Revolución y guerra. Tulio Halperin Donghi

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Revolución y guerra - Tulio Halperin Donghi страница 15

Revolución y guerra - Tulio Halperin Donghi Historia y cultura

Скачать книгу

rioplatenses; y aún menos cuentan las exportaciones agrícolas, que son propias de años excepcionales.

      La primacía del metálico en las exportaciones es entonces indudable. De Buenos Aires sale anualmente un caudal de plata ubicado al mismo nivel que el total de acuñaciones de la ceca de Potosí; sin duda buena parte de la plata altoperuana escapa al camino de la casa de moneda, pero aun así el papel de Buenos Aires como extremo sudamericano de un mecanismo de succión del metálico de las Indias resulta evidente. ¿Cómo podía Buenos Aires cumplir ese papel? Sin duda una parte de la plata que pasaba por ella se situaba al margen del proceso comercial: era la porción de la plata extraída y la acuñada que tocaba a la corona. Pero esta era relativamente reducida; la mayor parte del metal altoperuano (y del oro bajoperuano atraído a Potosí por la presencia de la casa de moneda) debía ser atraída a Buenos Aires mediante el funcionamiento de ciertos mecanismos comerciales. Este funcionamiento resulta tanto más difícil de entender si se tiene en cuenta que en la primera etapa virreinal el comercio rioplatense está lejos de ser deficitario. ¿De qué manera es posible extraer de la región, como en el quinquenio 1792-1796, valores del orden de los $ 4.000.000 anuales, de los cuales por lo menos los dos tercios en metálico, a cambio de valores del orden de los 2.000.000? Sólo la existencia de una comercialización excepcionalmente costosa podía asegurar un equilibrio, nivelando en los centros productores (y ante todo en el Alto Perú) lo que en Buenos Aires aparecía tan radicalmente desnivelado.

      Esta imagen necesariamente aproximativa del equilibrio comercial en la zona rioplatense nos remite entonces a las conclusiones obtenidas del examen de la sociedad virreinal: la hegemonía del sector comercial aparece impuesta por las cosas mismas; es un aspecto necesario del orden colonial. La prosperidad de Buenos Aires y la más modesta de los centros de comercio y transporte sobre la ruta peruana deriva básicamente de la participación (sin duda en situación subordinada) en los beneficios que ese orden otorgaba a los comercializadores –emisarios locales de la economía metropolitana– sobre los productores.

      He aquí sin duda una de las razones del recelo con que los sectores mercantiles enfrentarán la crisis revolucionaria; la denuncia del monopolio gaditano no sólo los encontraba reticentes por los vínculos de dependencia económica que con ese monopolio mantenían; la hegemonía mercantil de Cádiz no era sino un aspecto de un sistema de comercialización que incluía también la de Buenos Aires como metrópoli secundaria para un área que le era asegurada, más que por su gravitación propia, por decisiones políticas de la corona. El mayor negocio mercantil rioplatense –la exportación de productos de Castilla al Tucumán, a Cuyo, al Alto Perú, para ser vendidos a cambio de metálico– supone el mantenimiento del orden colonial; el negocio de exportación de cueros y tasajo puede ser un complemento interesante del anterior, pero como alternativa se presenta ruinoso.

      La exportación de metálico altoperuano se valúa en millones; la de productos de la ganadería litoral se ubica en el nivel de $ 1.000.000 anuales; cuando abandonamos estos dos núcleos dominantes de la economía virreinal y pasamos a sus subordinados, encontramos niveles mucho más modestos.

      Como exportadora, sus relaciones son más complejas: el rubro principal es la carretería, con $ 70.000; su destino es sobre todo el Litoral. En segundo lugar hallamos el ganado en pie, valuado en $ 53.000, y destinado al Alto y Bajo Perú. En tercer término se cuentan las suelas y cueros curtidos, por valor de $ 30.000, que encuentran consumidores en el Litoral y Córdoba. Más dispersa es el área de consumo del arroz ($ 17.000), productos de carpintería ($ 9000) y talabartería ($ 3000). Pero también aquí los rubros principales se orientan hacia las zonas económicamente hegemónicas: Buenos Aires y el Alto Perú. Volcado a las zonas más prósperas, el comercio tucumano se vincula también con los sectores socialmente dominantes; es la satisfacción de sus necesidades de consumo la que cubre la mayor parte de las importaciones; basta comparar en este punto los $ 90.000 de importación de Castilla con los $ 6000 de textil ordinario (algodón en rama de Catamarca por $ 4000, tucuyos de Cochabamba por $ 2000) para advertir hasta qué punto gravitan en la importación los consumos de lujo…

      San Juan no podría ostentar el mismo superávit comercial que Tucumán; las dificultades para con el mercado de su principal producción no son el único elemento negativo; otro no menos importante lo constituye la necesidad de importar las cosas más esenciales. San Juan está entonces menos ligado al comercio de Castilla; sus escasos recursos debe dedicarlos a cosas más esenciales. Con Buenos Aires tiene un giro anual de $ 15.000-20.000; estos no sólo cubren sus consumos ultramarinos, sino también los de yerba mate y esclavos. El resto de la importación es sobre todo de ganados: mulas y burros para las trajinerías, caballos, vacunos para abasto… Y aun productos de manufactura local para consumo de los pobres: ponchillos, picotes, cordobanes de Córdoba. San Juan es entonces un ejemplo extremo de área marginada de las grandes corrientes comerciales locales, de sus dificultades crecientes para insertarse en una estructura mercantil apoyada en la violenta desigualdad de potencial económico y organizada para perpetuarla. La solución para sus problemas se encontraría en una disminución de los costos de transporte y comercialización: es la que busca José Godoy Oro, el diputado del consulado y autor del admirable informe de 1806, a través de las reformas que propone. Pero esa solución es inalcanzable dentro del orden colonial (también lo será, por razones apenas diferentes, en el marco posrevolucionario).

      Es inalcanzable porque el orden colonial se identifica con la rigurosa separación entre un sector mínimo incorporado a una economía de ámbito amplio, y sectores más vastos cuya vida económica se inserta en circuitos más reducidos: entre los unos y los otros el arbitraje está en manos de quienes dominan los procesos de comercialización y los utilizan para mantener esa estructura diferenciada, que les asegura una parte excepcionalmente alta de los lucros.

      Los años de dislocación del comercio mundial no inauguran entonces

Скачать книгу