Mujeres y educación en la España contemporánea. Raquel Vázquez Ramil
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Numerosos congresos obreros incluyen la igualdad de los sexos en su programa, y desde los años setenta se forman asociaciones y ligas para reivindicar los derechos políticos y sociales de las mujeres en Europa y Estados Unidos. En los últimos veinte años del siglo XIX esta cuestión salta a primer plano con la publicación de obras tan significativas como Amor y matrimonio de Proudhon (l875), El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Engels (1884) y La mujer en el pasado, el presente y el porvenir (1885) de August Bebel[113].
En cuanto a la educación de la mujer, ya admitida en todas partes la necesidad de su instrucción primaria, desde 1870 hay una corriente general a favor de la secundaria plasmada en numerosos establecimientos que la imparten a alto nivel tanto en Europa como en América; en España este aspecto marcha con retraso, exceptuando la obra de Fernando de Castro y la reforma de las Escuelas Normales[114]. Como colofón, la mujer reclama también el acceso a la universidad, consiguiéndolo tarde o temprano en todos los países, aunque después encuentre serias restricciones a la hora de ejercer ciertas profesiones liberales como la abogacía.
Labra se ocupa del movimiento en pro del sufragio femenino, iniciado en Estados Unidos hacia 1840 al tiempo que la campaña favorable a la redención de la esclavitud, y de la situación jurídica de la mujer en los códigos civiles de varios países europeos.
Trabajo muy documentado e interesante, el ensayo de Labra refleja la preocupación por las cuestiones sociales más candentes del momento, entre ellas las reivindicaciones obreras y feministas, y por investigar sus raíces. Como es norma en los institucionistas, Labra introduce numerosos ejemplos extranjeros y emplea el método comparativo para concluir resaltando el atraso de nuestro país en este terreno. Las reclamaciones feministas toman cuerpo primero en los países capitalistas y de tradición protestante, como Estados Unidos e Inglaterra, y tienen especial éxito entre los sectores burgueses, muy endebles en España; no es de extrañar, por tanto, que hasta nosotros llegasen con gran retraso y muy tamizadas y que no encontrasen canal asociativo adecuado hasta bien entrado el siglo XX.
No obstante, los hombres de la Institución Libre de Enseñanza (y ya es significativo que casi siempre fuesen hombres) perciben el problema y se apuran a exponerlo y a buscar vías para encauzarlo; lo consideran cuestión de «regeneración» moral y social de la mitad del género humano, no asunto político como en otros lugares, regeneración sin la que es imposible el progreso humano. Atentos a las nuevas circunstancias, mantienen el afán inicial de alcanzar la humanidad unida, sin enfrentamientos de clases, sexos o caracteres; ese afán los empuja, cuando adquiere pujanza el movimiento obrero, a ensayar medidas paliativas como la extensión universitaria, cuyos mayores logros se alcanzaron en la universidad de Oviedo. Los institucionistas defendieron la vía pedagógica para superar antagonismos de todo tipo; sus resultados fueron cualitativamente muy relevantes pero cuantitativamente muy restringidos.
El feminismo institucionista es muy moderado y no pierde a la familia como eterno punto de referencia; aspira fundamentalmente a elevar «más la situación intelectual y moral de la mujer, hasta el punto de conseguir de ella una más activa colaborada en todas nuestras cosas, una compañera más íntima y más al tanto de lo que su amigo para toda la vida es o debe ser en el mundo»[115].
Aunque no descuida la realización personal de la mujer como individuo de pleno derecho; al menos así lo manifiesta Torres Campos en un artículo sobre «El movimiento en favor de los derechos de la mujer»[116], donde puntualiza:
Los partidarios de la emancipación femenina pretendemos que sea abolida la potestad marital y se funde el derecho de familia sobre el principio de la igualdad entre los esposos; que se conceda a las mujeres el derecho de hacer un uso honrado de sus facultades, y se hagan accesibles a todos, sin distinción alguna de sexo, los oficios, los empleos, las profesiones liberales y las carreras industriales, y que se les permita, por último, intervenir de alguna manera en la gestión de los intereses públicos[117].
De excepcional interés, aunque de signo distinto al anterior, es el trabajo de Concepción Arenal «Estado actual de la mujer en España»[118]. Concepción Arenal analiza con gran agudeza la situación de las españolas en el terreno laboral, religioso, educativo, de opinión pública y moral; en todos los casos es desfavorable por culpa del egoísmo masculino:
Puede decirse que el hombre, cuando no ama a la mujer y la protege, la oprime. Trabajador, la arroja de los trabajos más lucrativos; pensador, no le permite el cultivo de la inteligencia; amante, puede burlarse de ella, y marido, abandonarla impunemente. La opinión es la verdadera causante de todas estas injusticias, porque hace la ley, o porque la infringe[119].
Advierte leves avances, aunque muy lentos, y se resiste a hablar de emancipación social o política mientras la dependencia económica sea un hecho extendido y someta a la mujer a todo tipo de esclavitudes.
El realista análisis de Concepción Arenal manifiesta cierta irritación ante un hecho que considera socialmente injusto y denigratorio de la mujer como persona, punto este en el que la autora puso especial énfasis en todas sus obras. No deja de ser ilustrativo que se publique por primera vez en las páginas del Boletín, cada vez más atento a estas cuestiones e interesado, sin duda, en rendir homenaje a la ilustre pensadora, fallecida poco antes, el 4 de febrero de 1893.
A finales del siglo XIX la preocupación por la condición femenina y el movimiento feminista extranjero encuentra acogida en el BILE; no en vano los progresos exteriores eran ya notables en el terreno educativo, menos en el laboral e incipientes en el político. Y así, sólo Nueva Zelanda reconoció el sufragio femenino antes del siglo XX, concretamente en 1893; en 1902 se establece en Austria, en 1906 en Finlandia y, progresivamente, en otros países nórdicos y europeos.
Segunda etapa: 1901-1915. Tras el «Desastre», la solución exterior
En el momento crítico de la guerra hispano-norteamericana, Labra pronuncia un lúcido discurso en el Congreso de los Diputados[120], en el que habla con su característica elocuencia del «problema político-pedagógico en España». España necesita con urgencia ciudadanos, hombres enteros que tan sólo un sistema de enseñanza racional y científico puede formar; el que hay en ese momento es deficitario en todos los niveles: el presupuesto de instrucción pública es escaso, las Escuelas Normales languidecen por falta de una reforma seria y los maestros (forjadores del hombre del mañana) no ven atendidas sus necesidades más elementales. Hay que revisar todos esos aspectos y dejar margen a la iniciativa privada, más rápida y receptiva que la pesada maquinaria estatal.
Tras el «Desastre», el regeneracionismo costiano (en algunos aspectos muy conectado con el reformismo institucionista) propaga la idea de que el problema de España es la endeblez moral y los conceptos aferrados al pasado.
Joaquín Costa fue en su juventud uno de los discípulos más próximos a Giner[121]. Desde 1877 colaboró en el BILE y se encargó de dirigirlo a partir de 1882. De Giner tomó Costa la preocupación pedagógica como algo esencial; «la escuela es una sociedad en pequeño, la sociedad, una escuela en grande»[122]; en la Asamblea Nacional de Productores celebrada