Géneros y psicomotricidad. Mara Lesbegueris
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Este texto fue escrito para el cierre del seminario del Grupo de Estudio Ornitorrinco en 2018, un grupo de estudio que coordinamos, desde hace más de nueve años, junto con mi compañero –el poeta, escritor y psicomotricista Daniel Calméls–, en el encuentro con colegas, amigas y amigos. Durante 2018 nuestro tema de estudio fue la emoción. Releímos y nos encontramos con textos y autores clásicos2 tratando de aproximarnos a sus líneas argumentales, desde la especificidad disciplinar y el contexto de producción de cada escrito, siendo conscientes de no haber abarcado el tema en su totalidad.
El objetivo en particular de este texto no será transmitirles la síntesis de lo estudiado, sino intentar leer entre líneas la dimensión del poder, esas marcas discursivas que se expresan de manera subterránea en los discursos y las perspectivas teóricas desde las cuales se estudia en este caso la emoción (incluida, por supuesto, la psicomotricidad). Me refiero al poder en el sentido que Foucault lo utiliza, en cuanto regla, prohibición, ley, pero también como potencia: lo que impulsa no solo a hacer sino a interactuar.
¿Cómo se ejerce el poder desde los discursos hacia los cuerpos y sus emocionalidades?
¿Cómo nominan, aprecian, describen, juzgan los diversos discursos las emociones?
¿Cómo se constituye la emoción como objeto de discurso?
¿Cómo percibir la micropolítica3 de las emociones? ¿Será posible revisar lo que decimos y reproducimos desde nuestras teorías y prácticas en psicomotricidad?
El tono con el que leemos las emociones
El conocimiento nunca es neutral, sino inherente a una ideología y a un contexto sociohistórico de producción. Todo saber/poder produce verdades culturales; algunas llegan a materializarse en prácticas y otras no: en cuanto son capaces de producir la realidad que enuncian, cobran una dimensión performativa, es decir, crean a partir de lo que dicen la realidad que enuncian.
Uno de los desafíos de los feminismos ha sido justamente cuestionar los “metarrelatos” de lo “universal” y “trascendente”, que funcionan como garantes de la ficción de un “saber verdadero y puro”. Sobre esa máscara de imparcialidad, está la visión hegemónica occidental y masculinizada que, junto a sus censuras, prejuicios y estereotipos opera en la universalización del sentido.
Desde estas concepciones se producen las categorizaciones que designan los criterios de identificación/diferencia, pertenencia/exclusión, prestigio/disvalor, capacidad/discapacidad.
¿Qué emocionalidades crea el colonialismo?
Pareciera que la emoción continúa presente en nuestro imaginario, junto a los impulsos y la irracionalidad del “pensamiento salvaje”. La portan las indias y los indios, las niñas y los niños, las mujeres, los trans, las personas pobres, negras, discapacitadas, los animales… De las diversas y complejas emociones, la estrategia colonizadora intenta domesticar en particular la ira: la pulsión agresiva, las “energías instintivas del ello”, la que fácilmente se desliza como desobediencia o falta de acatamiento.
Los pueblos originarios4 son derivados, desde un afán inclusivo, al “origen”, y así portan desde la mirada occidental un estatus residual que los confina a la etapa “infantil” de la humanidad. Del mismo modo, en función de la edad las infancias (y mucho más las que tienen una diversidad funcional o sexo-genérica) parecieran ser interpretadas por la “primitividad” de sus expresiones en cuanto requieren un tiempo para alcanzar una racionalización cerebral “más elevada” de la evolución de las funciones “superiores”5 del lenguaje, de las funciones yoicas y “superyoicas”, para poder “gobernar” las manifestaciones emocionales.
¿La sensibilidad griega tiene el mismo estatus que la amerindia? ¿Qué “pretensiones de verdad” portan los mitos-saberes griegos a diferencia de los mitos-creencias indígenas?
En la perspectiva amerindia6 los animales eran humanos y dejaron de serlo a partir de su evolución. Nuestra mitología pareciera haberse construido al revés: ¿algunos seres son más animales que otros? ¿Más culturizados? Conocemos muy bien la estrategia política civilizatoria, las “desapariciones” y los múltiples intentos por acallar la emocionalidad del rebelde, del desobediente, del transgresor…
Cabe destacar que los rasgos con que se elige representar al “indisciplinado” interesan no porque esas representaciones sean verdaderas o falsas, sino por la necesidad de instalar en el imaginario social esta idea, lo que equivaldría a reforzar su lugar de creencia (Oliven, 1999), cimiento de la tradición y construcción del “sentido común”.
¿La emoción se vive de igual modo en función de la clase, la raza, el género, la diversidad funcional?
Tanto la idea de raza como la de género fueron al mismo tiempo constructos coloniales para racializar y generizar a las sociedades sometidas. Según feministas africanas e indigenistas, antes del contacto con la colonización no existía en las sociedades yorubas ni en los pueblos indígenas de América del Norte un principio organizador parecido al del género en Occidente. Las mujeres tenían acceso igualitario al poder público y simbólico y sus economías se basaban en principios de reciprocidad. Asimismo, estas sociedades reconocían más de dos géneros y daban lugar a diversas expresiones de la sexualidad (Mendoza, 2010).
La emoción históricamente individualizada ha sido refinada y romantizada por la sensibilidad burguesa: el amor cortés, el amor maternal y la labor feminizada y reproductiva del mundo de los afectos.
Ochy Curiel (en Curiel y Galindo, 2015: 18) se pregunta si son mujeres las mujeres negras, pobres e indígenas de hoy, que aún siguen siendo producidas por la colonialidad: ¿en qué sentido lo son y en cuáles no? ¿Cuál es la relación entre patriarcado y colonialismo? Esta pregunta nos invita a comprender tanto el carácter estructural y sistémico de las opresiones como su vinculación de continuidad y discontinuidad con el pensamiento colonial.7
¿Cuáles son las manifestaciones de la neocolonialidad? ¿La domesticación tiene hoy rostro de femicidio, tráfico de mujeres pobres, turismo sexual, abuso sexual infantil?
¿Cómo se gestan las “diferencias” desde las emociones?
Si pensamos en el llanto de un bebé –como una de las emociones más originales de lo humano– y en sus modos de resolución tónica, podemos inferir que ahí ya comienza a organizarse una tonicidad diferenciada en función del género y de las representaciones, los símbolos y las acciones que se inscriben sobre ella.
El llanto no es solo una representación de un malestar. Presenta diferentes significaciones, de acuerdo con los motivos que lo provocan y las diferentes valoraciones y sentidos en función del género, la edad y el contexto social y epocal en el que se expresa. Por eso podemos decir que se trata de una acción social que se expresa en comunidad, pero que contiene aspectos tanto humanos como no humanos (ligados a la sacralidad, por ejemplo).
Los múltiples matices del llanto (llorar por alegría, por dolor, por tristeza, por ofensa, por injusticia, por bronca, pero también como acto de purificación, como un lujo, como sanación o como estado de gracia) se abren como posibilidad etnográfica cuando optamos por pensarlo desde las perspectivas nativas, relacionales y situadas8 (Viotti, 2017).
Sin embargo, muchos estereotipos comienzan operando desde una tendencia hegemónica generizada sobre la tonicidad y las emociones. El hecho de que las niñas sean más emotivas, más blanditas, más receptivas o más tranquilas que los niños varones no