En palabras del Buddha. Bhikkhu Bodhi
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El texto I,3(1) explica los conflictos entre los laicos como algo que surge del apego a los placeres sensuales; los conflictos entre los ascetas, como algo que surge del apego a las ideas y opiniones. El texto I,3(2), un diálogo entre el Buddha y Sakka, el rey de los dioses –deidades prebuddhistas–, trata desde el odio y la enemistad a la envidia y la avaricia; a partir de ahí, el Buddha rastrea su origen hasta llegar a distorsiones fundamentales que afectan a la forma en que nuestras percepción y cognición procesan la información proporcionada por los sentidos. El texto I,3(3) ofrece otra versión de la famosa cadena de causalidad, que va de la sensación al deseo y del deseo, a través de otras condiciones, a «darle a uno por los garrotes y las armas» y otros tipos de comportamiento violento. El texto I,3(4) describe cómo las tres raíces del mal –la codicia, el odio y la ofuscación (ignorancia)– tienen terribles repercusiones sobre toda la sociedad, generando violencia, ansias de poder e imposición de sufrimiento injusto. Los cuatro textos dejan entrever que cualquier transformación significativa y duradera de la sociedad requiere de cambios relevantes en la fibra moral de los seres humanos individuales; en tanto la codicia, el odio y la ofuscación proliferen como determinantes de la conducta, las consecuencias serán necesaria y consistentemente perjudiciales.
La enseñanza del Buddha aborda un cuarto aspecto de la condición humana que, a diferencia de las tres que hemos examinado hasta ahora, no es inmediatamente perceptible para nosotros. Se trata de nuestra esclavitud al ciclo de renacimientos. De la selección de textos incluidos en la sección final de este capítulo, vemos que el Buddha enseña que nuestra vida individual no es más que una fase dentro de una serie de renacimientos que se han ido sucediendo en el tiempo sin un comienzo discernible. Esta serie de renacimientos se llama saṃsāra, una palabra pali que sugiere la idea de deambular sin rumbo. No importa cuánto podamos retrotraernos en el tiempo buscando un principio del universo, nunca encontraremos un momento inicial de creación. No importa cuánto podamos retrotraernos en el tiempo rastreando una determinada secuencia individual de vidas, nunca podremos llegar a un primer punto. Según los textos I,4(1) y I,4(2), incluso si tuviéramos que trazar la secuencia de nuestras madres y padres a través de los sistemas del mundo, sólo nos encontraríamos con aún más madres y padres remontándose a lejanos horizontes.
Es más, el proceso no sólo no tiene principio, sino que, potencialmente, tampoco tiene fin. En tanto la ignorancia y la codicia permanezcan intactos, el proceso continuará indefinidamente en el futuro sin final a la vista. Para el Buddha y el Buddhismo primigenio, ésta es por encima de todo la crisis determinante en el corazón de la condición humana: estamos atados a una cadena de renacimientos, y atados a ella nada más que por nuestras propias ignorancia y codicia. El vagar sin sentido en el saṃsāra tiene lugar ante un trasfondo cósmico de dimensiones inconcebiblemente grandes. El periodo de tiempo que el sistema de un mundo requiere para evolucionar, llegar a su fase de máxima expansión, contraerse y luego desintegrarse se denomina kappa (sánscrito: kalpa), un ciclo cósmico o eón. El texto I,4(3) ofrece un vívido símil para sugerir la duración de un ciclo cósmico; el texto I,4(4), otro símil elocuente para ilustrar el número incalculable de eones a lo largo de los cuales hemos vagado.
Al deambular y vagar de vida en vida, envueltos en la oscuridad, los seres caen una y otra vez en el abismo del nacimiento, el envejecimiento, la enfermedad y la muerte. Pero debido a que su avidez los empuja en una incesante búsqueda de disfrute, rara vez se detienen el tiempo suficiente como para dar un paso atrás y atender concienzudamente a su difícil situación existencial. Como afirma el texto I,4(5), en lugar de ello, lo único que hacen es seguir girando alrededor de los «cinco agregados» de la misma forma en que un perro atado con una correa podría correr alrededor de un poste o pilar. En la medida en que su ignorancia les impide reconocer la naturaleza dañina de su condición, no pueden ni siquiera apreciar las huellas de un camino hacia la liberación. La mayoría de los seres viven inmersos en el disfrute de los placeres sensuales. Otros, impulsados por la necesidad de poder, estatus y consideración, pasan sus vidas en vanos intentos de colmar una sed insaciable. Muchos, temerosos de la aniquilación en el momento de la muerte, construyen sistemas de creencias que atribuyen a sus seres individuales, sus almas, la perspectiva de una vida eterna. Algunos anhelan un camino hacia la liberación, pero no saben dónde encontrarlo. Precisamente, para ofrecer un camino tal, el Buddha apareció entre nosotros.
I. LA CONDICIÓN HUMANA
1. VEJEZ, ENFERMEDAD Y MUERTE
(1) La vejez y la muerte
En Sāvatthī, el rey Pasenadi de Kosala dijo al Bienaventurado: «Venerable señor, ¿existe alguien que haya nacido libre del envejecimiento y la muerte?».1
«Majestad, nadie nace libre de envejecer y morir. Incluso los guerreros –con sus grandes mansiones, opulentas, con riquezas y propiedades, con oro y plata abundantes, con lujos y recursos abundantes, con dinero y grano abundantes–, puesto que han nacido, no están libres de envejecer y morir. Incluso los brahmanes –con sus grandes mansiones…–, los cabezas de familia –con sus grandes mansiones… con dinero y grano abundantes– no están libres de envejecer y morir. Incluso aquellos monjes que son Arahants, que han destruido las corrupciones, han consumado la vida de santidad, han hecho lo que había por hacer, han abandonado la carga, han logrado la meta, han destruido completamente la atadura del devenir y se han liberado a través del recto conocimiento; incluso para ellos este cuerpo es de naturaleza corruptible y desechable».2
«Los bellos carruajes de los reyes se estropean también el cuerpo humano envejece. El Dhamma de los buenos, sin embargo, no envejece: ellos, en efecto, lo definen como el Bien».
(SN 3:3; I 71 <163-164>)
(2) El símil de la montaña
En Sāvatthī, al mediodía, el rey Pasenadi de Kosala se acercó al Bienaventurado, ofreció sus respetos y se sentó a su lado. El Bienaventurado entonces le preguntó: «¿De dónde venís a estas horas, Majestad?».
«Justo ahora, venerable señor, he estado ocupado con los quehaceres de la realeza, típicos de reyes guerreros, ungidos con la corona, embriagados con el elixir del poder, obsesionados por la codicia y los placeres sensuales, que han logrado controlar el país y gobernar después de haber dominado una gran extensión de territorio».
«¿Así pues qué pensáis, Majestad? Imaginad que un hombre viniera del este, un hombre honesto, de confianza, y os dijera: “Majestad, debéis saber esto sin tardanza: vengo del este, y allí vi una gran montaña, alta como las nubes, que viene hacia aquí y va aplastando a todo ser vivo a su paso. Haced lo que creáis necesario, Majestad”. Luego, un segundo hombre que viniera del oeste… un tercer hombre que viniera del norte… y un cuarto hombre que viniera del sur, un hombre honesto, de confianza, y os dijera: “Majestad, debéis saber esto sin tardanza: vengo del oeste, y allí vi una gran montaña, alta como las nubes, que viene hacia aquí y va aplastando a todo ser vivo a su paso. Haced lo que creáis necesario, Majestad”. Siendo la condición humana tan difícil de conseguir, Majestad, si tan gran peligro, si tan cruel destrucción amenazara las vidas humanas, ¿qué se tendría que hacer?».
«Siendo la condición humana tan difícil de conseguir, venerable señor, si tan gran peligro, si tan cruel destrucción amenazara las vidas humanas, ¿qué otra cosa habría que hacer sino actuar de acuerdo con el Dhamma, obrar rectamente,