Géneros y psicomotricidad. Mara Lesbegueris

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Géneros y psicomotricidad - Mara Lesbegueris

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que los cambios y las transformaciones no se dan por evolución, sino la mayoría de las veces por saltos cualitativos, acontecimientos.

      ¿Serán las “emocionalidades afectadas” (Calméls) las que cobran centralidad en la práctica psicomotriz?

      Creo que la instancia relacional de las emociones es la que nos sigue convocando a las y los psicomotricistas, para sentir-nos en las maneras que tenemos de enunciarlas, colorearlas y habilitarlas –en nuestras conceptualizaciones y prácticas, como una instancia ética imprescindible– que nos permite posicionarnos junto a la otredad, para habilitar desde las infancias la construcción autónoma de las identidades corporales subjetivas/colectivas.

      Las alternativas desde donde buscamos promover el “bienestar corporal” no pueden desconocer los modos en que los contextos producen deshumanización a través de las emociones ligadas a la excitación, el estrés, el aislamiento, la agresión y el miedo.

      * Este texto se publicó en la revista Entrelíneas. Revista especializada en psicomotricidad, núm. 43, 2019.

      1. La subalternidad (Spivak, 2013) es una condición de subordinación, sea esta generada por clase, género, etnia, edad, discapacidad o cualquier otra forma de opresión “cuya identidad es la diferencia”. La autora explica que el sujeto subalterno es hablado por el discurso dominante y esto es lo que le quita posibilidad de pensar con autonomía crítica. Solo transgrediendo su lugar asignado es posible que el sujeto subalterno pueda ejercer su poder epistemológico. Sin embargo, es importante señalar que quizá desde determinadas posiciones no se entienda el lenguaje subalterno, pero esto no quiere decir que ellos no hablen. Mientras no se los escucha, de todas formas, ellos se expresan. Sin duda, desde antes de nacer un bebé es anticipado por el discurso parental-cultural como condición posible de subjetivación, pero esto no quiere decir que el bebé no cuente, en el proceso de corporización, con formas expresivas e identitarias de subjetivación propia, que le permiten interactuar con los otros desde su identidad en formación. La crítica feminista y la poscolonial confluyen en la percepción de una analogía entre la posición subalternada de la mujer y de cualquier otro grupo colonizado/subalternizado.

      2. Los autores trabajados fueron Charles Darwin, René Spitz, Lev Vygotski, António Damásio, Baruch Spinoza, Tran-Thong, y cerramos con Henri Wallon, teórico de referencia y de enorme vigencia cuando se trata de pensar las relaciones recíprocas del tono muscular y la emoción. La perspectiva walloniana de la emoción señala que esta tiene una raíz biológica, pero que se constituye gracias al intercambio social.

      3. Concepto elaborado por Gilles Deleuze y Félix Guattari (1997) a partir de la reelaboración conceptual del término “biopolítica” de Michel Foucault (1976b).

      4. El término “pueblo originario”, según Silvia Rivera Cusicanqui (2014: 60), “afirma y reconoce, pero a la vez invisibiliza y excluye a la gran mayoría de la población aymara o qhitchwahablante del subtrópico”. Según esta autora, se trata de “un término apropiado a la estrategia de desconocer a las poblaciones indígenas en su condición de mayoría, y de negar su potencial vocación hegemónica y capacidad de efecto estatal”.

      5. Cabe destacar que, para las neurociencias, las emociones no se ubican solo a nivel subcortical. La información emocional se procesa en dos vías neurocognitivas diferentes, aunque interrelacionadas entre sí. En la vía implícita o mecanismo amigdalino la información va directamente desde el tálamo hasta la amígdala (sin pasar por la corteza cerebral). En la vía explícita o mecanismo hipocámpico la información sigue el camino cortical; va desde los centros de relevo hasta la corteza occipital y parietal (información visoespacial), a zonas temporales (información verbal) y parietales (información somática), teniendo al hipocampo, en el sistema límbico, como integrador del recuerdo (Burín, 2002: 26).

      6. Para más información, véanse las reflexiones de Eduardo Viveiros de Castro (2013).

      7. “En ese sentido, el feminismo decolonial es una apuesta que desestructura el supuesto sujeto del feminismo hegemónico institucionalizado y esencialista, al complejizar y situar una práctica política no solo basada en el género, sino también en la raza, la sexualidad, la clase, la geopolítica, etc., siempre situando las opresiones en una historia crítica que permita entender cómo estas se construyeron de forma imbricada desde las experiencias coloniales” (Curiel, en Curiel y Galindo, 2015: 22).

      8. Pienso aquí en los espacios de formación corporal, en la relajación o en los momentos de “puesta en común” donde algunas y algunos estudiantes “lloran” o se emocionan al recordar parte de su historia corporal, o quienes tratan de contener el llanto, de no mostrarse llorando (los varones tal vez asumen más esta modalidad), o incluso reconociéndolo como instancia familiar y poco controlable: “Ya sabía que si empezaba a hablar me iba a inundar el llanto”, manifestaba en una ocasión una estudiante angustiada. Las discusiones entre lo íntimo/privado en estos espacios considerados formativos y la pregunta sobre las posibilidades terapéuticas o transformativas siguen siempre abiertas en los espacios de supervisión. Si bien en lo personal no adhiero a la idea de promover instancias que busquen provocar o sugerir emociones, me pregunto si el imaginario psicomotor en torno a la búsqueda del “equilibrio”, de la “armonía”, de “estar en eje”, del contactar con “el interior” no perdura como creencia significativa en estos dispositivos, y si la sacralidad en torno a ciertos conceptos como el “eje del cuerpo” (estar en para ir hacia), o la idea freudiana de la pulsión energética del movimiento, la “fluctuación tónica” o la sensibilidad no portan un plus por fuera del cuerpo como locus de enunciación. Sería conveniente que ciertos conceptos “sacralizados” puedan ser reconocidos con sus efectos y regímenes de producción de verdad.

      9. El movimiento feminista de la década de 1970 ha puesto en visibilidad la constante explotación que supone el trabajo reproductivo no remunerado de las mujeres, cimiento de la estructura económica y social capitalista. La revuelta hacia este tipo de trabajo y la salida al mundo de la producción no han terminado de resolver la devaluación existente de la posición social de las mujeres (Federici, 2018b).

      10. Sabemos que, para el patriarcado y el capitalismo, el colectivo trans atenta contra las lógicas tradicionales de la familia nuclear y la reproducción biológica de la especie; lo otro –“ambiguo”, “liminal”– es considerado peligroso, pasible de ser expulsado, abyectado.

      11. El modelo evolucionista entra en crisis ante la imposibilidad de explicar las dinámicas de las transformaciones, lo que supone dejar de seguir pensando la historia de un modo lineal. Por el contrario, supone poder concebirla como un proceso de tipo “multilineal”, cuya estructura es dialógica. Entre el período de entreguerras las escuelas antropológicas comienzan a utilizar el término “diversidad” en reemplazo del de “diferencia”. La teoría funcionalista de Bronislaw Malinowsky y la teoría estructuralista de Claude Lévi-Strauss son decisivas para pensar de otro modo la “otredad”. La relación naturaleza-cultura, desde el estructuralismo,

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