Rumbo a Tartaria. Robert D. Kaplan
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Los rumanos estaban aterrados viendo lo que ocurría en la antigua Unión Soviética. El descenso en desarrollo que yo había percibido cuando pasé de Hungría a Rumania se duplicaba cuando uno pasaba de Rumania a Moldavia y Ucrania: zonas deprimidas con carreteras espantosas, donde, si dejabas el coche y no vigilabas, lo más probable era que te lo robaran. En el pasado había sido el ejército ruso el que había infundido miedo a los rumanos; ahora temían que la anarquía social pudiera generar una reacción tiránica en Moscú. En cierto sentido no sólo subsistía el telón de acero como una realidad sino que además, entre Europa oriental y la antigua Unión Soviética, había un «segundo telón de acero».
Iulian Fota, un ingeniero pulcramente vestido a quien Constantinescu había nombrado subsecretario de Defensa, me dijo:
—La estrategia de Rusia consiste en restablecer su esfera de influencia en toda la antigua Unión Soviética y Bulgaria, y luego trabajar con Francia y Grecia, y tal vez también con Siria e Irán, para limitar el poder de Estados Unidos en Oriente Próximo. Para hacer frente a esta configuración, Turquía y Azerbaiyán firmarán una alianza con Israel. Nosotros podemos ayudar a los turcos y a los israelíes. En cuanto el petróleo del mar Caspio empiece a llegar a Europa a través del mar Negro aumentará la seguridad internacional de Rumania. Rumania ya no está en la periferia de Europa. Con nuestras refinerías instaladas en Constanza [en el mar Negro] y Ploieşti quedaremos dentro de la nueva red de oleoductos. Estamos en medio de una nueva región, difícil de delimitar, entre Europa y el Caspio.
Aunque interesado, este análisis era ciertamente agudo. Grecia puede formar parte de la OTAN, pero en 1992 el líder serbobosnio Radovan Karadjic, acusado de crímenes de guerra, fue recibido como un héroe en Atenas, lo cual sugiere la existencia de una vinculación histórica y religiosa más profunda, paralela a la estructura oficial de alianzas en los años que siguieron a la guerra fría.[31] Pero Rumania era una potencial baza estratégica por una razón que en el Ministerio de Defensa nadie había mencionado:
En una democracia estable, como la que Rumania pugnaba por conseguir, la política de seguridad está unida en última instancia a la opinión pública. Por haber vivido bajo el estalinismo de Ceauşescu y la incertidumbre que comportaba estar situados en la franja oriental del mundo occidental, los rumanos —tanto civiles como militares— tenían un sentimiento proamericano tan apasionado como el de los ingleses y franceses después del día V-E [día de la Victoria en Europa] en mayo de 1945. Mientras que los ciudadanos de Europa occidental censuraban a Estados Unidos por su «belicismo» en Irak, los rumanos les dieron abiertamente su apoyo. En muchas crisis — exceptuada la de Kosovo—, los franceses, los italianos y los ciudadanos de otros países occidentales buscaban la más pequeña incongruencia en la política estadounidense para negar su validez. A medida que se intensificaba el resentimiento cultural por el ostentoso materialismo de Estados Unidos y ganaba importancia el efecto unificador de una moneda única, crecía la posibilidad de que los países de Europa occidental y central formaran un bloque de poder neutral, tal vez incluso hostil. Por eso era decisivo para Estados Unidos tener amigos en países del sureste europeo cuyas bases pudieran utilizar. En la guerra de Oriente Próximo en 1973, Estados Unidos se apoyó en Portugal como base para reabastecer a Israel cuando sus aliados tradicionales —Gran Bretaña, Francia y la República Federal de Alemania— se negaron a colaborar. Rumania podría convertirse en un nuevo Portugal en el otro extremo del continente.
Como Oriente Próximo era una región con grandes reservas de petróleo, viejos dictadores, altas tasas de desempleo entre los varones jóvenes, acelerado crecimiento absoluto en población y urbanización, y decreciente abastecimiento de agua, los problemas de Occidente con Saddam Hussein podrían presagiar otras crisis militares en la región durante el siglo XXI. Rumania, en la franja noroeste del gran Oriente Próximo, era una base avanzada natural, especialmente a medida que el poder petrolífero se desplazaba hacia el norte, desde la península Arábiga hasta el mar Caspio, y el poder político de la vecina Turquía aumentaba debido a que sus inmensas reservas de agua le daban una creciente ventaja sobre los estados árabes, pobres en este recurso natural.
Pero los militares temían que si Rumania no llegaba a convertirse en una base avanzada de Occidente, el país se precipitaría en un abismo. En una cena celebrada ya entrada la noche en el club de oficiales, con mucho aguardiente de ciruela y mucho vino, saqué a colación la tesis del «choque de civilizaciones» de Samuel Huntington, profesor de Harvard.[32] El coronel Ionescu, un hombre alto y afable, respondió con cierto enojo:
—Huntington es peligroso, especialmente en lo tocante a la ampliación de la OTAN.
Pero Ionescu no pretendía rebatir la validez de la tesis de Huntington. Por el contrario, él, como todos los oficiales rumanos con los que hablé, se horrorizaba ante la idea de una frontera entre civilizaciones, una frontera «civilizacional» en Europa, de acuerdo con la cual la ampliación de la OTAN terminaba en la frontera húngaro-rumana y la región multiétnica de Transilvania se convertía en un campo de batalla entre cristianos orientales y occidentales.
Rumania era el verdadero estado pivote de Europa, suficientemente extenso para influir en la dimensión cultural de la alianza occidental si era aceptado como miembro de pleno derecho, pero al mismo tiempo suficientemente reducido para que su ingreso como miembro fuera viable, cosa que no ocurría con la extensísima Rusia.[33] Con los veinte millones de cristianos ortodoxos de Rumania integrados en la OTAN sería improbable que se produjera una división «civilizacional» en la frontera oriental de Hungría; con Rumania fuera de la OTAN, esa división podría emerger como factor predominante del continente. Con Rumania integrada en Occidente, Europa se extiende hasta el mar Negro; con Rumania separada, Europa se convierte en una variante del Sacro Imperio Romano, mientras que los Balcanes se vuelven a integrar en Oriente Próximo.
Por lo tanto, el inicio del siglo XXI constituía una oportunidad fugaz para una política audaz en los Balcanes. Al producirse el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Bucarest era más rica y más cosmopolita que Atenas. Con todos sus problemas, al término de la Segunda Guerra Mundial Rumania era —como me había dicho Rudolf Fischer— más fácil de salvar que Grecia, país que entonces se hallaba dividido por un conflicto interno y carecía de una burguesía moderna. A pesar de ello, la Administración Truman actuó con audacia e incorporó Grecia a la OTAN. Los problemas que Grecia ha podido causar a la alianza occidental, sean los que fueren, son mínimos si se los compara con lo que habrían sido si este país hubiera sido excluido de la OTAN. ¿Haría Clinton, o su sucesor, por Rumania lo que Truman había hecho por Grecia?
De momento, los militares rumanos eran proamericanos. En esos tiempos de confusión política y civil, los militares veían en la OTAN la posibilidad de hacer carrera y tener sueldos dignos, de recibir una mejor preparación personal y mejores equipos, y de tener acceso a las redes internacionales, incluidos cursillos y frecuentes viajes al extranjero. Pero si la ampliación de la OTAN más allá de Europa central no prosperaba, aun en el supuesto de que prosperara la ampliación de la Unión Europea a Europa central —dos tendencias que parecían evidentes cuando hice mi visita—, cabía la posibilidad de que los militares rumanos se volvieran de nuevo obstinadamente nacionalistas e intervinieran en la política, como había ocurrido durante el mandato del general Antonescu, y como sugería ahora la reavivada reputación pública de dicho personaje.
—Rumania es un país que casi nunca ha conocido la normalidad —me dijo Mihai Oroveanu, director general del Ministerio de Cultura, uno de los últimos días de mi visita a Bucarest.