El Santuario de la Tierra. Sixto Paz Wells
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La tribu de los machiguengas es una mezcla entre los indígenas locales y las huestes incas que colonizaron la zona. «Machu» significa antiguo, y «guenga» inca; esto quiere decir que esta tribu se consideraba descendiente de los incas antiguos que fueron allí más de setenta años antes.
Una vez en el poblado de los machiguengas, Choque y los suyos finalizaron el largo ayuno, compartiendo con ellos el masato o licor de yuca o mandioca hervida y fermentada. Comieron hasta saciarse la antisara, que es el choclo o maíz selvático, plátanos, yucas y peces de río asados sobre las brasas.
Tras dos días de descanso reparador, continuaron camino escoltados por los guerreros indígenas locales, llegando al muro de los símbolos de Pusharo.
El muro de Pusharo es una gigantesca roca de piedra caliza situada al lado del río, cubierta por arriba y por el lado derecho de vegetación. Tiene unos treinta metros de largo por unos ocho de altura. Su cara visible es plana y vertical. En ella se han grabado alrededor de un centenar de petroglifos en forma de círculos, espirales, líneas quebradas y rostros dentro de corazones, a manera de gigantesco mapa. El muro se encuentra a unos setecientos metros de la entrada del cañón del Mecanto.
Los amautas interpretaron los símbolos grabados allí que tenían miles de años. Ellos les hablaron de la ruta al Paiquinquin y de la necesaria interacción con la Pacha Mama o Madre Tierra. Les dijeron que aquel lugar había sido escogido por los piscoruna y los dioses del cielo para que desde allí pudieran recorrer el mundo, encontrando las respuestas y la solución de los problemas de esa parte del Universo.
Fascinado con los petroglifos, el príncipe inca preguntó:
–¿Por qué están ahí grabados en el muro tantos rostros dentro de corazones, maestros míos? Estos rostros-corazón recuerdo que estaban como en espiral en el gran disco de oro del Coricancha. ¿Pero por qué están aquí también?
–¡Porque es lo que estaba buscando su abuelo señor, tanto en el Oeste16 como en el Este17! –dijo el anciano amauta.
–¡Él buscaba respuestas a las preguntas existenciales! Nuestro soberano, como todos, quería saber quiénes somos y por qué estamos aquí. En esos viajes aprendió que lo que salvaría a los hombres de sí mismos es llegar a transformarse en el rostro vivo del amor. Y es que el amor es la fuerza propia de la divinidad, que debe ser despertada en el corazón de cada hombre para sobrevivir como especie y cuidar de las demás especies.
»Túpac Inca Yupanqui persiguió sueños que lo llevaron a navegar hasta Ninachumbi en el mar y a peregrinar a Paiquinquin en estas selvas. Él soñaba con esos rostros-corazón grabados en las piedras. Y cuando los fue encontrando supo que iba bien encaminado y que todo lo llevaría hacia los Paco-Pacuris o guardianes antiguos que se mencionaban en las leyendas ancestrales.
A un lado del muro estaba la entrada del Pongo del Mecanto o Puerta del Cañón que llevaba a las fuentes del Siskibenia, por lo que los sacerdotes recomendaron un nuevo día de ayuno y oración para pedir permiso a la Pacha Mama para atravesarlo. Después de esto, el grupo se encaminó por el cañón cruzando innumerables veces los ríos y, al cabo de dos días y medio de sofocada caminata por la abrupta e intrincada selva, llegaron a las faldas de una meseta montañosa que simulaba un rostro gigantesco mirando al cielo. A la distancia se veía que por un costado caía una alta catarata. De allí tuvieron que subir por una ligera pendiente hasta un gran portal de piedra trabajado al estilo cuzqueño. Más adelante, entre los árboles asomaban los andenes que se multiplicaban con los pata chacra o sembrados en terraza. Entre dos colinas se extendía una laguna artificial construida para el aprovisionamiento de agua. Bordeándola, y siguiendo un camino finamente empedrado, llegaron hasta otro pórtico donde fueron recibidos por un pequeño cortejo de hombres vestidos de blanco, a la usanza de los sacerdotes incas, solo que con cabellos largos y sueltos. Era otra comitiva de recepción conformada por los maestros iniciados por la gente de la montaña, que sabía del viaje secreto del príncipe.
Después de hacer una reverencia al hijo de Huayna Capac, le pidieron que los siguiera a un lugar que parecía ser el punto más profundo de un pequeño valle cerrado. Allí en la parte más baja, vieron una plaza circular rodeada de edificios y casas en terrazas. Entonces una entusiasmada muchedumbre se incorporó a la recepción, celebrando la llegada de los recién llegados. Minutos después se hizo silencio y la gente se retiró un poco, mientras que los sacerdotes tomaban el control de la situación y llamaban al orden tocando sus pututos o trompetas hechas de caracolas marinas. Entonces se procedió a dar la bienvenida oficial al heredero de la Quispehuasi o «Casa de Salvación». Unas mujeres se acercaron cargando recipientes con agua para que el príncipe se lavase; otras le ofrecieron una cumbi o túnica nueva y limpia, y lo vistieron y acicalaron para la ocasión. Mientras tanto, unos jóvenes y un chaupiroco, anciano como de setenta años, entonaban los harauis o cantares de gesta de trasfondo espiritual.
En un extremo de la plaza, sobre un promontorio fue colocado el cápac usnoo o trono real, alrededor del cual empezaron a situarse los willaq o sacerdotes, ataviados con sus umupachas o vestidos sacerdotales. Choque Auqui debía acercarse a recibir la Cápac unancha mascaipacha uayoc tica, la insignia real, o borla imperial que florece y fructifica, y que era la corona que lo reconocía como nuevo Sapan Inca. Así, los sacerdotes ciñeron la corona de los masca en su cabeza, dándole el nombre de Inca Choque Cápac. Él se agachó y besó la tierra bajo sus pies agradeciendo a la naturaleza que lo cobijaba. Cuando se incorporó de nuevo, alzó sus brazos hacia el Sol y dio gracias comprometiéndose a recuperar el conocimiento perdido y la verdadera orientación espiritual como fue en un principio. Acto seguido, un sacerdote descubrió el aquilla o vaso ceremonial del templo, para que bebiese la akja o especie de cerveza de maíz de bajo contenido en alcohol, también llamada chicha.
Una parte importante de la ceremonia era ceñir la corona a la reina. Esta sería en primera instancia una hermana de sangre del recién nombrado Inca; al no ser esto posible, se acercó el Intic huarmain camayoc u oficial de las mujeres del Sol, e invitó con gran respeto y solemnidad al monarca a que escogiese de entre todas ellas a la que sería su compañera. Este oficial había acompañado a la caravana velando, durante toda la ruta, por la integridad de las vírgenes del Acllahuasi.
Abochornado por la situación, el joven Inca solo atinó a decir que consideraba a todas las jóvenes presentes Allin Sumac Supascona, que significa que todas eran buenas y hermosas doncellas. Luego trató de localizar con la mirada a una a la que desde hacía varios días había estado observando. Desde el primer momento le llamó la atención, no solo su belleza, sino también su inteligencia y bondad para con los demás, pues siempre estaba atendiendo con diligencia a los más débiles. Era alta y delgada, con un largo pelo suelto color azabache. Al invitarla a acercarse, una ráfaga de aire agitó su atractivo cabello, por lo cual él la llamó Yahuaira (viento). La alegría general fue enorme y llovieron las felicitaciones sobre la doncella, que se sintió muy emocionada y halagada, celebrándose de inmediato el matrimonio de la pareja real.
Por la tarde, el Inca, acompañado de Mama Yahuaira, decidió reunirse con el Consejo de los Ancianos Sabios para aclarar ideas en relación a su destino y misión de Paiquinquin Qosqo, la ciudad «donde se es uno mismo», y en donde habitarían desde entonces.
Al día siguiente, muy temprano, el Inca promovió un nuevo encuentro e invocó y llamó al Camachico, que es la asamblea de todos los hombres y mujeres mayores de edad, para escuchar su sentir y para que guiaran con su consejo las acciones del que es «mayor entre todos». Con esta actitud, el Inca Choque Cápac iniciaría una nueva era en la historia de los gobernantes del incario. Asimismo ordenó que el yachachic runa, preceptor