverada: cf. Aquella calaverada propuesta por la serpiente y aceptada por Eva,
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dejarse cuidar… por,
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so pena,
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precauciones nasales,
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alguno after its word = ninguno.
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interrumpió: a marked trait of Jorge.
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señores: includes señoras; cf. los reyes católicos de España,
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la contraria [razón]: Alarcón uses el contrario, lo contrario, in the same sense.
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himno de Riego: not so much that he indorsed Riego, as to be mean and pique the marquis. Alarcón would not have a hero too radical. He tells us Jorge had never been a revolutionist (lo que nunca ha hecho ha sido pronunciarse). He tells us of himself that he was anti-royalist only a little while: his democratic impulses (pujos democráticos) were sudden and fleeting (repentinos y fugaces). See
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a quien nadie mandaba echar su cuarto a espadas,
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podía haber escarmentado,
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perito agrónomo,
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Señoras y señores: addressed to the same ones he called señores before.
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partiendo de la base,