Géneros y psicomotricidad. Mara Lesbegueris
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El capitalismo, de la mano del espectáculo y el consumo, renueva y crea nuevas lógicas de expulsiones: no hay lugar comercial para proyectar emociones hambrientas, vulnerables, contradictorias, dolorosas, envejecidas, deterioradas, carentes o defectuosas.14 Pero esas emociones “subterráneas” que no deben salir a la luz permanecen en nuestros cuerpos, tapadas, disfrazadas y/o naturalizadas, cuando no diagnosticadas y medicalizadas.
Las estrategias globales apuntan a oprimir las emociones sin poder sublevarnos, porque el opresor ya se ha descorporizado: se ha transformado en un sistema complejo y perverso que combina personas, redes, máquinas, sin un centro tangible y visible. ¿A quién reclamar? ¿Contra quién enojarnos?
Por otra parte, podemos preguntarnos si no existen psicomotricidades ligadas a ciertas “corporaciones”: esas que venden y consumen emocionalidades, solidarias con el neoliberalismo que promueve técnicas de autocontrol, fortalecimiento de la autoestima, métodos de autorregulación personal y desarrollo de las competencias emocionales.
Las emociones para el capitalismo se entrenan, se ejercitan, se controlan, se evalúan. Sin duda, estas propuestas apuntan no solo a regular sino a hacer responsable al individuo, niña, niño, familia de lo que siente y vive sin preguntarse por las causas, sus condiciones materiales, su historia afectiva y las maneras en que los cuerpos viven y expresan su relación afectiva con otros cuerpos.
Las técnicas “globales” de relajación que en muchas escuelas se intentan promover subtienden los siguientes propósitos:
Tranquilizar a los cuerpos.
Ablandar tensiones deseantes.
Anestesiar sensibilidades.
Restringir necesidades de movimientos.
Silenciar los gestos expresivos.
Controlar acciones y pasiones.
En cambio, desde la psicomotricidad y el mapeo corporal propuesto por Calméls, nos interesa pensarnos en dispositivos de trabajo que integren procesos de relajación-acción, en función de potenciar la producción de las corporeidades y sus libertades.
Nos sentimos cerca de las intranquilas y los intranquilos, quienes, aun encontrando la calma, pueden conservar su rebeldía deseante y creativa.
El cuerpo y el poder de las emociones
Sabemos que donde existe opresión también existen respuestas contrahegemónicas, que cuando el placer encuentra alianza con el poder se motorizan las manifestaciones del cuerpo. ¿Qué espacios de fuga y deriva creativa encuentra la emoción?
¿Cómo se entreteje la emoción y el poder de manera positiva?
Spinoza, Deleuze, Guattari, Calméls nos advierten que las potencias colectivas se tejen en un juego dominado por una determinación recíproca (plano de inmanencia), no reglado de antemano por una lógica simbólica, sino deseante o constituyente. Tejen comunidad.
Retomando la filosofía spinoziana, el afecto no es solo un sentimiento sino la potencia corporal que impulsa a actuar e interactuar. La “ética de la alegría” se corresponde con la posibilidad y la potencia que tiene ese afecto en cuanto expande nuestras capacidades y posibilidades de encuentro afectivo con otros, y por lo tanto tiene un carácter transformador de nuestra existencia.
Por ello, la “emoción afectada” (Calméls, 2019c) se potencia en espacios compartidos, cuando se encuentra entre cuerpos: jugando, pintando, cantando, bailando e incluso protestando. Puede devenir-ser revolucionaria cuando los cuerpos pulsionales se encuentran congregados, apropiándose de las calles y de las plazas. En la fiesta y el carnaval, en las marchas y luchas populares, en las asambleas barriales y en los grupos que se aúpan mutuamente para existir.
Pienso-siento la existencia esperanzadora, de una emoción que se manifiesta en comunidad. En la energética vitalidad del acuerpamiento. Viviéndola colectivamente como el lenguaje y producción de lo común. Latiendo con otros cuerpos que gritan, lloran, ríen… una emoción que se expresa en la reunión. Esa emoción no me pertenece solo a mí, ni solo depende de mí, sino que es por el otro que la reconozco y cobra existencia.
La emoción nos dignifica cuando no es un hecho aislado, una respuesta individual, sino cuando me emociono por y con el otro, cuando me emociono de otro emocionado. (Calméls, 2020: 48)
Reducir la emoción a lo visceral o pulsional-orgánico le quita vitalidad al concepto. Desde Darwin en adelante sabemos que las emociones son algo en común que tenemos con otras especies; sin embargo, en los seres humanos constituyen parte esencial de la vida relacional, pues mediatizan el juego social, la interacción: “La respuesta frente al hecho emocional convierte al gesto emotivo en una relación sentida” (Calméls, 2020: 48).
Nacemos con la capacidad de producir emociones, que tienen un sustrato tónico muscular (Wallon, 1965). Pero, señala Calméls (2020), no nacemos con afectos; estos se gestan en la relación, y por ello en la medida en que se viven a través de las diversas manifestaciones corporales se expresan como “emocionalidades afectadas”.
Cuando las emociones entran en la dimensión del afecto (Calméls, 2020) se expresan de forma plural y corporeizada. Tienen efecto en lo social y lo social les da sentido. Toman la voz, la actitud postural, el gesto, el rostro, la forma en que contactamos y temblamos.
El desafío es tratar de comprenderlas en sus propios términos expresivos, en su identidad histórica y cultural e incluso en su particular cosmología. La emoción de un bebé, desde sus propios códigos comunicacionales, sin pretender adultizarlos. La emoción de una familia, junto a sus propias configuraciones, sin moralizar sus manifestaciones. La emoción de un ritual, sin teatralizar o ridiculizar lo exótico.
Por ello es necesario advertir la necesidad de que sean enunciadas como emocionalidades “situadas” en una experiencia, en una edad, en una problemática corporal, en una familia, en un grupo, en una geografía, en una cultura. El peligro es leerlas siempre desde nuestros propios códigos y sistemas de creencias, creyéndonos “neutrales” de emocionalidad.
Sí, nuestra perspectiva profesional contiene creencias y racionalidades consensuadas y legitimadas por el propio colectivo. Es importante, por lo tanto, revisar la problemática del “poder” que se nos atribuye, no solo como condición transferencial necesaria para cualquier proceso terapéutico, sino en su dimensión política, porque el “especialismo” no es más que una emocionalidad opresiva frente al otro (muy distinto es ser un especialista que “habilita al otro para…”) (Calméls, 2001).
Por otro lado, considero que si las emociones se reducen a lo orgánico, los sentimientos parecieran ser una construcción de la psique. Sin embargo, podríamos pensar no solo en términos evolutivos o dicotómicos. Complejizar sus relaciones, valorando lo corporal15 como aquello que permite integrar las emociones y los sentimientos en un devenir culturalmente codificado, nombrado, que perdura en el tiempo. El placer o el displacer dejan marca afectiva no solo en el psiquismo sino en la memoria del cuerpo.
Tal vez, incluso, las emociones nos encuentren a nosotros mismos en esa “entre-indeterminación”