Mentalidades matemáticas. Jo Boaler
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Los estudios de Carol Dweck y sus colegas revelaron que alrededor del 40 % de los niños tenían una mentalidad fija perjudicial; creían que la inteligencia es un don que se tiene o no se tiene. Otro 40 % de los alumnos tenían una mentalidad de crecimiento. El 20 % restante oscilaban entre las dos mentalidades (Dweck, 2006b). Es más probable que los estudiantes que tienen una mentalidad fija se rindan fácilmente, y que los que tienen una mentalidad de crecimiento sigan adelante incluso cuando el trabajo sea duro; optan por perseverar y mostrar lo que Angela Duckworth ha denominado «agallas» (Duckworth y Quinn, 2009). En un estudio, se hizo una encuesta a alumnos de séptimo grado (equivalente a primero de ESO) para medir su mentalidad, y luego los investigadores les hicieron un seguimiento durante dos años para monitorizar sus logros en el campo de las matemáticas. Los resultados fueron muy reveladores, ya que las calificaciones de los estudiantes que tenían una mentalidad fija se mantuvieron constantes, mientras que las de aquellos que tenían una mentalidad de crecimiento no pararon de mejorar (Blackwell et al., 2007) (ver la figura 1.1).
En otros estudios, los investigadores han demostrado que los escolares (y los adultos) pueden cambiar la mentalidad fija por la de crecimiento, y que cuando ocurre esto, pasan a enfocar el aprendizaje de forma significativamente más positiva y sus calificaciones mejoran sustancialmente (Blackwell et al., 2007). También tenemos nuevas pruebas, que reviso en el capítulo dos, de que los estudiantes que tienen una mentalidad de crecimiento dan muestras de una actividad cerebral más positiva cuando cometen errores; se les iluminan más regiones del cerebro y ponen más atención a los errores y la corrección de estos (Moser, Schroder, Heeter, Moran y Lee, 2011).
No necesitaba más pruebas para convencerme de lo importante que es ayudar a los estudiantes, y a los adultos, a desarrollar una mentalidad de crecimiento en relación con las matemáticas en particular, pero recientemente me encontré sentada con el equipo del Programa Internacional para la Evaluación de los Alumnos (PISA, por sus siglas en inglés) en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en París, explorando con ellos el increíble conjunto de datos de los que disponen, obtenidos de trece millones de estudiantes de todo el mundo. El equipo del PISA realiza pruebas internacionales cada cuatro años, y los resultados se notifican a los medios de comunicación de todo el mundo. Los resultados de estas pruebas a menudo hacen sonar las alarmas por todo Estados Unidos, y por una buena razón: en las últimas, Estados Unidos ocupaba el puesto 36, entre los sesenta y cinco países de la OCDE, en cuanto a rendimiento académico en el campo de las matemáticas (PISA, 2012), un resultado que habla, como muchos otros, de la increíble necesidad que hay de reformar la enseñanza y el aprendizaje de esta materia en este país (y en muchos otros). Pero el equipo del PISA no solo realiza pruebas de matemáticas; también encuesta a los estudiantes para obtener información sobre sus ideas y creencias relativas a las matemáticas y sobre su mentalidad. Me invitaron a trabajar con este equipo después de que algunos de sus miembros hicieron el curso en línea que había impartido el verano anterior. Uno de ellos fue Pablo Zoido, un español de voz suave que dedica pensamientos profundos al aprendizaje de las matemáticas y tiene una experiencia considerable en el trabajo con conjuntos de datos gigantescos. Pablo es analista del PISA, y cuando él y yo exploramos los datos, vimos algo asombroso: que los estudiantes que obtienen mejores calificaciones en todo el mundo son los que tienen una mentalidad de crecimiento, y superan a los otros alumnos por el equivalente a más de un año en el campo de las matemáticas (ver la figura 1.2).
El pensamiento dañino de la mentalidad fija, aquel en virtud del cual los estudiantes creen que son inteligentes o no lo son, está presente en todos los niveles de logros, y algunos de los alumnos más perjudicados por estas creencias son niñas que obtienen calificaciones altas (Dweck, 2006a). Resulta que incluso creer que eres inteligente, uno de los mensajes de la mentalidad fija, es perjudicial, ya que los estudiantes que albergan esta creencia están menos dispuestos a abordar tareas o temas más dificultosos, porque temen cometer errores y que dejen de considerarlos inteligentes. En cambio, los estudiantes que tienen una mentalidad de crecimiento asumen las tareas difíciles y estiman que los errores constituyen un desafío y una motivación para dar más de sí. La alta prevalencia de la mentalidad fija entre las niñas es uno de los motivos por los que se autoexcluyen de las materias STEM (ciencia, tecnología, matemáticas e ingeniería). Esto no solo reduce sus posibilidades en la vida, sino que también empobrece estas disciplinas, que necesitan el pensamiento y las perspectivas que aportan las niñas y las mujeres (Boaler, 2014a).
Una razón por la que tantos estudiantes tienen una mentalidad fija son los elogios que reciben por parte de los padres y los profesores. Cuando los estudiantes reciben un «elogio fijo» —por ejemplo, cuando se les dice que son inteligentes cuando hacen algo bien—, pueden sentirse bien al principio, pero cuando cometen errores más tarde (y a todos les ocurre), piensan que esto significa que no son tan inteligentes después de todo. En un estudio reciente, los investigadores descubrieron que los elogios que les dan los padres a sus hijos entre el momento del nacimiento y los tres años permite predecir cuál será su mentalidad cinco años después (Gunderson et al., 2013). Y el impacto de las alabanzas que reciben los alumnos puede ser tan fuerte que afecte a su comportamiento de forma inmediata. En uno de los estudios de Carol, los investigadores pidieron a cuatrocientos estudiantes de quinto de primaria que hiciesen una prueba fácil y poco extensa, en la que casi todos obtuvieron buenos resultados. A la mitad de los niños los alabaron por «ser realmente inteligentes», y a la otra mitad se los felicitó por «haber trabajado muy duro». A continuación se pidió a los niños que hicieran una segunda prueba; se les dio a elegir entre una que era bastante sencilla, con la que no tendrían problemas, u otra más difícil, en la que podrían cometer errores. El 90 % de los que habían recibido elogios por su esfuerzo eligieron la prueba más difícil; en cambio, la mayoría de los que habían sido alabados por ser inteligentes optaron por la prueba fácil (Mueller y Dweck, 1998).
Los elogios hacen sentir bien a quien los recibe, pero cuando se elogia a alguien por lo que es como persona («Eres muy inteligente») en lugar de por lo que ha hecho («Este trabajo es increíble»), lo que recibe es que el grado de su capacidad está establecido y es inamovible. Decirles a los alumnos que son inteligentes los predispone a tener problemas más adelante. A medida que van pasando por la escuela y la vida y van fallando en muchas tareas, lo cual es perfectamente natural, se van autoevaluando y van decidiendo qué indica sobre su inteligencia aquello con lo que se van encontrando. En lugar de elogiar a los estudiantes por ser inteligentes, o por cualquier otra cualidad personal, es mejor darles mensajes como «es genial que hayas aprendido esto» o «has pensado de una forma realmente profunda sobre esto».
Nuestros sistemas educativos se han visto impregnados por la idea tradicional de que algunos alumnos no están preparados, por razón de sus capacidades, para lidiar con las matemáticas a ciertos niveles. Sorprendentemente, un grupo