La traición en la historia de España. Bruno Padín Portela
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Para Menéndez Pidal estas acusaciones de Dozy y Masdeu no tenían fundamento, porque cualquier «caballero desterrado se iba a tierra de moros; se puede decir que casi no tenía otro medio de vida». Por otro lado, ejemplos como el de Alfonso VI, que había sido destronado y expatriado, junto con el de su hermano García de Galicia, teniendo que irse con sus mesnadas a servir a los reyes de taifas de Toledo y de Sevilla, servían de precedentes. Además, si el Cid padecía una suerte similar a la de su señor, nadie mejor que él para comprender que no le quedaba otra alternativa que partir hacia tierras musulmanas. Lejos de ser un agravio o una traición, Pidal creía que la intervención del Campeador en las guerras de los musulmanes no era exclusivamente un medio de vida, sino «un desgaste y debilitación del enemigo y una extensión de la influencia cristiana»[112]. Esto provoca, según el filólogo español, que el Cid de Dozy vaya por un lado, mientras el Cid real ande por otro.
El caso de Masdeu no fue único entre la historiografía española. Modesto Lafuente, en el «Juicio crítico del Cid Campeador», no describía una imagen mucho mejor en este sentido, aunque ello no quiere decir que el palentino negase que «Castilla iba á verse bien pronto privada del robusto brazo del mas ilustre de sus guerreros» o «el valor, la serenidad, la astucia y la política»[113]. Se le censuraba principalmente sus alianzas con los musulmanes, a las que Lafuente se refería así:
Duélenos tambien sobremanera que el brioso capitan, el batallador invicto, el campeador insigne, el que humilló é hizo tributarios tantos reyes mahometanos, el que venció á tantos poderosos príncipes, hiciera alianzas con los sarracenos contra los monarcas cristianos; que amigo y confederado del emir de Zaragoza, combatiera y aprisionára al conde barcelonés, que sirviendo á los Beni-Hud enrojeciera con sangre cristiana los campos de Aragon é hiciera á las madres catalanas llorar á sus hijos cautivos con mengua de la caballería y menoscabo de la cristiandad[114].
Altamira ofrece también la nota discordante del discurso al relatar que, una vez el Cid es expulsado de su patria con la pena del primer destierro y «rodeado de su no muy numerosa tropa, busca riquezas y honores cerca de otros reyes, á cambio de ayudarles con su espada». Prosigue Altamira manifestando que «al cabo, como muchos nobles castellanos y leoneses habían hecho antes que él, se pone al servicio del reyezuelo musulmán de Zaragoza, Almoctadir»[115]. Las palabras de Altamira se volvieron más gruesas al tratar el tema del gobierno valenciano del Campeador, donde, según el historiador alicantino, el caballero castellano «fué duro para los vencidos y no siempre correcto y noble en los procedimientos», juicio que rompía con lo que tradicionalmente se había venido aceptando en relación con el carácter de Rodrigo Díaz. Lejos de quedarse ahí, Altamira persiste: «En esto el Cid (…) conformaba con el carácter general de los nobles guerrilleros, ambiciosos, de poco escrúpulo en las relaciones sociales, deseosos de riquezas y de poder, y que lo mismo guerreaban contra musulmanes que contra cristianos»[116]. El perfil cidiano de Altamira responde perfectamente en este punto al paradigma de mercenario, pero tampoco le asigna una especial atención por considerarlo un hecho excepcional; al contrario, lo asume como una actitud usual de la segunda mitad del siglo XI. En cambio, Altamira no entra, a pesar de esbozar una imagen similar a la del Cid de Dozy o Masdeu, dentro de la nómina de historiadores injuriosos y poco patrióticos de Menéndez Pidal.
David Wasserstein definió al Cid, en la línea que lo habían hecho Masdeu, Dozy y Altamira, como el paradigma de mercenario cristiano. Su comportamiento, de acuerdo con este autor, respondería, aunque visto en muchas ocasiones desde la perspectiva de un ideal de héroe de la Reconquista, al prototipo de señor de la guerra en el periodo de taifas[117]. En contra de lo que defendía Menéndez Pidal, Wasserstein interpretó la conducta del Campeador no tanto como un cristiano que pretendía desgastar a los musulmanes, sino más bien como un guerrero que con sus métodos logró conseguir el éxito personal, ya que no hizo intento alguno de incorporar, por ejemplo, la ciudad de Valencia al territorio de Alfonso VI. F. J. Peña sostuvo que el Cid supuso una excepción por su capacidad para adaptarse a los postulados básicos de ambas culturas, donde supo desenvolverse con soltura al margen de cualquier pronunciamiento radical sobre la supuesta superioridad moral de cualquiera de ellas, lo que le valió el apelativo de personaje transfronterizo[118]. Así, los objetivos de Rodrigo Díaz, más cercano a la ambición personal y material, se deberían apartar del lugar común con el que frecuentemente se le asoció, la Reconquista.
Otra cuestión que contribuyó a engrandecer la figura del Cid es que siempre se negó a guerrear contra Alfonso VI. Así lo atestiguaba el padre Mariana, quien explicaba que ante cualquier invitación a ir contra territorios de su señor o a entrar directamente en contienda, el Cid se excusaba «con que estaua debaxo del amparo del rey don Alonso su señor; y le seria mal contado si combatiesse aquella ciudad sin su licencia, o le hiziesse qualquier desaguisado»[119]. Lafuente remite un pretexto similar para no blandir la Tizona contra Berenguer: «El Cid, el cual no quiso atacarlos por consideracion al parentesco que unía a Berenguer de Barcelona con Alfonso de Castilla, su soberano»[120]; mientras que Morayta alude a que «el Cid, agradecido á las atenciones y regalos que le hizo Cadir, dice al emir de Zaragoza que siendo Cadir aliado de Alfonso VI, y él, como castellano súbdito suyo, hacer la guerra á Cadir era hacérsela á su propio señor», por lo que «no quiso combatirlos, por ser su conde pariente de Alfonso VI»[121]. Colmeiro hace lo propio y justifica la estoica actuación del Campeador. Según el académico, el Cid combatió con los musulmanes, pero no en contra de su señor; en otras palabras, lo que Rodrigo Díaz perseguía era guerrear «con los Moros en su servicio como fiel vasallo, para hacerle señor de toda la tierra que conquistase» y solo «la lealtad debida á D. Alonso VI, de quien siempre se tuvo por vasallo, pudo impedirle ceñir á sus sienes una corona y fundar una dinastia sobre las ruinas del islamismo en la España oriental»[122].
Estas acciones fueron entendidas por la historiografía española como una muestra de nobleza y, a la vez, un deseo del Campeador de volver con Alfonso VI[123]. El objetivo era eliminar el apelativo de «mercenario», tal como había sucedido con el de «traidor». Menéndez Pidal, firme defensor del Cid, subrayó que esta cualidad era reveladora porque la legislación medieval amparaba al caballero, es decir, le reconocía el derecho de hacer la guerra contra quien quisiera, incluido su antiguo señor. En este asunto Menéndez Pidal se dejó llevar por esa dualidad que consistía en ver al Cid con la exaltación acostumbrada en toda su obra y a Alfonso VI, por el contrario, con un perfil más bien bajo y manipulable. Se trata de una contraposición entre el héroe y el antihéroe, donde el caudillo tiene una categoría moral superior a la del monarca. Menéndez Pidal pone el ejemplo, basándose en el Poema, de que el Cid ni siquiera se dirigía a Sevilla, Badajoz, Toledo o Granada por temor a tropezarse con el rey que le desterraba[124]. El maestro español, con el propósito de que no se pensase que el caso del Campeador fue único, trae a colación el del conde Gonzalo de Asturias, quien, desterrado por Alfonso VII, parte