El Capitán Veneno. Pedro Antonio de Alarcón
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El Marqués sacó y desdobló el pañuelo, al terminar esta parte de su oración, y se lo pasó por la frente, aunque no sudaba… Volvió en seguida a doblarlo simétricamente, se lo metió en el bolsillo posterior izquierdo de su levita, aparentó beber un sorbo de agua, y dijo así, cambiando de actitud y de tono.
VI
LA VIUDA DEL CABECILLA
– Hablemos ahora de pequeñeces, impropias, hasta cierto punto,174 de personas de nuestra posición; pero en que hay que entrar forzosamente. La fatalidad, señora Condesa, ha traído a esta casa, e impide salir de ella en cuarenta o cincuenta días, a un extraño para ustedes, y un desconocido, a un don Jorge de Córdoba, de quien nunca habían oído hablar, y que tiene un pariente millonario… Usted no es rica, según acaba de contarme…
– ¡Lo soy! – interrumpió valientemente la guipuzcoana.
– No lo es usted…; cosa que la honra mucho, puesto que su magnánimo esposo se arruinó defendiendo la más noble causa… ¡Yo, señora, soy también algo carlista!
– ¡Aunque fuera usted el mismísimo175 don Carlos! ¡Hábleme de otro asunto, o demos por terminada176 esta conversación! ¡Pues no faltaba más, sino que yo aceptara el dinero ajeno para cumplir con mis deberes de cristiana!
– Pero, señora, usted no es médico, ni boticario, ni…
– ¡Mi bolsillo es todo eso para su primo de usted! Las muchas veces que mi esposo cayó herido defendiendo a don Carlos (menos la última, que, indudablemente en castigo de estar ya de acuerdo con el traidor Maroto, no halló quien le auxiliara, y murió desangrado en medio de un bosque), fue socorrido por campesinos de Navarra y Aragón, que no aceptaron reintegro ni regalo alguno… ¡Lo mismo haré yo con don Jorge de Córdoba, y quiera o no quiera su millonaria familia!
– Sin embargo, Condesa, yo no puedo aceptar… – observó el Marqués, entre complacido y enojado.
– ¡Lo que no podrá usted nunca es privarme de la alta honra que el cielo me deparó ayer! Contábame mi difunto esposo que, cuando un buque mercante o de guerra descubre en la soledad del mar y salva de la muerte a algún náufrago, se recibe a este a bordo con honores reales, aunque sea el más humilde marinero. La tripulación sube a las vergas; tiéndese rica alfombra en la escala de estribor, y la música y los tambores baten la Marcha Real de España… ¿Sabe usted por qué? ¡Porque en aquel náufrago ve la tripulación a un enviado de la Providencia! ¡Pues lo mismo haré yo con su primo de usted! ¡Yo pondré a sus plantas toda mi pobreza por vía de alfombra, como pondría miles de millones si los tuviese!
– ¡Generala! – exclamó el Marqués, llorando a lágrima viva. – ¡Permítame usted besarle la mano!177
– ¡Y permite, querida mamá, que yo te abrace llena de orgullo! – añadió Angustias, que había oído toda la conversación desde la puerta de la sala.
Doña Teresa se echó también a llorar, al verse tan aplaudida y celebrada. Y como la gallega, reparando en que otros gemían, no desperdiciara tampoco la ocasión de sollozar (sin saber por qué), armose allí tal confusión de pucheros, suspiros y bendiciones, que más vale volver la hoja, no sea que los lectores salgan178 también llorando a moco tendido, y yo me quede sin público a quien seguir contando mi pobre historia…
VII
LOS PRETENDIENTES DE ANGUSTIAS
¡Jorge! – dijo el Marqués al Capitán Veneno, penetrando en la alcoba con aire de despedida. – ¡Ahí te dejo! La señora Generala no ha consentido179 en que corran a nuestro cargo ni tan siquiera el médico y la botica; de modo que vas a estar aquí como en casa de tu propia madre, si viviese. Nada te digo de la obligación en que te hallas de tratar a estas señoras con afabilidad y buenos modos, al tenor de tus buenos sentimientos, de que no dudo, y de los ejemplos de urbanidad y cortesía que te tengo dados; pues es lo menos que puedes y debes hacer en obsequio de personas tan principales y caritativas. A la tarde volveré yo por aquí, si mi señora la Condesa me da permiso para ello, y haré que te traigan ropa blanca, las cosas más urgentes que tengas180 que firmar, y cigarillos de papel. Dime si quieres algo más de tu casa o de la mía.
– ¡Hombre! – respondió el Capitán. – Ya que eres tan bueno, tráeme un poco de algodón en rama y unos anteojos ahumados.
– ¿Para qué?
– El algodón, para taparme las orejas y no oír palabras ociosas, y las gafas ahumadas, para que nadie lea en mis ojos las atrocidades que pienso.
– ¡Vete al diantre! – respondió el Marqués, sin poder conservar su gravedad, como tampoco pudieron refrenar la risa Dª. Teresa ni Angustias.
Y, con esto, se despidió de ellas el potentado, dirigiéndoles las frases más cariñosas y expresivas, cual si llevara ya mucho tiempo de conocerlas y tratarlas.
– ¡Excelente persona! – exclamó la viuda, mirando de reojo al Capitán.
– ¡Muy buen señor! – dijo la gallega, guardándose una moneda de oro que el Marqués le había regalado.
– ¡Un zascandil! – gruñó el herido, encarándose con
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de saberlo = si lo supiese,
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milloncejos: note the diminutive. English would cover the idea by some adjective:
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el general: al in the 10th edition is an error.
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dilatadas,
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tenga: verbs of all kinds, even decir,at times omit que; but the que is oftenest omitted with such verbs as suplicar,
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hasta cierto punto,
175
mismísimo: three different sounds of i in this word, according to Professor Olmsted.
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demos por terminada,
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¡Permítame usted besarle la mano! – ¡Y permite… que yo te abrace…! verbs like permitir, dejar, impedir, admit either the infinitive or a que-clause, without difference in meaning.
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salgan: salir, seguir [continuar, quedar, venir, andar] follow ir and take -ndo forms after them, like estar.
179
consentido en: consentir takes en, con, a, and sometimes sobre, with different senses.
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que tengas: omitted in 10th edition.