Historia de la Revolución Rusa Tomo II. Leon Trotsky

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Historia de la Revolución Rusa Tomo II - Leon Trotsky страница 30

Автор:
Серия:
Издательство:
Historia de la Revolución Rusa Tomo II - Leon  Trotsky

Скачать книгу

la particularidad de que el dinero empleado en ambos casos en comprar a la «chusma» hubiera sido de origen berlinés. La analogía existente en el modo de obrar de los revolucionarios de los siglos XX y XVIII sería asombrosa si no se viera superada por la coincidencia, todavía más asombrosa, en la calumnia, por parte de sus enemigos. Pero no hay necesidad de limitarse a los jacobinos. La historia de todas las revoluciones y guerras civiles atestigua invariablemente que la clase amenazada o depuesta se inclinaba a buscar la causa de sus desventuras, no en ella misma, sino en los agentes y emisarios extranjeros. No sólo Miliukov, en calidad de sabio historiador, sino el mismo Kerenski, como lector superficial, no pueden dejar de ignorar esto. En cuanto políticos, sin embargo, se convierten en víctimas de su propia función contrarrevolucionaria.

      A pesar de esto, las teorías relativas al papel revolucionario de los agentes extranjeros, lo mismo que todos los extravíos colectivos típicos, tienen una base histórica indirecta. Consciente e inconscientemente, cada pueblo, en los períodos críticos de su existencia, se apropia audaz y ampliamente los tesoros de los demás pueblos. Además, a menudo desempeñan un papel dirigente en el movimiento progresivo hombres que viven en el extranjero o emigrantes que regresan a su país. Por esta razón, las nuevas ideas e instituciones aparecen a los sectores conservadores, ante todo, como productos exóticos, extranjeros. La aldea contra la ciudad, los pueblecillos contra las capitales, el pequeñoburgués contra el obrero, se defienden, en calidad de fuerzas nacionales, contra las influencias extranjeras. El movimiento de los bolcheviques era presentado por Miliukov como «alemán», en definitiva, obedeciendo a los mismos motivos por los que durante siglos consideraba el campesino ruso como alemán a toda persona vestida como en las ciudades. La diferencia consiste únicamente en que el campesino procede de buena fe.

      En 1918 y, por tanto, con posterioridad a la Revolución de Octubre, la oficina de prensa del gobierno norteamericano dio solemnemente a la publicidad una colección de documentos sobre las relaciones de los bolcheviques con los alemanes. Muchas personas ilustradas y perspicaces concedieron crédito a esa grosera falsificación, que no resistía a la más leve crítica, hasta que se descubrió que los originales de los documentos, que, según se decía, proceden de distintos países, estaban escritos en una misma máquina. Los falsarios no se mostraban muy escrupulosos para con los consumidores de sus documentos: por lo visto, estaban persuadidos de que la necesidad política de poner al desnudo a los bolcheviques ahogaría la voz de la crítica. Y no se equivocaban, pues por los documentos se les pagó bien. Sin embargo, el gobierno norteamericano, al que separaba de la arena de la lucha el océano, sentía solamente un interés secundario por el asunto.

      Pero, sea como sea, ¿por qué aparece tan indigente y uniforme la calumnia política? Porque la psicología social es económica y conservadora. No hace más esfuerzos de los que necesita para sus fines, prefiere tomar prestado lo viejo cuando no se ve obligada a construir algo nuevo y aun, en este último caso, combina los elementos de lo viejo. Las nuevas religiones no han creado nunca una mitología propia, sino que se han limitado a transformar las supersticiones del pasado. De la misma manera se han creado los sistemas filosóficos, las doctrinas del Derecho y de la moral. Los hombres, aun los criminales, se desarrollan de un modo tan armónico como la sociedad que los educa. La fantasía audaz convive dentro de un mismo cráneo con la tendencia servil a las fórmulas hechas. Las audacias más insolentes se concilian con los prejuicios más groseros. Shakespeare alimentaba su obra creadora con argumentos que habían llegado hasta él desde la profundidad de los siglos. Pascal demostraba la existencia de Dios con ayuda del cálculo de probabilidades. Newton describió las leyes de la gravedad y creía en el Apocalipsis. Desde que Marconi instaló la telefonía sin hilos en la residencia del Papa, el representante de Cristo difunde por medio de la radio la bendición mística. En tiempos normales, estas contradicciones no salen del estado latente. Pero durante las catástrofes adquieren una fuerza explosiva. Cuando se trata de una amenaza a los intereses materiales, las clases ilustradas ponen en movimiento todos los prejuicios y extravíos que la Humanidad arrastra en pos de sí. ¿Se puede ser muy exigente con los dueños derribados de la antigua Rusia por haber elaborado la mitología de su caída mediante lo que, poco escrupulosamente, habían tomado prestado a las clases derribadas anteriormente? Hay que reconocer, sin embargo, que el hecho de que Kerenski, muchos años después de los acontecimientos, resucite en sus Memorias la versión de Yermolenko, parece, en todo caso, superfluo.

      La calumnia de los años de guerra y revolución, ya lo hemos dicho, asombra por su monotonía. Sin embargo, hay una diferencia. De la cantidad acumulada se obtiene una nueva calidad. La lucha de los demás partidos entre sí parecía casi una disputa de familia en comparación con su campaña común contra los bolcheviques. En las reyertas entre sí parecía como si se entrenaran únicamente para otra lucha, de carácter decisivo. Aun al lanzarse mutuamente la acusación de estar en contacto con los alemanes, nunca llevaban las cosas hasta las últimas consecuencias. Julio nos ofrece otro espectáculo. En su ataque contra los bolcheviques, todas las fuerzas dominantes: gobierno, justicia, contraespionaje, Estados Mayores, funcionarios, municipios, partidos de la mayoría soviética, su prensa, sus oradores, constituyen un todo único y grandioso. Las mismas divergencias entre ellos, al igual que la diversidad de instrumentos en una orquesta, no hacen más que aumentar el efecto general. La invención absurda de dos sujetos despreciables se convierte en un factor de importancia histórica. La calumnia se despeña como el Niágara. Si se toma en consideración la situación de entonces —la guerra y la revolución— y el carácter de los acusados, caudillos revolucionarios de millones de hombres que conducían a su partido al poder, puede decirse sin exageración que julio de 1917 fue el mes de la mayor calumnia que ha conocido la historia del mundo.

      Capítulo XXVII

      La contrarrevolución levanta la cabeza

      En los dos primeros meses, bien que el poder perteneciera oficialmente al gobierno Guchkov-Miliukov, hallábase, en realidad, concentrado por entero en las manos de los soviets. En los dos meses siguientes, el Soviet se debilitó: parte de su influencia sobre las masas pasó a los bolcheviques, ni más ni menos que los ministros socialistas llevaron en sus carteras parte del poder al gobierno de coalición. Al iniciarse la preparación de la ofensiva, reforzóse automáticamente la importancia del mando, de los órganos del capital financiero y del partido kadete. Antes de verter la sangre de los soldados, el Comité Ejecutivo realizó una considerable transfusión de su misma sangre a las arterias de la burguesía. Entre bastidores, los hilos se concentraban en las manos de las embajadas y de los gobiernos de la Entente.

      En la conferencia interaliada que se había inaugurado en Londres, los amigos de Occidente se «olvidaron» de invitar al embajador ruso. Sólo cuando éste hizo que se acordasen de su existencia, se le llamó diez minutos antes de abrirse la sesión, con la particularidad de que resultó que en la mesa no había sitio para él, y tuvo que sentarse entre los representantes franceses. El escarnio de que era objeto el embajador del gobierno provisional y la significativa salida de los kadetes del Ministerio —ambos acontecimientos tuvieron lugar el 2 de julio— perseguían el mismo fin: acorralar a los conciliadores. La demostración armada que tuvo lugar inmediatamente después de esto, debía poner tanto más fuera de sí a los jefes soviéticos, cuanto que éstos, ante este doble golpe, fijaron toda su atención en un sentido completamente opuesto. Ya que no quedaba otro remedio que arrastrar la sangrienta carreta en alianza con la Entente, no cabía encontrar mejores intermediarios que los kadetes. Chaikovski, uno de los más viejos revolucionarios rusos, que se había convertido, durante los largos años de emigración, en un liberal británico moderado, decía en tono de mentor: «Para la guerra se necesita dinero, y los aliados no van a dárselo a los socialistas». A los conciliadores les avergonzaba emplear este argumento, pero comprendían todo el peso que tenía.

      La correlación de fuerzas se había modificado de un modo evidentemente desventajoso para el pueblo, pero nadie podía decir hasta qué punto. En todo caso, los apetitos de la burguesía habían aumentado mucho en medida más considerable que sus posibilidades. El choque era el resultado

Скачать книгу