Mujeres y educación en la España contemporánea. Raquel Vázquez Ramil
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Más que tarea docente, la suya fue una verdadera labor de apostolado tendente a rescatar de la molicie a una juventud que
sufre alegre, casi sin enterarse, parte por la austera sobriedad de la raza, parte por su atraso, el sucio hospedaje y mala bazofia a que los más tienen que atenerse; es político y patriota, en todos los sentidos, desde el más puro y noble, al pésimo[137].
Su trabajo formativo se concretó en dos niveles:
a) Los alumnos de los cursos de doctorado impartidos por él en la Universidad Central tras reincorporarse a su cátedra de Filosofía del Derecho en 1881.
b) Los niños que acudían a la escuela de la Institución, en los que encontraba una arcilla más maleable y dúctil para ensayar sus principios pedagógicos.
Su carácter abierto y afable le ganaba voluntades y simpatías, sobre todo entre los jóvenes.
El diálogo estilo socrático, la sencillez de Giner, su ángel de andaluz inteligente, su ansia de saber y de estar al día, su fama de inconformista activo y radical, su gran interés humano y su innegable coquetería espiritual, junto con su gran rigor ético, impresionaban a la juventud, ansiosa de cauces nuevos[138].
La semilla gineriana prendió en hombres que tendrán gran influencia en la vida política, social y académica. Seguimos el criterio generacional ya clásico establecido por la profesora Gómez Molleda[139]:
a) Nacidos entre 1870 y 1880. Un grupo se educa en la Institución desde la segunda enseñanza: Julián Besteiro, los hermanos Antonio y Manuel Machado, Juan Uña, Pedro Blanco y Ángel do Rego. Otro grupo proviene de los doctorandos: Bernaldo de Quirós, Domingo Barnés, Fernando de los Ríos, Álvaro de Albornoz, Navarro Flores, Flores y Lemus y José Castillejo.
b) Nacidos entre 1880 y 1890, «nietos» de Giner: Manuel Azaña, José Pijoán, Augusto Barcia, Pérez de Ayala, Juan Ramón Jiménez, Julio Camba, Eugenio d’Ors, Rivera Pastor, Ortega y Gasset, Tomás Elorrieta, Américo Castro, Salvador de Madariaga, Gregorio Marañón, García Morente, Lorenzo Luzuriaga, Jiménez de Asúa, Jiménez Fraud y Federico de Onís.
Pero la irradiación del «estilo» gineriano fue más allá de las aulas y cuajó en lo que Luis de Zulueta denomina «comunidad espiritual», integrada por
las familias de los alumnos, los antiguos alumnos ya mayores, un núcleo de profesores liberales que simpatizan con esta corriente de educación, muchas personas de distintas ideas y profesiones, más o menos influidas por ella y que se sienten más o menos estrechamente agrupadas en una dirección común[140].
Esta irradiación produjo interesantes realizaciones, sobre todo intelectuales y académicas, pues de la Institución nacieron instituciones estatales como la JAE y sus dependencias, el Centro de Estudios Históricos, la Residencia de Estudiantes, etc., prueba de la «fecundidad y vitalidad de un alto espíritu –el de Giner– rodeado y secundado por una pléyade de hombres de fe y estudio»[141].
Sin duda, la labor de Giner fue intensa, tanto que, cuando se proclama la Segunda República en abril de 1931, muchos la aplauden como colofón glorioso de la obra del Maestro:
Cuando se cale un poco más hondo, se hallará el camino, lleno de luz, que ha traído la República […]. Y ese camino lo abre un hombre, y esa revolución española, tan magnífica, tan majestuosa al prescindir de toda majestad, tiene un nombre: Francisco Giner de los Ríos[142].
Cuando muere Francisco Giner, la ILE es una escuela de estudios primarios y secundarios y continúa siéndolo en los años siguientes: una escuela pequeña, minoritaria pero casi universalmente respetada; hacemos la salvedad del «casi» porque desde su nacimiento hasta la Guerra Civil y la etapa de anulación posterior, ciertos sectores católicos criticaron con dureza su carácter aconfesional y laico[143]. Recoge la antorcha el discípulo predilecto y heredero moral de Giner, Manuel Bartolomé Cossío.
En estos años el fermento está sembrado y los institucionistas ya no emplean el tono reformista de los primeros momentos; en el BILE se aprecia el cambio de orientación: en sus páginas abundan las evocaciones sobre la figura de Giner, numerosas y constantes hasta el último número en el apartado «In Memoriam», y artículos de pedagogía científica dedicados a métodos nuevos como el de María Montessori y el del doctor Ovide Decroly.
El tema de la mujer pierde representatividad, salvo algunos artículos en defensa de la coeducación o del movimiento feminista extranjero. A partir de 1915 los avances en la educación y perspectivas laborales de las mujeres españolas son considerables (aunque no definitivos), como tendremos ocasión de ver en el capítulo tercero.
En 1915 la JAE abre una Residencia de Señoritas en Madrid, similar a la de Estudiantes creada en 1910; en 1918 crea el Instituto-Escuela, centro de estudios primarios y secundarios de carácter mixto. En 1929 nacen los primeros institutos femeninos de enseñanza media en Madrid y Barcelona. La Asociación para la Enseñanza de la Mujer continúa ofreciendo un ambicioso programa de preparación profesional y cultural, en parte imitado por entidades nuevas como la Escuela del Hogar y Profesional de la Mujer (1911). Sectores del catolicismo renovado promueven instituciones educativas femeninas y, así, Acción Católica impulsa la Asociación Escolar Femenina (1917) y la Escuela Social Femenina (1926); surgen las Escuelas Profesionales para Jóvenes Obreras (1915-1916) y, sobre todo, las múltiples iniciativas de la Institución Teresiana, creada en 1911 en Covadonga por el padre Pedro Poveda Castroverde con intención de potenciar el magisterio católico.
El vacío dejado por Giner a un lado y los avances oficiales y particulares en el terreno de la educación de la mujer explican el silencio del BILE en torno a cuestiones femeninas. Su labor ya no era exigir o esgrimir argumentos, sino trabajar en directo desde los centros oficiales ocupados por sus discípulos, sobre todo a través de la Junta para Ampliación de Estudios.
Antes de finalizar este capítulo, una última precisión: repetidamente hemos aludido a la preocupación de los hombres de la ILE por la mujer española y su rehabilitación pero ¿y las propias mujeres? Colaboraron con artículos y ensayos en el BILE, pero su participación ni de lejos se puede comparar con la de los hombres. Ya mencionamos la vinculación de figuras eminentes, como Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán, a Francisco Giner; su firma estuvo presente en el BILE en varias ocasiones. Tal vez la colaboradora más constante fue Alice Pestana, con 27 artículos[144], y aleatorias María Goyri[145], Berta Wilhelmi de Dávila, la inspectora de Madrid Matilde García del Real, la escritora chilena Gabriela Mistral, la profesora de Escuela Normal María Sánchez-Arbós, y poco más. En las Juntas Directiva y Facultativa de la ILE no hubo ninguna mujer, y el profesorado de sus escuelas fue mayoritariamente masculino.
El debate sobre la cuestión femenina llevado a cabo por los institucionistas incidió mucho en la necesidad de aperturas pedagógicas y reformas jurídicas, en parte porque pedagogos